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El debate público

Tres ideas inútiles para la ciudad

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

20/05/2018

 

Nos haya gustado o no, sean criticados o se quieran ningunear, los debates electorales en México se han convertido en el arco de bóveda de las campañas. Mi profecía: de ahora en adelante, el segundo y el tercer debate —allí y donde se celebren— serán tan importantes como la ronda que acabamos de presenciar.
Concentrémonos en la CDMX y en su debate económico, especialmente en lo que los contendientes sí dijeron, sus afirmaciones (no sus omisiones y tampoco sus flagrantes mentiras o sandeces).
Alcanzo a ver tres nociones que siguen definiendo el debate sobre la Ciudad pero que estorban por viejas, interesadas o falsas y sin embargo ¡son compartidas por todos! Veamos.
Sobre la primera: la ideología de la precipitación, del emprendedurismo: “Abriré un café” o “una estética”, el changarrismo bobo del señor Fox convertido ya en idea hegemónica. Como si todos, con las ganas suficientes, pudiéramos ser empresarios. Pero no: igual que los clavadistas, ajedrecistas o bomberos, los empresarios necesitan instintos y una preparación de difícil construcción. Estudios previos, dedicación, seguimiento obsesivo del asunto. Oficio, claridad sobre la demanda real, talento para vender y comprar, sagaz movimiento del capital y buen trato para administrar un equipo de trabajo.
Estoy diciendo que ser empresario es una gran cosa y sin embargo, la idea del changarrismo y del emprendedurismo lo vuelve una tarea tan fácil, una cosa que se resuelve en un buen curso y una buena incubadora. Esta ideología transmite: basta con voluntad, con querer hacerlo. De este modo se han perdido patrimonios enteros, altísima mortandad de los negocios y quiebras que alcanzan el cuarenta por ciento en los primeros tres años, preocupante situación social que no hemos estudiado porque el fenómeno se afronta con una frivolidad que pasma.
Lo sabían los grandes economistas- desde Smith hasta Schumpeter- hay que hacer grandes a las empresas existentes, pero en México y en la Ciudad de México la frivolidad y el voluntarismo nos han conducido a la sucesiva aparición-desaparición en masa de pequeños negocios y no obstante el debate de la semana pasada lo santificó como uno de los grandes deberes del futuro gobierno. Mal.
La segunda vieja tarea: la “vocación” de la Ciudad. Esta idea, de origen difuso, ignora la realidad del tamaño de la urbe. Por supuesto que Silao, Lázaro Cárdenas, Los Cabos, debido a su escala pueden empeñarse en encontrar una vocación, lo que quiere decir una especialización productiva y económica que por si misma haga crecer a la Ciudad. Automotriz, logística, turística en cada caso. Pero mientras más grande es el espacio, más densa, más grande y diversa la demografía y la aglomeración, la posibilidad de encontrar una “vocación” desaparece.
Esto lo saben muy bien los geógrafos, pero también los meteorólogos, los astrónomos y ¡ay! los economistas: la escala cambia la naturaleza de las cosas, inyecta nuevas propiedades a los objetos. ¿Cuál es la vocación de la delegación Cuauhtémoc? ¿De Xochimilco? ¿De la Venustiano Carranza con un viejo aeropuerto clavado en su corazón? Como vemos la monstruosa dimensión de la Ciudad no permite hablar de vocación (a lo sumo de vocaciones, incluso contradictorias) y lo correcto es encontrar, más propiamente, desarrollos y proyectos que los subsistemas urbanos admiten y pueden potenciar.
Finalmente, los impuestos, palabra maldita lo mismo para tecnócratas que para populistas.
“Están en campaña y no pueden decirlo”, se me dice sotto voce, pero eso hace parte del clima iracundo y derechista de la época. Ni siquiera en 2012 se hablaba con ese desparpajo y con esa irresponsabilidad. Pero en el debate, los candidatos y candidatas nos dijeron que no subirán o incluso que bajarán impuestos (Rascón es la excepción, aplauso).
El supuesto nos toma como estúpidos: somos una Ciudad pletórica de derechos pero que no está dispuesta a pagar su precio ¡dicho por sus líderes! Derechos gratis para la niñez, proclaman. Inútil: allí donde hay un derecho reconocido por la ley tiene que haber un remedio y un vigilante, y eso siempre tiene un costo. Aplica a todos los demás derechos: la libertad religiosa, el voto, la propiedad, la protección del medio ambiente, la salud y la vivienda.
El del PRI llegó incluso a proponer transporte público gratuito, en un discurso populista… contra el populismo.
Hay que decirlo: presenciamos un fraude político e intelectual: es imposible incrementar la cantidad y calidad de los bienes públicos y bajar los impuestos. Los derechos no son sino un conjunto de reglas respaldadas por la fuerza del Estado y financiadas con el dinero público. Los impuestos, señores candidatos, son el costo de nuestra libertad, incluyendo la libertad de mercado.
Sin quitarnos estas rémoras políticas e intelectuales, la fase crítica de la campaña será, nada más, que un ataque a la razón.