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El debate público

Un enfoque pragmático

José Woldenberg

Reforma

01/09/2016

¿Si dos mayores de edad quieren contraer matrimonio civil deben tener todas las facilidades para hacerlo o no? Ese es el nudo fundamental de un debate que se expande, y en algunos casos con un encono que preocupa. Es un tema que puede y debe abordarse desde muy diferentes perspectivas. Ilustro solo cuatro. Y desde el inicio asiento mi posición: por supuesto, sí. Porque todos los caminos, en este caso, conducen a lo mismo, que por supuesto no es Roma.

1) Desde el derecho y los derechos. El artículo 1o. de nuestra Constitución dice: «En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos y bajo las condiciones que esta Constitución establece». Y más adelante sentencia: «Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales…». Entiendo que esa es la base fundamental para que la Corte estableciera como legítimos y legales los matrimonios entre personas del mismo sexo. Todos debemos poder ejercer los mismos derechos y el de contraer matrimonio por voluntad propia es uno de ellos.

2) Desde la salud. Apenas el lunes, el doctor Juan Ramón de la Fuente (El Universal) nos recordaba que desde los años setenta del siglo pasado se inició una reconsideración en las academias de medicina del status de la homosexualidad, y de cómo los colegios de profesionales en la materia han ido desterrando a la misma del cuadro de enfermedades, por la simple y contundente razón de que no lo es. «La etiqueta de enfermos, por fortuna, desapareció formalmente, pero no así el hostigamiento, el rechazo, la presión social y la violencia de los que son objeto los no heterosexuales». Así, si no se trata de una enfermedad, «desviación» o padecimiento, lo que sí lesiona a los homosexuales es el estigma con el que son mal tratados.

3) Desde el Estado laico. Las consideraciones anteriores son suficientes para que en el marco de un Estado aconfesional, los adultos que quieran contraer matrimonio lo puedan hacer sin engorrosos requisitos. La Iglesia, por su parte, puede seguir aplicando sus propias normas a sus feligreses, pero no debe pretender extenderlas al terreno de la convivencia civil. Sartori nos recordaba que una primera diferencia entre el cristianismo y el islam era que el primero «se superpone a la civilización romana y no conquista nunca su derecho, el sistema jurídico. El derecho canónigo es un derecho interno de la Iglesia, mientras que el derecho de la sociedad europea ha sido siempre, en su implantación, el derecho romano y, por lo tanto, un derecho autónomo. En cambio, el derecho islámico debe basarse y remitirse siempre a su derecho religioso». (La carrera hacia ningún lugar. Taurus. 2016).

4) Desde una aproximación pragmática y elemental. Diferentes orientaciones sexuales existen en todos los países y han existido en todas las épocas. Se trata de una constatación del tamaño del Océano Pacífico. Se tiene que ser muy necio o estar muy desinformado para negar ese hecho monumental. Y ningún exorcista, mago o pseudo científico podrá anular esa realidad. Si ello es así, el tema central es si todos -heterosexuales, homosexuales, transgénero, transexuales, bisexuales- debemos poder ejercer el derecho a contraer matrimonio. Y si la respuesta es no, hay que hacerse cargo de las repercusiones sociales, y si es sí, también. Y hasta donde alcanzo a ver, al decir sí, las derivaciones virtuosas se multiplican. El hostigamiento, el mal trato, la discriminación y la violencia contra los no heterosexuales son conductas que se han reproducido a lo largo de las décadas. No es ni será fácil desterrarlas. Pero una medida para afrontarlas es estableciendo la igualdad de todos en relación al matrimonio. Ello, sin duda, serviría para coadyuvar a remontar prácticas y conductas que promueven la segregación y el acoso contra los homosexuales. Mientras que negar ese derecho, se quiera o no, solo coadyuva a alimentar las cadenas de odio.