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El debate público

Sociedad partida por la mitad

María Marván Laborde

Excélsior

30/06/2016

Además de las graves consecuencias económicas, devaluación de la libra esterlina y degradación en la calificación de la deuda soberana, el Brexit ha dejado una sociedad peligrosamente partida por la mitad. Ha enfrentado a los jóvenes contra los viejos. Irlanda del Norte y Escocia están abiertamente en contra de Inglaterra y esto amenaza a la propia Gran Bretaña.

Quizá lo más dramático es la falta de previsiones legales sobre las consecuencias del resultado del referéndum, jurídicamente no hay claridad sobre su carácter vinculante. Para poder acogerse al famoso artículo 50 es necesario que el Parlamento apruebe la solicitud que habrá de entregarse a la Unión Europea, con la que se iniciará formalmente el proceso de salida.

En teoría, el Parlamento podría votar en contra de la decisión tomada por la mayoría, también en teoría, el Parlamento podría nunca procesar dicha solicitud. En la práctica, no podrá ignorar la decisión de la mayoría, pero tampoco evitará las enormes presiones de la mitad perdedora, quienes harán todo por dilatar o evitar la salida final.

Los mecanismos de democracia directa tienen muchos más riesgos que la democracia representativa. Antes de recurrir a ellos, es prudente imaginar los posibles escenarios y prever condiciones en las cuales se garantice la gobernabilidad posterior.  En Australia, por ejemplo, el resultado de un referéndum sólo puede ser vinculante cuando todas las provincias votan a favor del cambio, condición que en Gran Bretaña no se cumple.

En Estados Unidos los referéndums se mantienen a escala subnacional. Normalmente en todas las elecciones existen preguntas directas al electorado, la mayoría de ellas propuestas por los condados y sólo algunas en el ámbito estatal. Se ha preguntado recientemente sobre el uso medicinal y/o recreativo de la mariguana, pero también se puede someter a discusión la asignación de mayor presupuesto a la educación o políticas específicas de salud pública. En la multiplicidad existe un cierto seguro en contra de la división social a rajatabla.

Tony Blair, exprimer ministro, escribe impactado sobre el resultado del referéndum. Conmina a los políticos a la recuperación del centro político. La gobernabilidad es menos complicada mientras más cercano se está del centro. Paradójicamente, la falta de polarización carece de atractivo electoral para ganar nuevos adeptos, podríamos decir, es menos “sexy”.

La segunda elección de España el domingo pasado lo demuestra. Podemos creció de manera acelerada como opción política y parece que se ha desinflado como alternativa de gobierno a la misma velocidad. Es más sencillo criticar el statu quoque proponer un nuevo orden. Identificar aquello que rechazamos es más simple que ofrecer alternativas verdaderamente viables.

Por alguna extraña razón, a las propuestas extremistas les hemos llamado cómodamente “populismo”, ya sean de izquierda o de derecha, encapsulamos ahí las ofertas de soluciones mágicas, tan atractivas como inviables.

El crecimiento de seudoalternativas derechistas que militan en contra del statu quorevelan la profundidad de la crisis del neoliberalismo como la faceta más reciente del capitalismo. Coincidieron en la historia el mandato de Margaret Thatcher (1979-1991) y el de Ronald Reagan (1981-1989). En esos años, no por casualidad, fue la debacle final del socialismo real. La apuesta de la reactivación del capitalismo avanzó sobre la base de la desestructuración del Estado de bienestar y la eliminación de las fronteras comerciales.

Trump, en Estados Unidos, y los defensores del Brexit, en Gran Bretaña, combaten desde la (extrema) derecha las consecuencias del neoliberalismo construido por Reagan y Thatcher hace tres décadas y media. La disminución del Estado en la economía ha generado mayor riqueza, pero la falta de mecanismos eficientes de redistribución de la misma ha hecho crisis, no sólo en la economía, fundamentalmente en la sociedad y en la política.

Nos encontramos en un momento crítico, no hay una utopía incluyente, por el contrario, sus promesas de futuro excluyen, rompen la comunidad, cualquier alternativa  esperanza a unos cuantos a cambio de dejar a los otros fuera.