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El debate público

El momento más desigual

Ricardo Becerra

La Crónica

18/01/2015

Uno tras otro, pasan por mi escritorio múltiples informes, balances del año que recién acabó. Y los datos, armados y dispuestos en conjunto, parecen dibujar un paisaje material sombrío porque es posible, muy posible, que México atraviese por su momento social más desigual.

El salario promedio de cotización mensual al IMSS ronda los 7 mil 332 pesos; el ingreso mensual por cabeza los 3 mil 100, y el ingreso laboral promedio los 2 mil 200 pesos. Todas estas cifras son menores, más bajas que las de ¡1992! (año en el que encontramos fuentes debidamente comparables). Abajo por 4 por ciento en el primer concepto; 8 por ciento en el segundo y abajo ¡en 20% por ciento! en el segundo.

En otras palabras: el ingreso líquido de los trabajadores y de las familias no solo se ha estancado, sino que ha retrocedido en las últimas dos décadas.

Así es, y así está el mundo, dirán los más liberales, pero no. Si vemos las comparaciones internacionales, hallamos que México se ha convertido en el país con la relación más regresiva entre ganancias de capital y salarios, comparado con cualquier otra economía de su tamaño, de su estadio productivo, de América Latina o de la OCDE una relación casi inversa a la que exhiben los países desarrollados, en los cuales la tercera parte del ingreso total le corresponde típicamente al capital y dos terceras a las remuneraciones de los trabajadores.

Aquí no: el 27 por ciento del ingreso total se lo lleva la enorme masa trabajadora, el 63 por ciento restante, los propietarios del capital.

Ok, ok, la OIT muestra otros datos: en los tres últimos años, Turquía mostraba una relación de ingresos al capital y a los salarios, aún más regresiva que la mexicana. Solo Turquía (Database ILOSTAT, OIT, 2013).

¿Estoy tejiendo con cifras y fuentes convenientes? Júzguenlo ustedes: en un estudio que explora las muchas maneras mediante las cuales la desigualdad acaba minando el crecimiento (2014), la OCDE muestra los tirones redistributivos en varios países. Una vez más -y por mucho- México escenifica el peor golpe desigualador de todas las naciones: el 10% más rico recibe una porción del ingreso, 30 veces más grande que el 10% más pobre.

Incluso países que vivieron directamente y con mayor intensidad la crisis financiera e hipotecaria, sin embargo, no alteraron tan drásticamente la estructura del ingreso nacional. México: más desigualador que Estados Unidos, que Turquía o que España.

Las leyes descubiertas por Piketty actúan aquí a sus anchas. Las “fuerzas fundamentales de divergencia” se mueven en México sin correcciones, sin paliativos, sin instituciones eficientes. Aquí no hay política de ingresos ni de rentas y mucho menos políticas de recuperación salarial.

Por eso, el 2014 siguió estrujando al conjunto de los sueldos. En la última década, cayó a la mitad el porcentaje de la población activa que recibe más de cinco salarios mínimos, de tal manera que hoy, el 93 por ciento de los trabajadores formales sobrevive con un ingreso que va de uno a cinco salarios mínimos.

Todos los informes que tengo sobre la mesa muestran que la crisis financiera mundial y sus efectos no terminaron a la vuelta de 2014. El hecho más dramático es que la nueva oleada de empobrecimiento canceló la reducción paulatina de la pobreza que, con todo, México había podido sostener luego de la crisis del tequila en 1994-95. La magnitud del daño causado por la crisis de 2009 y la débil respuesta estatal, exhibe a México como el país con mayores reducciones del ingreso de sus habitantes más pobres (-8.5 por ciento), sólo detrás de España.

Y una noticia adicional: hasta 2012, China seguía siendo la nación con la mano de obra más barata, pero sus salarios se incrementan a un ritmo anual de 10 por ciento desde hace una década y por eso, en diciembre del año 2014, nuestras percepciones acabaron siendo las más baratas de todas, oíganlo bien: más baratas que la mano de obra china con sus mil 300 millones de habitantes (OIT. ILO. Global Wage Database).

Más o menos así fue el año de las reformas estructurales, como gusta decir al presidente Peña sin ironía, el año “en que México se atrevió a cambiar”.