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El debate público

Efectos de la polarización afectiva

Jacqueline Peschard

La Crónica

03/06/2020

Hay gobiernos que en situaciones sociales críticas como la que nos ha traído la COVID-19, convocan a la unidad, mientras que otros optan por la polarización. Dirigentes como Angela Merkel están enfrentando la pandemia llamando a todos a la colaboración para sumar esfuerzos, mientras otros como Bolsonaro, o Trump, fieles a sus formas de gobernar desde la confrontación, atizan la división entre quienes los apoyan y los otros.

Es un lugar común afirmar que el estilo personal de gobernar de AMLO se basa en una estrategia de comunicación polarizante, que para sus fines ha sido una fórmula exitosa, porque le ayuda a mantener viva la adhesión de sus bases sociales. Se ha diferenciado tanto de sus antecesores de “la mafia del poder”, como de sus actuales opositores, etiquetados como conservadores y corruptos, individualistas, no humanistas, interesados solamente en no perder sus privilegios. AMLO los llama adversarios, pero abiertamente los desprecia y hasta los persigue.

La manifestación motorizada del pasado 30 de mayo para exigir la renuncia de AMLO es una expresión de la creciente polarización afectiva, que hoy experimentamos los mexicanos. De acuerdo con el politólogo español Mariano Torcal, la polarización afectiva está basada, más que en posturas políticas, en una separación basada en las identidades básicas que no dejan lugar para discusiones serias y documentadas sobre políticas, o sobre propuestas concretas de solución a los problemas que aquejan a las sociedades (El País, 30/05/2020). La categoría sirve para caracterizar nítidamente la polarización que nos afecta. 

La protesta que se replicó en 40 ciudades del país reveló la capacidad del llamado Frente Nacional Anti-AMLO (FRENA) para convocar a ciudadanos sobre todo de clase media que han venido acumulando su enojo con el gobierno de López Obrador porque sus principales políticas no sólo no los han contemplado, sino que declaradamente los han excluido y esta situación se ha exacerbado durante la pandemia. Este enfado social había estado presente vía bromas y burlas en redes sociales, pero ahora saltó a las calles.   

A primera vista, este tipo de protestas son propias de circunstancias de conflicto social o político, en las que los grupos inconformes sencillamente echan mano de su derecho cívico de manifestación, sin embargo, el problema en este caso está en que no hay condiciones claras para recoger los reclamos manifiestos y encontrar fórmulas para sortear el conflicto.

Hoy mismo, en España, se han organizado manifestaciones para solicitar la dimisión del Presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, que han sido convocadas por Vox, el partido de extrema derecha de reciente creación, que ya cuenta con representantes parlamentarios. Mientras en aquel caso, los convocantes son dirigentes políticos que buscan aprovechar los problemas de gestión del gobierno en el marco de la difícil situación económica que vive aquel país, derivada de la COVID-19, en el nuestro, FRENA es un conjunto de ciudadanos y organizaciones sociales articulados únicamente por la intención deliberada de manifestar su ira frente al gobierno de AMLO y su determinación de querer su salida y, por supuesto, de mostrar su músculo.   

La manifestación del sábado pasado buscaba evidenciar la capacidad del Frente para organizar a ciudadanos en rechazo a AMLO y ganar relevancia pública, de ahí que careciera de cualquier tipo de agenda o pliego petitorio. Tampoco se trataba de solicitar que se abriera un espacio de interlocución. La exigencia de que AMLO se retire del gobierno por su orientación comunista (sic), evidencia que detrás de la movilización sólo hay rabia y etiquetas ideológicas. Según el mensaje de uno de sus más visibles cabezas, el empresario Gilberto Lozano, se quería mostrar el potencial de visibilidad pública de la oposición al gobierno de AMLO, al margen de los partidos políticos. El desbordado nivel de pretensiones del Frente está en relación directa con la ofensa que los congrega. FRENA afirma tener el respaldo de 2 millones de mexicanos, y en función de ello sus dirigentes decidieron buscar el apoyo del gobierno norteamericano, al que enviaron una carta para informarle que AMLO está empeñado en establecer “una dictadura socialista conducida desde Cuba, con el apoyo de Venezuela”, por lo que le solicitan que Trump deje de considerar a AMLO como su amigo. 

No parece aconsejable que el gobierno menosprecie o ignore esta protesta abierta de grupos socialmente privilegiados que ya ganaron las calles y que, envalentonados, buscarán aprovechar la polarización en beneficio de su causa. Hay que recordar experiencias históricas de manifestaciones similares de clases medias como la chilena durante el gobierno de Salvador Allende, que sabemos fueron un factor que contribuyó a la desestabilización política del régimen. 

La respuesta inmediata vía redes sociales de dos dirigentes de Morena, Ricardo Monreal, jefe de la bancada en el Senado y el presidente del partido Ramírez Cuéllar vuelven a mostrar el escenario polarizado y la escasa importancia que le otorgan a la protesta. Ambos llaman a FRENA a abandonar sus discursos de odio y a ceñirse al marco legal para alcanzar su objetivo de sacar a AMLO del gobierno, esperando a las próximas elecciones de 2021 para manifestar su oposición en las urnas y posteriormente a principios de 2022, en la consulta de revocación de mandato. 

Este ambiente de polarización, en el que cada cual se aferra a sus identidades cristalizadas choca con cualquier posibilidad de que se escuchen unos a otros; impide que haya espacios para posiciones intermedias que puedan mediar entre el gobierno y sus adversarios, echando mano del capital humano, intelectual y político con que cuenta el país para eventualmente edificar un gran acuerdo nacional que el propio AMLO podría encabezar, pero que para ello se requiere de una señal clara de voluntad de conciliación.