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El debate público

Escapar del presidencialismo mental (2)

Ricardo Becerra

La Crónica 

09/07/2017

Una de nuestras desgracias históricas fue y es, la importación del presidencialismo (a la norteamericana) que creó a los caudillos, a los hombres fuertes, a los conductores de la historia nacional, jefes de la pirámide imperial, a una concentración inusitada de poder y de facultades metaconstitucionales (Carpizo dixit) o —a la inversa— nos ha llevado a la alucinación de que basta con un hombre bueno y redentor, políticos que solos, lo pueden casi todo ¿Se acuerdan de aquel presidente que prometió resolver el conflicto de Chiapas en 15 minutos?

El politólogo Jorge Javier Romero ha explicado a detalle esa deriva política (Cambio de régimen. Nexos núm. 356, agosto, 2007), el Presidente fuerte, que resulta más y más impracticable conforme avanza la modernización social y se profundizan desigualdad y pluralismo. Es a tal punto inviable la idea de un presidencialismo concentrador que el escenario más probable al que nos encaminamos, es la elección nacional más fragmentada en muchas décadas.

El Presidente débil o muy acotado es una realidad desde Zedillo, y sólo en el pasaje del malhadado Pacto por México se pudo establecer una breve relación productiva entre el Presidente y el Congreso (y eso, con dificultades y bastantes resultados infelices).

Se ha propuesto la segunda vuelta, enanizar el Congreso, eliminar la representación proporcional o volver a la clausula de gobernabilidad como fórmulas para ampliar las capacidades presidenciales y su espacio de decisión y de gobierno.

Desde el año 2010, algunos sectores del PAN y del PRI imaginaron ese tipo de reformas al sistema electoral, es decir, hacerlo aún más restrictivo y bipartidista y de hecho, dieron ciertos pasos efectivos en esa dirección (por ejemplo, imponiendo la barrera mínima del 3 por ciento e impidiendo la formación y presentación de partidos nuevos en el año de elección presidencial). Con ello se nos dijo, queremos quitarnos al pluralismo artificial de encima para propiciar la gobernabilidad del Estado. Yo creo que si esa agenda y ese pensamiento avanzaran, su producto más probable sería, por el contrario, aumentar la exclusión y el rechazo del sistema y de los resultados mismos, poniendo en cuestión la verdadera capacidad representativa del Estado… representativo.

Me parece que la tarea ahora, consiste en abrir las posibilidades de la buena política, hacerse cargo del pluripartidismo real y entrar de lleno a la política de coalición.

Por lo demás, es la única herramienta disponible en la Constitución federal para que no regresemos al libreto de esa democracia desdichada y sin objetivos. La política de coalición digo, tomada muy en serio.

La vida misma del país ha forjado por fin esa conciencia, así sea germinal. Entre el enorme rechazo al PRI y los temores (fundados o no) sobre Morena y su principal dirigente, se abre un espacio cuyo curso —éxito o fracaso— derivará en dos sopas: pulverización institucional y regional de la votación o la forja de una alianza necesariamente difícil porque ha de ser necesariamente pluralista.

Hace ya 7 años, el Instituto de Estudios para la Transición Democrática había alegado por ese tipo de construcción política, absolutamente inexplorada en nuestra historia. Veíamos cuatro requisitos: 1) El acercamiento formal, sistemático y programático entre partidos, previo a las elecciones; 2) Una vez iniciado el acercamiento, redefinir de manera conjunta las prioridades y el programa mismo de gobierno; 3) comprometer al mismo tiempo determinadas carteras en el gobierno (de ganar), y 4) asegurar los votos de los diputados y senadores de los partidos aliados en un puñado de decisiones clave (Equidad Social y Parlamentarismo. IETD-Siglo XXI editores, 2011).

Ese hecho político —aunque se quede como un primer esfuerzo genuino— abriría a su vez, una nueva época en México: nuestra democracia no será gobernable si los ganadores (sea el que sea) no reconocen la necesidad de compartir el poder. Es decir: exactamente lo contrario al conjunto de premisas que a lo largo de la historia, han cuajado nuestro presidencialismo mental.