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La cultura democrática es la cultura para entender al otro

DISCURSO DEL PRESIDENTE OBAMA EN LA CEREMONIA DE GRADUACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE MICHIGAN

1 de mayo de 2010

Buenas tardes, Presidente Coleman, Junta Directiva, profesores, padres, familiares y amigos de la generación del 2010. ¡Felicitaciones por su graduación!, y gracias por permitirme el honor de ser parte de ella. Permítanme reconocer a su maravillosa gobernadora, Jennifer Granholm, a su alcalde, Juan Hieftje, y a todos los miembros del Congreso que están hoy aquí.

Es un privilegio estar con ustedes en esta ocasión tan especial, y ya saben, es bueno pasar un poco de tiempo fuera de Washington. Ahora bien, no me malinterpreten, Washington es una ciudad hermosa. Es muy bueno, vivir «a la vuelta de la esquina», ya que no se puede pelear con el tráfico. Es sólo, que en ocasiones, todo lo que escuchas en Washington es el clamor de la política. Y todo ese ruido puede sofocar las voces de las personas por las que estas allí. Así que cuando asumí el cargo, decidí que cada noche leería 10 cartas de las miles que nos envían los estadounidenses todos los días esto es mi modesto esfuerzo para recordarme el motivo por el que contendí a la Presidencia.

Algunas de estas cartas cuentan historias de dolor y lucha. Algunos expresan gratitud, algunas expresar enojo. Yo diría que en tres de ellas, me llaman idiota y es así como sé que estoy haciendo una buena muestra, representativa. (Risas y aplausos.) Algunas de las cartas te hacen pensar, como la que recibí el mes pasado de un estudiante de preescolar en Virginia.

En su momento, el profesor de esta clase pidió a los estudiantes que me hicieran cualquier pregunta, la que ellos quisieran. Así que uno me preguntó: ¿Cómo le va en su trabajo?, otro preguntó, ¿Trabaja usted mucho? Alguien quería saber si uso una chaqueta negra o si tengo barba claramente me estaban confundiendo con “otro hombre alto” de Illinois. . Una de mis favoritas fue la de un niño que quería saber si yo vivía al lado de un volcán. Todavía estoy tratando procesar esta pregunta. Me gustó mucho esta carta.

Pero fue la última pregunta, de la carta del último estudiante, la que me dejo pensando. El estudiante me preguntó: ¿Esta siendo la gente agradable?

Bueno, si uno ve las noticias de la televisión del día de hoy, de ayer, de la semana pasada, o de un mes atrás particularmente la de algunos canales de televisión por cable uno puede ver el porqué incluso un estudiante de preescolar haría esta pregunta . Tenemos políticos llamándose con toda clase de calificativos poco halagadores. Declaraciones y conversaciones en las que solamente se gritan unos a otros. Los medios de comunicación tienden a engrandecer cada indirecta o indicio de conflicto, porque esto hace la historia más atractiva lo que significa, que (los políticos) que deseen recibir cobertura por parte de los medios, se sientan obligados a realizar declaraciones lo más incendiarias y escandalosas posibles.

Ahora, algo de esta situación se puede atribuir al momento increíblemente difícil en el cual nos encontramos como nación. El hecho es, que hoy que terminan (la universidad), buscarán trabajo en una economía que todavía está saliendo de la peor crisis (de la historia) desde la Gran Depresión. Ustedes viven en un siglo en donde la velocidad con la que se mueven los trabajos y la industria alrededor del mundo, está forzando a Estados Unidos a competir como nunca antes. Ustedes educarán a sus hijos en un momento en que las amenazas como el terrorismo y el cambio climático no se limitan a las fronteras de ningún país. Y en un mundo en el que todo está más conectado y parece más pequeño (cercano), vivirán y trabajaran cada vez más, con personas que no piensan y lucen como ustedes.

Realmente disfruté el discurso de Alex (estudiante de la generación 2010) porque eso es un gran cambio. Y todos estos cambios, todos estos desafíos, causan inevitable una cierta tensión en la política. Hacen que las personas se preocupen y se inquieten por su futuro.

Por ello considero importante que mantengamos cierta perspectiva histórica. Desde nuestra fundación, la política de Estados Unidos nunca ha sido un negocio particularmente agradable. Y siempre ha sido menos gentil durante épocas de grandes cambios. Un periódico del partido de oposición en una ocasión publicó que si Thomas Jefferson era electo, “El asesinato, el robo, la violación, el adulterio y el incesto serían practicados y enseñados abiertamente”. Nada sutil. Los oponentes de Andrew Jackson a menudo se referían a su madre como una “prostituta de los comunes”, lo cual parece un poco extremo. Presidentes desde Teddy Roosevelt hasta Lyndon Johnson han sido acusados de promover el socialismo o peor. Y hemos tenido discusiones entre políticos que han sido colocados como verdaderos combates. Hubo en una ocasión una lata en el piso del Senado estoy feliz de decir que no estuve ahí . Esto fue unos años atrás .

El punto es, la política nunca ha sido para los sensibles o para los débiles, y si se entra a la arena, uno debe esperar el desacuerdo, la aspereza. Más aun, la democracia en una nación de más de 300 millones de personas es profundamente difícil. Siempre ha sido escandalosa, sucia, problemática y complicada. Hemos luchado acerca del rol y del tamaño apropiado del gobierno desde el día en que los fundadores lo pensaron en Filadelfia. Hemos luchado sobre el significado de la libertad individual y de la igualdad desde la Declaración de los Derechos Humanos. Tal como nuestra economía ha cambio de la agricultura a la industria, a la información, a la tecnología, hemos discutido y hemos luchado en cada coyuntura, sobre la mejor forma de garantizar que todos los nuestros ciudadanos tengan al menos una oportunidad.

Entonces, antes de estemos demasiado deprimidos sobre la situación actual de nuestra política, recordemos nuestra historia. Los grandes debates de nuestro pasado han estado envueltos de grandes pasiones. Todos han hecho a alguien enojarse, y al menos uno nos ha llevado a una terrible guerra. Lo que es asombroso es que a pesar de todo el conflicto, a pesar de todos sus defectos y frustraciones, nuestro experimento de democracia ha funcionado mejor que cualquier otra forma de gobierno en el mundo.

En el último día de la Convención Constitucional, Benjamin Franklin fue cuestionado, con la ya conocida pregunta, ¿Bien Doctor, qué hemos conseguido una república o una monarquía? Y Franklin respondió, con la ya multicitada frase, “Una república, si podemos conservarla”. “Si podemos conservarla”.

Bien, por más de 200 años, lo hemos logrado. Con Revolución, con Guerra Civil, nuestra democracia ha sobrevivido. Con la Depresión y la Guerra Mundial, ha prevalecido. Con períodos de gran malestar social y económico, desde la guerra civil por los derechos de las mujeres, nos ha permitido lentamente, y en ocasiones dolorosamente, seguir hacia una unión más perfecta.

Y ahora, generación del 2010, la pregunta para su generación es ésta: ¿Cómo mantendrán su democracia? En un momento en el que nuestros desafíos parecen tan grandes y nuestra política tan pequeña, ¿Cómo mantendrán nuestra democracia viva y vibrante?; ¿Cómo la mantendrán en este siglo?

No estoy aquí para ofrecer un gran marco teórico o una detallada propuesta política. Pero permítanme compartirles algunas breves reflexiones basadas en mi experiencia y en la experiencia de nuestro país durante los dos últimos siglos.

En primer lugar, nuestra democracia ha prosperado porque hemos reconocido la necesidad de un gobierno, que si bien limitado, nos permite adaptarnos a este mundo cambiante. El monumento de Jefferson contiene una cita que recuerdo haber leído a mi hija durante nuestra primera visita a ese lugar. Dice, “No soy un precursor de los cambios frecuentes en las leyes, en las constituciones, pero… con el cambio de las circunstancias, las instituciones deben avanzar para hacer frente al paso del tiempo”.

La democracia diseñada por Jefferson y los fundadores nunca fue pensada para solucionar cada uno de los problemas, con una nueva ley o un nuevo programa. Fuera de la tiranía del Imperio Británico, los primeros americanos fueron comprensiblemente escépticos del gobierno. Y desde entonces hemos sostenido la creencia de que el gobierno no resuelve todas las respuestas, y hemos acariciado y defendido ferozmente nuestra libertad individual. Es una de las cadenas del ADN de nuestra nación.

Pero la otra línea (cadena) es la creencia de que hay algunas cosas que sólo podemos hacer juntos, como una sola nación y que nuestro gobierno debe adaptarse al paso del tiempo. Cuando Estados Unidos se expandió de algunas colonias a todo un continente, y necesitábamos una manera de llegar al Pacífico, nuestro gobierno ayudó a construir los ferrocarriles. Cuando transitamos de una economía basada en la agricultura a una basada en la industria, y los trabajadores necesitaron nuevas habilidades y entrenamiento, nuestra nación estableció un sistema de preparatorias públicas. Cuando los mercados se cayeron durante la Depresión y las personas perdieron los ahorros de toda la vida, nuestro gobierno puso en marcha un conjunto de reglas y salvaguardias para asegurarse que una crisis así, no ocurriera de nuevo, y puso una red de seguridad para asegurarse de que nuestros adultos mayores no se empobrecieran de la forma en que lo habían hecho. Y dado a que nuestros mercados y sistemas financieros han evolucionado desde entonces, ahora estamos poniendo en marcha nuevas reglas y salvaguardias para proteger al pueblo estadounidense.

Ahora, esta noción esta noción, generación del 2010, no siempre ha sido partidaria. Fue el primer Presidente Republicano, Abraham Lincoln, quien dijo que el rol del gobierno es hacer para la gente lo que no puede hacer mejor para sí mismos. Y puso en marcha el primer ferrocarril intercontinental y fue el primero en donar espacios (terrenos) para las universidades. Fue otro republicano, Teddy Roosevelt, quien dijo: “el fin último del gobierno es el bienestar de la gente”. Y es recordado por usar el poder del gobierno para terminar con monopolios y establecer nuestro Sistema de Parques Nacionales (National Park system). . El democráta Lyndon Johnson anunció la Gran Sociedad (the Great Society) durante una ceremonia de graduación, aquí en la Universidad de Michigan, pero fue el Presidente Republicano, Dwight Eisenhower quien puso en marcha el sistema nacional de carreteras.

Por supuesto, siempre ha habido quienes se han opuesto a tales esfuerzos. Argumentando que la intervención del gobierno es generalmente ineficaz; que restringe la libertad individual y aminora su empuje. Y en algunos casos, eso ha sido cierto. Durante muchos años, tuvimos un sistema de bienestar que con demasiada frecuencia desmotivo a las personas para tomar responsabilidad de su propio crecimiento socioeconómico. A veces, hemos descuidado el papel de los padres; no el gobierno, en la labor de la educación de los niños. Y a veces la regulación falla, y en ocasiones sus beneficios no justifican sus costos.

Pero lo que me molesta es cuando oigo a la gente decir que todo lo del gobierno es inherentemente malo. Uno de los señalamientos, de mis favoritos, durante el debate sobre la salud era el que decía: «mantén las manos del gobierno fuera de mi seguro médico», , que en esencia quiere decir, «Mantén al gobierno fuera de mi plan de salud pública». .

Cuando hablan de nuestro gobierno como una clase de amenaza, que amenaza la identidad extranjera, no se tiene en cuenta el hecho de que en nuestra democracia, nosotros somos el gobierno. Nosotros, el pueblo, tenemos en nuestras manos el poder de elegir a nuestros líderes y cambiar nuestras leyes, y definir nuestro destino.

El gobierno son las políticas que protegen a nuestras comunidades, y los y las militares que nos defienden en el extranjero . El gobierno son los caminos y carreteras sobre los que conducen y los límites de velocidad que nos mantienen a salvo. El gobierno asegura que las minas se rijan de acuerdo a las normas de seguridad y que los derrames de petróleo sean removidos (eliminados) por las compañías que los causaron. El gobierno es esta extraordinaria universidad pública un lugar en el que se está realizando investigación para salvar vidas, y catalizar el crecimiento económico, y egresando estudiantes que cambiarán el mundo que les rodea en pequeña o gran escala. (Aplauso)

La verdad es, que el debate que hemos tenido durante décadas, ahora entre más gobierno y menos gobierno, realmente no encaja en los tiempos que vivimos. Sabemos que “gobierno en exceso” puede lapidar la competencia, cuarta nuestra elección y nos endeuda. Pero también hemos visto con claridad los peligros de “poco gobierno” como cuando la falta de rendición de cuentas en Wall Street casi colapsa toda nuestra economía.

Así que, generación del 2010, lo que debemos preguntarnos no es si necesitamos un “gobierno grande” o un “gobierno pequeño”, pero sí el cómo podemos crear un gobierno mejor y más inteligente. Porque en la era de los iPods y Tivo (televisión a la carta), donde tenemos más opciones que nunca a pesar de que no se usar mucho de estas cosas, pero tengo una persona de 23 años que lo hace por mí. El gobierno no debe tratar de dictar sus vidas. Pero sí el darles las herramientas que necesitan para tener éxito. El gobierno no debe tratar de garantizar los resultados, pero debe garantizar que cada estadounidense tenga su oportunidad, si está dispuesto a trabajar duro. .

Así que, sí, podemos y debemos debatir el papel del gobierno en nuestras vidas. Pero recuerden, así como se les pide afrontar los retos de nuestro tiempo, recuerden que nuestra capacidad para adaptar nuestro gobierno a las necesidades, de su tiempo, ha contribuido a que nuestra democracia funcione desde sus inicios.

Ahora, la segunda manera de tener a nuestra democracia sana, es manteniendo un nivel básico de civismo en nuestro debate público. . Las discusiones que estamos teniendo sobre el gobierno, el cuidado de la salud, la guerra y los impuestos son discusiones con posturas serias. Deben despertar las pasiones de la gente, y es importante para todos el participar en el debate, con todo el vigor que un pueblo libre requiere para mantenerse de esa manera.

Pero no podemos esperar resolver nuestros problemas si lo que hacemos es destrozarnos unos a los otros. Se puede estar en desacuerdo con cierta política sin necesidad de demonizar a la persona que lo expuso. Se puede poner en duda el punto de vista o juicios de otros sin necesidad de poner en duda sus motivos o su patriotismo. Difundir acusaciones de “socialista”, “fascista” puede servir para acaparar los titulares, pero también tienen el efecto de comparar nuestro gobierno, a nuestros adversarios políticos, con regímenes totalitarios y hasta sangrientos.

Ahora, ya hemos visto este tipo de política en el pasado. Ha sido practicada por ambos extremos del espectro ideológico, por la izquierda y la derecha, desde la fundación de nuestra nación. Pero está empezando a colocarse en el centro de nuestra discusión. Y el problema con esto, no son los sentimientos o egos heridos de los funcionarios públicos objeto de críticas. Recuerden, ellos lo decidieron. Michelle siempre me recuerda eso. El problema es que este tipo de descalificaciones y exceso de retórica cierra la puerta a la posibilidad del compromiso. Socava la deliberación democrática. Impide el aprendizaje ya que, después de todo, ¿por qué deberíamos escuchar a un fascista o un socialista, a un liberal o a un conservador?

Se hace casi imposible para quienes están legitimados para hacerlo, pero con diferencias tan polarizadas, el sentarse en la misma mesa y discutir los temas a fondo. Se nos priva de un debate racional y serio, el que necesitamos tener sobre los grandes retos que enfrentamos como nación. Se embrutece nuestra cultura, y lo peor, se envían señales a los elementos más extremos de nuestra sociedad de que tal vez la violencia es una respuesta justificable.

Entonces, ¿qué hacemos? Como puedo observar, después de un año en la Casa Blanca, cambiar este tipo de política no es fácil. Y parte del civismo que requerimos, es recordar la simple lección que la mayoría de nosotros aprendimos de nuestros padres: trata a los demás como te gustaría ser tratado, con cortesía y respeto. Pero el civismo en esta época también requiere de algo más que el sólo preguntarnos si podemos estar juntos.

Hoy en día, las 24 horas de los 7 días de la semana, las cámaras amplifican fragmentos “provocadores” de discursos, de manera más intensa y rápida que nunca. Y esto también nos ha dado una elección sin precedentes. En donde la mayoría de los estadounidenses se informaban de las noticias en los mismos tres canales durante la cena, o de algunos periódicos influyentes el domingo, ahora pueden informarse desde “n” cantidad de blogs o sitios web o noticias por cable. Y esto puede tener tanto cosas buenas como malas para el desarrollo de la democracia. Si elegimos sólo exponernos a las opiniones y puntos de vista que están en consonancia con las nuestras, los estudios sugieren que nos volvemos más polarizados. Esto sólo reforzará y hará más profunda las divisiones políticas en el país.

Pero si elegimos buscar activamente información que desafíe nuestros supuestos y nuestras creencias, tal vez podamos comenzar a entender a las personas que no están de acuerdo con lo que nosotros pensamos.

Ahora, esto requiere que nos pongamos de acuerdo sobre un cierto conjunto de hechos para debatir. Es por eso que necesitamos noticieros más vibrantes y prósperos, independientes de los líderes de opinión y presentadores de noticias . Es por eso que necesitamos una ciudadanía educada, que valore las pruebas contundentes y no sólo la aseveración . Como el senador Daniel Patrick Moynihan dijo una vez: “todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”

Sin embargo, si usted es alguien que solamente lee los editoriales de The New York Times, traté de leer de vez en cuando los editoriales de The Wall Street Journal. Si es fan de Glenn Beck o Rush Limbaugh, traté de leer unas cuantas columnas en el sitio web del Huffington Post. Quizá le hagan hervir la sangre, quizá no le cambien su forma de pensar, pero la práctica de escuchar los puntos de vistas opuestos es esencial para ser un verdadero ciudadano. Es fundamental para nuestra democracia.

Y así también lo es, la práctica de participar en diferentes experiencias con diferentes tipos de personas. Veo esta generación (de estudiantes) y me doy cuenta que durante cuatro años en (la Universidad de) Michigan, han estado expuestos a diversos pensadores, investigadores, profesores y estudiantes. Y no se hace estrecha esta exposición intelectual sólo porque terminan la universidad. En lugar de esto, traté de expandirla.

Si creció en una gran ciudad, pasé algún tiempo con alguien que se crió en una zona rural. Si usted sólo se relaciona con gente de su misma religión, etnia o clase, relaciónese con personas que tengan un origen o experiencias de vida distinta al suyo. Aprenderá a “ponerse en los zapatos de otro” y en el proceso, ayudará a que la democracia funcione.

Lo que me lleva al último ingrediente para que la democracia funcione, quizás es el más básico y ya lo he mencionado es la participación.

Generación del 2010, yo entiendo que un efecto del clima ofensivo de la política actual es el desalentar la participación en la vida pública. Si todo lo que ven en la televisión son insultos, si todo lo que escuchan es que intereses políticos y partidarios impiden que el gobierno pueda llevar a cabo su tarea, podrían pensar: ¿Cuál es el sentido de involucrarme?

Este es el punto. Cuando no prestamos mucha atención a las decisiones tomadas por nuestros dirigentes, cuando no somos capaces de informarnos sobre los grandes temas del día, cuando decidimos no hacer que nuestras voces y opiniones sean escuchadas, es cuando la democracia deja de funcionar, es cuando se abusa del poder. Es cuando las voces más extremas de nuestra sociedad llena el vacío que hemos dejado. Es cuando los intereses (políticos, económicos, etc.) tienen facilidad de acceder a la toma de decisiones, al poder porque ninguno de nosotros estamos ahí para hablar y detenerlos.

Participar en la vida pública no significa que todos debamos competir a un cargo público aunque sin duda pudiéramos tener “nuevas caras” en Washington. Pero sí significa que debiera prestar atención y contribuir de cualquier forma en la que pueda. Mantenerse informado. Escribir cartas o hacer llamadas telefónicas en relación a un tema que le interese. Si la política electoral no es lo suyo, continué con la tradición que muchos de ustedes comenzaron aquí en Michigan y encuentren su manera de servir a su comunidad y su país un acto que le ayudará a mantenerse conectado con sus conciudadanos y mejorar la vida de quienes los rodean.

Fue hace 50 años cuando un candidato joven a la presidencia vino a Michigan y pronunció un discurso que inspiró uno de los proyectos de servicios de mayor éxito en la historia de Estados Unidos. Tal y como John F. Kennedy describió los ideales, detrás de lo que se convertiría en el Cuerpo de Paz, lanzó un reto a los estudiantes que se habían reunido en Ann Arbor en esa noche de octubre: «de su voluntad de contribuir parte de su vida a este país» dijo: “dependerá la respuesta de si una sociedad libre puede competir. Creo que puede.”

La democracia que tenemos es admirable. Independientemente de todos los argumentos, todas las dudas y todo el cinismo que está presente en nuestros días, no debemos olvidar que como estadounidenses, gozamos de más libertades y oportunidades que los ciudadanos en cualquier otra nación en el mundo. Somos libres de culto y de expresar lo que pensamos. Somos libres de elegir a nuestros líderes y criticarlos si nos han decepcionado. Tenemos la oportunidad de obtener una educación, trabajar duro y dar a nuestros hijos una vida mejor.

Nada de esto fue fácil. Nada de esto fue predestinado. Los hombres y mujeres que se sentaron en las sillas en las que ustedes están, hace 10, 50 o 100 años atrás, hicieron posible nuestro país; a través de su trabajo, tenacidad, imaginación y fe. Su éxito y el éxito de Estados Unidos, nunca fue dado por hecho. Y no hay ninguna garantía de que los estudiantes que estén sentados en estas mismas sillas, en 10 años más, o dentro de 50 o 100 años, podrán disfrutar de las mismas libertades y oportunidades que ustedes. Ustedes también tendrán que esforzarse. Ustedes también, tendrán que ir más allá de los límites de lo que parece posible. Porque la verdad es, que el destino de nuestra nación nunca ha sido seguro.

Lo que es cierto lo que siempre ha sido as es la capacidad de trazar nuestro destino. Esto es lo que nos hace diferentes. Es lo que nos hace estadounidenses nuestra capacidad, al final del día, para mirar más allá de todas nuestras diferencias y todos nuestros desacuerdos y aun así, forjar un futuro en común. La tarea está ahora en sus manos, como lo está la respuesta a la pregunta planteada en esta universidad hace 50 años, acerca de si una sociedad libre todavía puede competir.

Si están dispuestos, como las generaciones pasadas lo estaban, a aportar parte de su vida a la vida de este país, entonces yo, como el Presidente Kennedy, creo que sí podemos. Porque creo en ustedes.

Hace unas semanas Barak Obama, Presidente de los Estados Unidos, pronunció este discurso en la Universidad de Michigan. Es un alegato importante sobre el basamento mental de un régimen libre y abierto, es decir, sobre la cultura cívica que ha de acompañar los hábitos y los reflejos de las personas para que la democracia funcione. Lejos de imponer un catecismo o un “deber ser” a los ciudadanos, Obama apuesta por enseñar a entender lo distinto; enseñar a debatir; enseñar a controvertir y convivir en pluralismo. Un texto que cae como anillo al dedo al planteamiento programático del IETD, traducido eficazmente al español, por Claudia Garza Urquidi.

 

 

SPEECH OF PRESIDENT OBAMA. GRADUATION CEREMONY. MICHIGAN UNIVERSITY

May 10th, 2010

I am happy to join you all today, and even happier to spend a little time away from Washington. Don’t get me wrong  it’s a beautiful city. And it sure is nice living above the store; can’t beat the commute. It’s just that sometimes, all you hear in Washington is the clamor of politics  a noise that can drown out the voices of the people who sent you there. So when I took office, I decided that each night, I would read ten letters out of the thousands sent to us every day by ordinary Americans – a modest effort to remind myself of why I ran in the first place.

Some of these letters tell stories of heartache and struggle. Some express gratitude, and some express anger. Some call me an idiot, which is how you know I’m getting a good sample. And some of the letters make you think, like the one I received last month from a kindergarten class in Virginia.

The teacher of this class instructed the students to ask me any question they wanted. One asked, «How do you do your job?» Another asked, «Do you work a lot?» Somebody wanted to know if I wear a black jacket or if I have a beard  clearly getting me mixed up with that other guy from Illinois. And then there was my favorite: «Do you live next to a volcano?»

But it was the last question in the letter that gave me pause. The student asked, «Are people being nice?»

Well, if you turn on the news today  particularly one of the cable channels  you can see why even a kindergartener would ask this question. We’ve got politicians calling each other all sorts of unflattering names. Pundits and talking heads shout at each other. The media tends to play up every hint of conflict, because it makes for a sexier story  which means anyone interested in getting coverage feels compelled to make the most outrageous comments.

Now, some of this can be attributed to the incredibly difficult moment in which we find ourselves as a nation. When you leave here today, you will search for work in an economy that is still emerging from the worst crisis since the Great Depression. You live in a century where the speed with which jobs and industries move across the globe is forcing America to compete like never before. You will raise your children at a time when threats like terrorism and climate change aren’t confined within the borders of any one country. And as our world grows smaller and more connected, you will live and work with more people who don’t look like you or think like you or come from where you do.

These kinds of changes and challenges cause tension. They make people worry about the future and sometimes they get folks riled up.

In fact, this isn’t a new phenomenon. Since the days of our founding, American politics has never been a particularly nice business  and it’s always been a little less gentle during times of great change. A newspaper of the opposing party once editorialized that if Thomas Jefferson were elected, «Murder, robbery, rape, adultery, and incest will be openly taught and practiced.» Not subtle. Opponents of Andrew Jackson often referred to his mother as a «common prostitute,» which seems a bit over the top. Presidents from Teddy Roosevelt to Lyndon Johnson have been accused of promoting socialism, or worse. And we’ve had arguments between politicians that have been settled with actual duels. There was even a caning once on the floor of the United States Senate  which I’m happy to say didn’t happen while I was there.

The point is, politics has never been for the thin skinned or the faint of heart, and if you enter the arena, you should expect to get roughed up.

Moreover, democracy in a nation of more than three hundred million people is inherently difficult. It has always been noisy and messy; contentious and complicated. We have been fighting about the proper size and role of government since the day the Framers gathered in Philadelphia. We have battled over the meaning of individual freedom and equality since the Bill of Rights was drafted. As our economy has shifted emphasis from agriculture to industry to information and technology, we have argued and struggled at each and every juncture over the best way to ensure that all of our citizens have a shot at opportunity.

So before we get too down on the current state of our politics, we need to remember our history. The great debates of the past all stirred great passion. They all made some angry. What is amazing is that despite all the conflict; despite all its flaws and frustrations, our experiment in democracy has worked better than any other form of government on Earth.

On the last day of the Constitutional Convention, Benjamin Franklin was famously asked, «Well, Doctor, what have we got  a Republic or a Monarchy?» And Franklin gave an answer that’s been quoted for ages: «A Republic, if you can keep it.»

Well, for more than two hundred years, we have kept it. Through revolution and civil war, our democracy has survived. Through depression and world war, it has prevailed. Through periods of great social and economic unrest, from civil rights to women’s rights, it has allowed us slowly, and sometimes painfully, to move towards a more perfect union.

And now the question for your generation is this: how will you keep our democracy going? At a moment when our challenges seem so big and our politics seem so small, how will you keep our democracy alive and well in this century?

I’m not here to offer some grand theory or detailed policy prescription. But let me offer a few brief reflections based on my own experiences and the experiences of our country over the last two centuries.

First, American democracy has thrived because we have recognized the need for a government that, while limited, can still help us adapt to a changing world. On the fourth panel of the Jefferson Memorial is a quote I remember reading to Sasha during our first visit there. It says, «I am not an advocate for frequent changes in laws and constitutions, but…with the change of circumstances, institutions must advance also to keep pace with the times.»

The democracy designed by Jefferson and the other founders was never intended to solve every problem with a new law or a new program. Having thrown off the tyranny of the British Empire, the first Americans were understandably skeptical of government. Ever since, we have held fast to the belief that government doesn’t have all the answers, and we have cherished and fiercely defended our individual freedom. That is a strand of our nation’s DNA.

But the other strand is the belief that there are some things we can only do together, as one nation  and that our government must keep pace with the times. When America expanded from a few colonies to an entire continent, and we needed a way to reach the Pacific, our government helped build the railroads. When we transitioned from an economy based on farms to one based in factories, and workers needed new skills and training, our nation set up a system of public high schools. When the markets crashed during the Depression and people lost their life savings, our government put in place a set of rules and safeguards to make sure that such a crisis never happened again. And because our markets and financial system have evolved since then, we’re now putting in place new rules and safeguards to protect the American people.

This notion hasn’t always been partisan. It was the first Republican President, Abraham Lincoln, who said that the role of government is to do for the people what they cannot do better for themselves. He would go on to begin that first intercontinental railroad and set up the first land-grant colleges. It was another Republican, Teddy Roosevelt, who said that «the object of government is the welfare of the people.» He is remembered for using the power of government to break up monopolies, and establishing our National Park system. Democrat Lyndon Johnson announced the Great Society during a commencement here at Michigan, but it was the Republican president before him, Dwight Eisenhower, who launched the massive government undertaking known as the Interstate Highway System.

Of course, there have always been those who’ve opposed such efforts. They argue that government intervention is usually inefficient; that it restricts individual freedom and dampens individual initiative. And in certain instances, that’s been true. For many years, we had a welfare system that too often discouraged people from taking responsibility for their own upward mobility. At times, we’ve neglected the role that parents, rather than government, can play in cultivating a child’s education. Sometimes regulation fails, and sometimes its benefits do not justify its costs.

But what troubles me is when I hear people say that all of government is inherently bad. One of my favorite signs from the health care debate was one that read «Keep Government Out Of My Medicare,» which is essentially like saying «Keep Government Out Of My Government Run Health Care.» For when our government is spoken of as some menacing, threatening foreign entity, it conveniently ignores the fact in our democracy, government is us. We, the people, hold in our hands the power to choose our leaders, change our laws, and shape our own destiny.

Government is the police officers who are here protecting us and the service men and women who are defending us abroad. Government is the roads you drove in on and the speed limits that kept you safe. Government is what ensures that mines adhere to safety standards and that oil spills are cleaned up by the companies that caused them. Government is this extraordinary public university  a place that is doing life saving research, catalyzing economic growth, and graduating students who will change the world around them in ways big and small.

The truth is, the debate we’ve had for decades between more government and less government doesn’t really fit the times in which we live. We know that too much government can stifle competition, deprive us of choice, and burden us with debt. But we’ve also seen clearly the dangers of too little government  like when a lack of accountability on Wall Street nearly led to the collapse of our entire economy.

So what we should be asking is not whether we need a «big government» or a «small government,» but how we can create a smarter, better government. In an era of iPods and Tivo, where we have more choices than ever before, government shouldn’t try to dictate your lives. But it should give you the tools you need to succeed. Our government shouldn’t try to guarantee results, but it should guarantee a shot at opportunity for every American who’s willing to work hard.

The point is, we can and should debate the role of government in our lives, but remember, as you are asked to meet the challenges of our time, that the ability for us to adapt our government to the needs of the age has helped make our democracy work since its inception.

The second way to keep our democracy healthy is to maintain a basic level of civility in our public debate. These arguments we’re having over government and health care and war and taxes are serious arguments. They should arouse people’s passions, and it’s important for everyone to join in the debate, with all the rigor that a free people require.

But we cannot expect to solve our problems if all we do is tear each other down. You can disagree with a certain policy without demonizing the person who espouses it. You can question someone’s views and their judgment without questioning their motives or their patriotism. Throwing around phrases like «socialist» and «Soviet-style takeover;» «fascist» and «right-wing nut» may grab headlines, but it also has the effect of comparing our government, or our political opponents, to authoritarian, and even murderous regimes.

Again, we have seen this kind of politics in the past. It’s been practiced by both fringes of the ideological spectrum, by the left and the right, since our nation’s birth. The problem with it is not the hurt feelings or the bruised egos of the public officials who are criticized.

The problem is that this kind of vilification and over-the-top rhetoric closes the door to the possibility of compromise. It undermines democratic deliberation. It prevents learning – since after all, why should we listen to a «fascist» or «socialist» or «right wing nut?» It makes it nearly impossible for people who have legitimate but bridgeable differences to sit down at the same table and hash things out. It robs us of a rational and serious debate that we need to have about the very real and very big challenges facing this nation. It coarsens our culture, and at its worst, it can send signals to the most extreme elements of our society that perhaps violence is a justifiable response.

So what can we do about this? As I’ve found out after a year in the White House, changing this type of slash and burn politics isn’t easy. And part of what civility requires is that we recall the simple lesson most of us learned from our parents: treat others as you would like to be treated, with courtesy and respect.

But civility in this age also requires something more.

Today’s twenty-four seven echo chamber amplifies the most inflammatory soundbites louder and faster than ever before. It has also, however, given us unprecedented choice. Whereas most of America used to get their news from the same three networks over dinner or a few influential papers on Sunday morning, we now have the option to get our information from any number of blogs or websites or cable news shows.

This development can be both good and bad for democracy. For if we choose only to expose ourselves to opinions and viewpoints that are in line with our own, studies suggest that we will become more polarized and set in our ways. And that will only reinforce and even deepen the political divides in this country. But if we choose to actively seek out information that challenges our assumptions and our beliefs, perhaps we can begin to understand where the people who disagree with us are coming from.

This of course requires that we all agree on a certain set of facts to debate from, and that is why we need a vibrant and thriving news business that is separate from opinion makers and talking heads. As Senator Daniel Patrick Moynihan famously said, «Everyone is entitled to his own opinion, but not his own facts.»

Still, if you’re someone who only reads the editorial page of The New York Times, try glancing at the page of The Wall Street Journal once in awhile. If you’re a fan of Glenn Beck or Rush Limbaugh, try reading a few columns on the Huffington Post website. It may make your blood boil; your mind may not often be changed. But the practice of listening to opposing views is essential for effective citizenship.

So too is the practice of engaging in different experiences with different kinds of people. For four years at Michigan, you have been exposed to diverse thinkers and scholars; professors and students. Do not narrow that broad intellectual exposure just because you’re leaving here. Instead, seek to expand it. If you grew up in a big city, spend some time with some who grew up in a rural town. If you find yourself only hanging around with people of your race or your ethnicity or your religion, broaden your circle to include people who’ve had different backgrounds and life experiences. You’ll learn what it’s like to walk in someone else’s shoes, and in the process, you’ll help make this democracy work.

The last ingredient in a functioning democracy is perhaps the most basic: participation.

I understand that one effect of today’s poisonous political climate is to push people away from participation in public life. If all you see when you turn on the television is name calling; if all you hear about is how special interest lobbying and partisanship prevented Washington from getting something done, you might think to yourself, «What’s the point of getting involved?»

The point is, when we don’t pay close attention to the decisions made by our leaders; when we fail to educate ourselves about the major issues of the day; when we choose not to make our voices and opinions heard, that’s when democracy breaks down. That’s when power is abused. That’s when the most extreme voices in our society fill the void that we leave. That’s when powerful interests and their lobbyists are most able to buy access and influence in the corridors of Washington – because none of us are there to speak up and stop them.

Participation in public life doesn’t mean that you all have to run for public office  though we could certainly use some fresh faces in Washington. But it does mean that you should pay attention and contribute in any way that you can. Stay informed. Write letters, or make phone calls on behalf of an issue you care about. If electoral politics isn’t your thing, continue the tradition so many of you started here at Michigan and find a way to serve your community and your country  an act that will help you stay connected to your fellow citizens and improve the lives of those around you.

It was fifty years ago that a young candidate for president came here to Michigan and delivered a speech that inspired one of the most successful service projects in American history. And as John F. Kennedy described the ideals behind what would become the Peace Corps, he issued a challenge to the students who had assembled in Ann Arbor on that October night:

«…[O]n your willingness to contribute part of your life to this country…will depend the answer whether a free society can compete. I think it can.»

This democracy we have is a precious thing. For all the arguments and all the doubts and all the cynicism that’s out there today, we should never forget that as Americans, we enjoy more freedoms and opportunities than citizens in any other nation on Earth. We are free to speak our mind and worship as we please; to choose our leaders and criticize them if they let us down. We have the chance to get an education, work hard, and give our children a better life.

None of this came easy. None of it was preordained. The men and women who sat in your chairs ten years ago and fifty years ago and one hundred years ago  they made America possible. And there is no guarantee that the graduates who will sit here in ten or fifty or one hundred years from now will enjoy the same freedoms and opportunities that we do. America’s success has never been a given. Our nation’s destiny has never been certain.

What is certain  what has always been certain  is our ability to shape that destiny. That is what makes us different. That is what makes us American  our ability at the end of the day to look past all of our differences and all of our disagreements and still forge a common future. That task is now in your hands, as is the answer to the question posed at this university half a century ago about whether a free society can still compete.

If you are as willing, as past generations were willing, to contribute part of your life to the life of this country, then I, like President Kennedy, still believe we can. Congratulations on your graduation.

May God Bless You, and may God Bless the United States of America.