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El debate público

Sobre la democracia: sostiene Pereyra

 

 

 

Ciro Murayama

La Jornada

04/06/2018

 

Sobre la democracia, libro póstumo de Carlos Pereyra, acaba de ser reditado por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Jalisco (el título vio luz por vez primera en 1991 bajo el sello de Cal y Arena). De esa publicación son las citas de esta breve nota en homenaje al profesor universitario, militante socialista y fundador y articulista de La Jornada que fue Pereyra. Su muerte ocurrió el 4 de junio de 1988, un día antes de la declinación del ingeniero Heberto Castillo como candidato presidencial del Partido Mexicano Socialista (PMS) a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, así que Pereyra ya no pudo ser testigo de las elecciones de aquel año ni del intenso proceso de cambio político que se produciría en los años venideros, en los que se superó el régimen de partido hegemónico y se construyó, no sin dificultades, un sistema plural de partidos.

La profundidad de la elaboración intelectual de Pereyra sobre la democracia hace que su obra, como ocurre con los clásicos, sea más que pertinente para intentar comprender los desafíos y las insuficiencias de la democracia en nuestros días. La crisis de las democracias puede entrañar y explicarse también por una crisis en la reflexión, que implica la carencia de una idea mínimamente compartida sobre qué es, para empezar, la democracia.

El libro incluye el ensayo La cuestión de la democracia, en el que Pereyra define que la democracia siempre y necesariamente ha de ser: política, formal, representativa y pluralista. En los años ochenta del siglo pasado, Pereyra debatía con y desde la izquierda con la convicción de que no debía caerse en el engaño conceptual de la democracia burguesa, pues en realidad las conquistas democráticas desde el sufragio universal hasta el conjunto de libertades políticas y derechos sociales han sido resultado de la lucha de clases, reivindicando que las clases dominadas han sido la fuerza motriz de la democratización. Es decir, que la democracia históricamente se nutrió por la movilización popular y que debe ser una causa irrenunciable de la izquierda.

Para nuestro autor, la democracia es una forma de relación política que vale en y por sí misma. Ahora bien, al subrayar la característica política de la democracia (en contraposición con la idea de democracia social), Pereyra no descuida ni por un instante la propia cuestión social: En nuestros países la realidad está marcada por la miseria de muchos. Millones de personas viven su existencia toda en medio de la presencia dramática del hambre y la desnutrición, sin empleo regular, al margen de las instituciones de salud, sin acceso a vivienda, con mínimos servicios de agua, drenaje, luz, etcétera; sin posibilidad de ir, en el mejor de los casos, más allá de los niveles básicos de escolaridad que apenas permiten mal insertarse en el tejido laboral. A partir de ahí, Pereyra entiende, sin justificar, que las izquierdas lleguen a ver que la democracia desempeña un papel de segundo orden, pues resulta prioritario luchar por un orden que garantice igualdad y justicia social, pero de inmediato advierte sobre las implicaciones negativas de hacer a un lado la característica formal de la democracia: “La sustitución de la democracia formal representativa por la democracia sustancial directa ha sido un juego de palabras para ignorar el pluripartidismo, autonomía de las organizaciones sociales, libre difusión de ideas e información, libertades políticas, garantías individuales, es decir, el contenido efectivo de la democracia, cuya realidad no desaparece porque se le llame formal”. Es un hecho histórico comprobado que el igualitarismo prescinde sin dificultad de la democracia. Así, prescindir de la forma democrática implica deshacerse de la democracia misma.

Para Pereyra, la democracia en las sociedades contemporáneas de manera obligada tiene que ser representativa: en ningún caso los avances en la democracia directa eliminan la necesidad de pugnar por una sólida democracia política (formal y representativa). Y añade: Las cuestiones puntuales, locales e inmediatas que están en juego en los mecanismos de la democracia social directa, pertenecen a un orden de problemas que no incluye, ni puede incluir, cuestiones sustantivas sobre el funcionamiento global de la sociedad y el Estado. Es más: Rechazar formas democrático-representativas en nombre de quién sabe qué democracia directa significa rechazar la democracia sin más y optar por mecanismos que no pueden sino generar caudillismo, clientelismo, paternalismo, intolerancia, etcétera. Por ello, sostiene enfático: La democracia es siempre democracia representativa.

Pereyra alertaba a la izquierda, dada la experiencia autoritaria del mal llamado socialismo real (desde los procesos de Moscú en los años treinta hasta la movilización obrera en Polonia a comienzos de los ochenta), de los riesgos inherentes al desprecio de la democracia formal. Y aquí cobra plena relevancia el pluralismo: “Con base en dicotomías confusas como democracia formal/democracia sustancial se tendió a dejar de lado el asunto central de las libertades políticas y el tema no menos fundamental del pluralismo”. Éste es clave porque Pereyra tenía la convicción de que no importa cuál partido gobierne, en ningún caso puede garantizar la inclusión de todos los intereses, aspiraciones y proyectos sociales. Más aún en las sociedades masivas y complejas: Es inconcebible la homogeneidad absoluta. Es obligado reconocer la presencia del otro, es decir, de otro con intereses particulares, con proyectos específicos. La democracia opera como el único régimen político que no supone la supresión del otro. De ahí su tesis: La democracia es siempre democracia pluralista.

Ahora que se minusvalora la democracia electoral –como si pudiera haber una democracia que no fuera necesariamente electoral, aunque no sólo eso–, conviene subrayar lo que sostenía Pereyra: Ninguna democracia sustancial es posible sin el respeto riguroso a los mecanismos de la democracia formal.

La lucha por una sociedad más justa es una lucha democrática; pero prescindir de la representación formal del pluralismo político de la sociedad, puede cancelar ese anhelo de justicia, ayer y hoy.