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El debate público

Voto con grima

 

 

 

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin Embargo

28/06/2018

Nunca, desde la primera vez que ejercí mi derecho al voto, he votado por un candidato ganador en una elección de mayoría. Ni presidencial, ni de gobierno local ni legislativa; mis votos han contribuido únicamente a llevar a las cámaras a legisladores por el principio de representación proporcional y me temo que en esta ocasión ocurrirá lo mismo. En algunas ocasiones he votado con entusiasmo por candidatos de partidos a los que apoyaba con mi militancia activa; en otras, en cambio, mi voto ha sido resignado. En esta ocasión votaré con desazón, en claro contraste con el gran entusiasmo que mueve a muchos amigos con los que suelo coincidir en temas políticos, económicos y sociales, pero con los que en esta ocasión soy incapaz de compartir el optimismo.

La primera vez que voté fue en 1979. Eran los primeros comicios posteriores a la reforma política de 1977 y todavía entre muchos de mi generación predominaba un fuerte rechazo a las elecciones, que eran vistas como mera simulación, y el voto era considerado como un aval al régimen. Heberto Castillo y su Partido Mexicano de los Trabajadores, con influencia entre los estudiantes universitarios de entonces, había llamado a rechazar la farsa electoral, pero el Partido Comunista y sus aliados de la Coalición de Izquierda hacían una intensa campaña para atraer votos por primera vez con registro desde 1946. Yo había optado desde un año antes por ingresa al Partido Socialista de los Trabajadores, en el que creí encontrar una mejor comprensión del régimen del PRI, al que yo veía con claroscuros. Mi voto contribuyó a que el PST consolidara el registro conseguido de manera condicionada en los términos de aquella ley y a que lograra diez escaños de diputados.

Mi segundo voto fue el primero por la presidencia. Entonces militaba ya en el Partido Socialista Unificado de México, creado por la fusión del Partido Comunista Mexicano con otras organizaciones de izquierda, entre ellas el Movimiento de Acción Popular, al que me incorporé en 1981 después de mi expulsión del PST, provocada por mi crítica a sus métodos clientelistas y al caudillismo de su líder, Rafael Aguilar Talamantes. Hice campaña por Arnoldo Martínez Verdugo y por los candidatos a legisladores del PSUM. Mi voto contribuyó a que el partido obtuviera 17 diputaciones de representación proporcional con el 5.81% de los votos. En las intermedias de 1985 logramos solo 12 con el 3.82%.

En 1988 mi voto a la presidencia fue por Cuauhtémoc Cárdenas, aunque crucé el emblema del Partido Mexicano Socialista, donde aparecía el nombre de Heberto Castillo, quien había declinado ante la bola de nieve en la que se había convertido la campaña del Frente Democrático Nacional. El PMS había nacido meses antes de la campaña de una nueva fusión de grupos de izquierda y había heredado el registro del PSUM, el cual lo había recibido, a su vez, del PCM; con disciplina partidista voté por los candidatos a legisladores de mi partido, ninguno de los cuales ganó por mayoría, y no por los del Frente, muy exitosos en la Ciudad de México.

No voté ni en 1991 ni en 1994, porque entonces estaba estudiando en España y no existía el voto en el extranjero. En 1997 decidí no votar por Cuauhtémoc Cárdenas para jefe de gobierno porque no me atraía su estilo de caudillo –esa fue la razón por la cual decidí no ingresar al PRD a mi regreso del doctorado– y voté simbólicamente por un candidato no registrado.

Para 2000 había puesto todo mi empeño en la creación de un partido socialdemócrata –Democracia Social–. Formé parte de su dirección y de la campaña presidencial de Gilberto Rincón Gallardo y fui postulado en primer lugar de la lista de representación proporcional de la tercera circunscripción federal a diputado. Nos faltaron alrededor de 20 mil votos para conservar el registro y no logramos ningún escaño. En 2003 mi apuesta fue por México Posible, que tampoco logró el registro y en 2006 voté por Patricia Mercado y los candidatos de Alternativa Socialdemócrata. Mi voto contribuyó a la obtención de cuatro diputaciones, entre quienes destacó Elsa Conde, primera legisladora que impulsó iniciativas para cambiar el despropósito prohibicionista en la política de drogas.

En 2009 promoví la anulación del voto, una forma de participación que protestaba contra la partidocracia en la que devino el régimen de 1996, con barreras de entrada insalvables para las organizaciones sin base clientelista. En 2012, con base en las encuestas que le daban una amplia ventaja a Enrique Peña Nieto, decidí votar por Andrés Manuel López Obrador y lo hice a través del PRD por primera vez. Como desde 2000 voto en Campeche, mis votos legislativos aportaron a las listas de representación, pero no contribuyeron a ningún triunfo de mayoría. En 2015 decidí votar por Movimiento Ciudadano, aunque anulé el voto para gobernador de mi estado.

Soy, así, un votante poco estratégico. Tiendo a sufragar ideológicamente y siempre he estado en la oposición desde la izquierda democrática. No pienso cambiar en esta ocasión. Para el senado votaré convencido por Movimiento Ciudadano, porque en el primer lugar de la lista de representación proporcional va Patricia Mercado, con quien comparto causas y años de amistad y militancia. Sin convicción le daré el resto de mis votos legislativos y municipales al mismo partido, pero en la presidencial he decidido hacer un voto simbólico por María de Jesús Patricio Martínez en el espacio de candidatos no registrados. De nuevo, votaré por la apertura del sistema de partidos.

Nunca he creído en los salvadores de la patria, ni en los caudillos que ofrecen solucionar con su voluntad férrea los grandes problemas nacionales. Reconozco que López Obrador ha puesto sobre la mesa la necesidad de romper con el arreglo oligárquico que ha dominado la política mexicana y que ha atinado al diagnosticar que la corrupción es una causa central de la desigualdad y la falta de crecimiento, pero me repele su estilo vertical, su tono pontifical y la ambigua simpleza de sus mensajes. No me convence ni mueve mi emoción. Me produce dentera su coalición y su condescendencia con personajes de toda laya, con tal de que le rindan pleitesía. Sé que entre ellos hay personas de gran calidad intelectual y moral y con muchas comparto visiones y objetivos. Deseo que tengan suerte en su intento de influir en el rumbo del próximo gobierno, pero soy demasiado escéptico para apoyarlos con mi voto. Votaré, entonces, sin entusiasmo y con tristeza.