Categorías
El debate público SECCIÓN ESPECIAL: SAN QUINTÍN

San Quintín

Ricardo Becerra

La Crónica

10/05/2015

Extensos campos agrícolas. Tierras fértiles para cultivos altamente especializados. La mejor tecnología de riego. Sistemas de refrigeración capaces de preservar a temperaturas diversas, diversos productos. Un tipo de agricultura absolutamente libre de pesticidas y conectada con las redes comerciales más exigentes del globo. Certificación de máxima calidad para mercados como California o Tokio, dueños del mayor poder de compra y demandante de las mejores fresas, moras, arándanos, naranjas, papas, jitomates, acelgas, brócolis o coles de Bruselas.
Setenta mil jornaleros sostienen esa bonanza que regresa a ellos bajo la forma de 120 pesos al día, jornada completa y de sol, a sol.
Hace un año comenzó la inconformidad por el alto costo del agua en colonias donde se asientan de manera precaria e irregular. Se agregó a sus demandas la forma peculiar de afiliación al IMSS (no son atendidos si se enferman en la noche o de madrugada, solo durante la jornada laboral). Y por supuesto el salario, 100, 110 y hasta 120 pesos diarios, alto, mucho más alto que el salario mínimo (como suelen presumir las empresas y sus voceros oficiosos) pero a costa de perder otras prestaciones de ley (aguinaldo, vacaciones, séptimo día, etcétera).
Agricultura sofisticada propia del mercado global, sobre la base de un mercado laboral del porfiriato, tiendas de raya incluidas.
Es una metáfora del país mismo: una economía productiva, moderna y conectada al mundo, sostenida por lo de siempre: el trabajo mal pagado. Once pesos cada caja de fresa que se paga al jornalero. En cambio, cada paquete en Estados Unidos cuesta 3 dólares con 50 centavos. Es un sistema capaz de llenar un camión de 3 toneladas, con la mejor naranja, por 12 dólares. En California cada cítrico de esa calidad vale casi un dólar. El margen para redistribuir es enorme.
Dicho de otra manera: el producto del trabajo en México –en muchas zonas y en muchos sectores- alcanza y sobra para generar artículos de gran calidad, mantener precios competitivos y ganancias suficientes a sus empresas. Por lo tanto, el problema no es la “productividad” de la mano de obra, sino la redistribución del fruto del trabajo, ganado honestamente.
Es uno de los descubrimientos más importantes de la investigación que ordenó el Jefe de Gobierno, hace casi un año: México cuenta con las condiciones estructurales necesarias para recibir un “shock de demanda”, o sea, un aumento de salarios en el segmento de los trabajadores de más baja cualificación, sin causar inflación ni alterar las premisas empresariales básicas.
No obstante, esto no se equilibra, no lo arregla, no lo logra el mercado mismo, porque los salarios se han mantenido artificialmente bajos. Hay una mano visible (la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos) que año con año envía la señal equivocada: no hay aumento posible, los salarios deben conformarse con seguir la senda de la inflación y por eso las negociaciones generales no pasan del 3, 4 o 5 por ciento.
Esa es la razón del espanto ante demandas tan elementales como las de los jornaleros que piden tan solo dos dólares más, por un trabajo duro, en condiciones difíciles y que suele alcanzar las 15 horas de labor. Dos dólares que sin embargo, representan un 30 por ciento de aumento, inimaginable en nuestro medio, en nuestra obtusa discusión económica.
Hoy se cumplen 56 días de su movimiento y de última hora, me informan que los jornaleros de San Quintín han sido reprimidos con brutalidad por la policía municipal. Hay heridos graves.
¿Querían más razones para profundizar el descontento nacional?
Allí las tienen.