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El debate público

¿Cambiará al mundo la pandemia?

Ricardo Becerra

La Crónica

05/07/2020

Nadie pensó globalmente. Bueno, algunos si lo hicieron. Merkel y su cancillería. Acaso Gordon Brown y Lawrence Summers. Por momentos, algunos organismos internacionales, ciertos socialdemócratas europeos, otros liberales anglosajones, expresidentes latinoamericanos. En conjunto, demasiado pocos.

Mata y descorazona, pero en este año de pandemia, la escasa acción coordinada entre países, solo… no llegó. Ese sálvese quien pueda se instaló muy rápido en el instinto y la acción de los gobiernos nacionales (hacia afuera e incluso hacia dentro, lo que no deja de ser muy alucinante). Y no sólo en México: muchos gobiernos se alejaron de otros gobiernos y dejaron a su suerte sus propias provincias, estados o municipios. Algo muy abyecto para no arrastrar con culpas.

Digamos en descargo, que con todo, sí hemos visto momentos de cooperación. La publicación del genoma del coronavirus que descifró China y que puso ante los ojos de la investigación mundial, el 12 de enero (no sin un sordo forcejeo con la OMS). Y por otro lado, la invención de la prueba rápida que los laboratorios alemanes dispusieron al mundo, en febrero (gestión de la OMS mediante).

Fuera de estos dos momentos, todo lo demás ha sido miopía, nacionalismo, egoísmos, vuelta a la tribu o como nosotros, la irrisoria “vía mexicana” proclamada por el Presidente, en abril. Todo un contrasentido lógico y político, pues si algo resultaba evidente desde el principio, es que la pandemia exige de respuestas universales.

La opacidad de China, ocultar información del desarrollo del problema en Wuhan es parte de ese drama. Pero ¿qué me dicen de los países de la Unión Europea, que a la vuelta de marzo impidió y prohibió las exportaciones de kits de pruebas, productos farmacéuticos y dispositivos médicos?

La respuesta económica merecía una política global. El alivio temporal de la deuda era (sigue siendo) la mejor ayuda para combatir el virus (alguna vez, el capital financiero debería pagar algo del sufrimiento humano en este mundo ¿no?). Los organismos financieros internacionales —públicos y privados— debieron decretar cuando menos un semestre de tregua al pago de intereses de los países pobres o medianamente pobres, para que pudieran utilizar esos recursos en el fortalecimiento rápido de sus sistemas de salud (algo que hubiese hecho la diferencia en México). Pero ni siquiera los mandatarios interesados alzaron la voz, urdiendo su propia negociación bilateral y en corto.

La idea de una conferencia de donantes para potenciar la investigación mundial contra el coronavirus, una que lograra “desprivatizar” el uso de la vacuna, tampoco fructificó. Y lo que tenemos en cambio es el encarecimiento de todas las herramientas sanitarias: desde los fármacos, simples pastillas, hasta los ventiladores y los sencillos cubrebocas.

Al contrario: el combate epidémico se convirtió un problema estrictamente nacional y quien más dinero tiene, verá como sufren y mueren todos los demás. 

El fármaco antiviral más prometedor descubierto hasta hoy contra el Covid (el Remdesivir) está comprometido para el consumo de los Estados Unidos, pues la compañía californiana Gilead Sciences que lo manufactura, ha llegado a un acuerdo con el Departamento de Salud y Servicios Sociales de EU (HHS) para que su producción se quede —casi toda— en territorio yanqui.

Y veremos exactamente lo mismo con algo más importante: las vacunas. La multinacional francesa Sanofi ha recibido toneladas de dólares norteamericanos para alcanzarlas, lo que en cristiano quiere decir que EU tendrá el acceso preferente a las vacunas. Johnson & Johnson, Big Pharma, AstraZeneca, andan en los mismos pasos, financiados y comprometidos con las naciones que les puede pagar.

¿O sea? En el caso que se desarrolle un tratamiento o una vacuna contra el coronavirus, su acceso no será universal, ordenado, ni con criterios de urgencia sanitaria o de equidad. No salvará a naciones como México. Antes de existir, tratamientos y vacunas ya tiene usuarios preferentes, la cola de los desarrollados, los que han podido pagar.

¿Alguien ha escrito que la pandemia va a cambiar el mundo?