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El debate público

Si la envidia fuera tiña

María Marván Laborde

Excélsior

29/09/2016

Seis buenas razones para quedarnos calvos. Mucho tenemos que aprender en México sobre las campañas en Estados Unidos, y aunque no todo es bueno, su “modelo de comunicación política” es envidiable, entre otras cosas, porque nadie se ha ocupado de encorsetarlo.

La primera causa de envidia es el formato de los debates. Este lunes, como cada cuatro años, pudimos ver debates serios, fuertes y razonablemente respetuosos. El conductor no es un ventrílocuo que se limita a dar la palabra y marcar los tiempos.

Existen márgenes de flexibilidad razonable que el moderador utiliza con prudencia. Los candidatos y sus partidos pero, sobre todo, la sociedad norteamericana, le confían la elaboración de las preguntas. Tiene la libertad de repreguntar, presionar e inclusive callar a los candidatos cuando se exceden o evaden responder.

Asiste el público y se comporta con civilidad democrática: aplaude, abuchea, se ríe, pero jamás impide que los candidatos hablen. No es convidado de piedra, pero tampoco se convierte en protagonista.

Segunda: En Estados Unidos no hay un tribunal que sancione lo que se dice en campaña. En México la legislación electoral, hecha por los partidos, obliga a la autoridad a cuidar todas y cada una de sus palabras, vigila todos los promocionales televisivos, revisa los espectaculares de la calle y hasta los discursos en los eventos multitudinarios. Por todo hay una queja.

Tercera: La fortaleza y pluralidad de la sociedad civil y de los medios de comunicación. Los grupos de fact-cheking revisan lo mucho que dicen los candidatos en los debates y en la campaña. Contrastan con las cifras y si el candidato exagera o de plano miente, lo denuncian ante la opinión pública. También hay organizaciones que calculan el costo de las promesas de campaña y por tanto su factibilidad. Nadie pide que los callen porque pueden incidir en la intención del voto.

Cuarta: Los involucrados en las críticas de los candidatos pueden defenderse sin ampararse en el derecho de réplica. Los contendientes pueden decir lo que quieran, pero los aludidos responden y desmienten. Trump se metió con Ford, la satanizó por sacar empleos de su territorio y la compañía se defendió mostrando con hechos y cifras las inversiones y los empleos que genera en Estados Unidos.

Quinta: El pluralismo de los medios y de los programas de comentaristas. Cualquier manual del ABC de una campaña dedica un capítulo al spin del post-debate. Los medios pueden dar la vuelta a lo sucedido y presentar como ganador al perdedor. La “maldad” de los medios se diluye en la pluralidad. Los seguidores de Trump seguramente vieron el canal de Fox, pero los que prefieren que gane Hillary deben haber sintonizado CNN. La opinión mayoritaria en México opina que Hillary arrasó el lunes porque oímos a quien reforzó nuestros deseos. El ciudadano, que no es tratado como interdicto, puede escoger a quién escuchar.

Sexta: Grupos musicales, artistas, comerciantes y cualquier político pueden declarar sus simpatías sin ser perseguido por la policía electoral. U2, grupo musical irlandés, en un show en Las Vegas sacó un clip en contra de Trump. Utilizó fragmentos con voz e imagen del candidato republicano y no pasó nada. El que se mete al juego de la política se aguanta, no corre a esconderse detrás de la autoridad electoral. Nadie está pensando en “aplicarle el 33” a Bono.

Si algún intrépido periodista mexicano hiciese entrevistas en Estados Unidos sobre lo que acá llamamos el “modelo de comunicación política” su entrevistado se quedaría con cara de what. Probablemente respondería que no hay modelo de comunicación política porque la Primera Enmienda que protege la libertad de expresión está en la base de su democracia.

Desde luego considero que la influencia del dinero en las campañas del país vecino podría ser atemperada, pero ello no significa anular la libertad de expresión. La posibilidad de fomentar una cultura democrática en México es imposible con el actual modelo de comunicación política porque éste parte de la convicción de que los ciudadanos, a pesar de tener 18 años o más, tienen ciertas taras que les impiden decidir libremente. Controlemos el dinero y liberalicemos todo lo demás.