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El debate público

¿Son racionales los changarros?

 

 

 

 

Ricardo Becerra 

La Crónica 

18/03/2018

 

Las más rutilantes escuelas de economía, de sociología, politología, finanzas, y otras tantas disciplinas sociales, siguen sin asumir que han estado impartiendo y validando un conocimiento equivocado, todo un currículum insensato, una vana ideología, durante generaciones desde hace casi 30 años.

La EGADE Business School, México; la Universidad Adolfo Ibáñez, de Chile. La FGV, Escola de Administração de Empresas de São Paulo, Brasil; la Pontificia Universidad Católica de Chile; el INCAE Business School, de Costa Rica, y otra vez, la Universidad de Chile, por mencionar las que encabezan.

Me froto los ojos una y otra vez, y sigo leyendo en el ranking más reciente de América-Economía Intelligence MBA de América Latina (para no hablar de Estados Unidos o Inglaterra) y constato que todas ellas, persisten en hilar el centro de su educación en torno a las variantes de la teoría de la “elección racional”, o sea, en ese intento de explicar la vida social a partir de la microeconomía: todos actuamos “aquí y allá, en el orden social, familiar, laboral, calculando, sacando cuentas de lo que nos conviene, en un universo egoísta cuyo juego (macrojuego) explica la sociedad humana.

Esta teoría del comportamiento humano, validada por Milton Friedman primero que nadie, desde 1953, ha sido el talismán teórico útil para un montón de decisiones y obstinadamente gobierna las cabezas de un montón de líderes estatales, intelectuales y personas muy influyentes en el mundo.

Hay que informarle a ese mundo, sin embargo, que tal corpus ideológico ha sido refutado ya en varias ocasiones. Desde las matemáticas (John Allen Paulos), hasta la sociología (Elster), pasando por la macroeconomía (Akerlof y Schiller), la psicología, la historia (memorablemente por Carlo Cipolla) y ahora también, desde el cogollo del asunto (la microeconomía) esgrimida por el Nobel de Economía 2017, Richard Thaler.

No quiero ponerme pesado, pero creo que al menos en esta ocasión, estamos ante una victoria de la sensatez, lo que no deja de sorprender. Y es que lo extravagante, exótico, casi hilarante, era suponer que la raza humana es sobre cualquier otra cosa “racional” y que eso explica el curso de la economía y de las sociedades modernas.

El premio Nobel otorgado el año pasado supone una sencilla corrección a una monumental confusión que nos ha atarantado durante décadas —a sociedades enteras— precisamente porque somos lo contrario.

Creo que desde Nietzsche, o luego con Freud, sospechábamos con bastante evidencia, que la irracionalidad de los seres humanos es precisamente el supuesto generalizado que explica una buena parte del curso de la historia. Poetas, literatos, científicos, políticos, futbolistas, publicistas y abarroteros lo han sabido desde siempre, pero mediante una operación que ha cincelado el espíritu de nuestra época; en muchas escuelas, se ha sedimentado lo contrario: somos racionales.

La crisis financiera de 2008 demostró, con la fuerza destructiva de un terremoto, que ni siquiera en la cúspide, en la élite mundial cultivada en Chicago o Harvard, ni siquiera en los círculos más sofisticados, con mayor información y con más recursos; ni siquiera en esos circuitos que fomentaron (y financiaron) la teoría de la eficiencia racional de los mercados, la idea del cálculo cuidadoso, bien pensado, egoísta, “racional”, ni siquiera allí, funciona.

Demostrar la irracionalidad esencial en la conducta de nuestra especie es casi como demostrar que su carácter bípedo es casi trivial. Pero no en nuestra era, no con la ideología neoliberal a cuestas, empecinada en cumplir el cuarto mandamiento de Hegel: todo lo real es racional, sobre todo la economía y los mercados, y ya enfilados, todo lo demás.

Otorgar el premio Nobel a Thaler fue un triunfo del sentido común: un estudioso de la teoría de la elección racional que ha mostrado como casi nadie, todas sus debilidades. Un economista que desde la microeconomía “donde la idea de la racionalidad explica mejor las cosas — ni allí, puede jactarse de entender el comportamiento del microcosmos en un changarro.