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La gran victoria bolivian

Fuente: La Jornada

Adolfo Sánchez Rebolledo

No bien se conocían en el mundo los detalles de la contundente victoria de Evo Morales en las urnas, cuando ya en cierta prensa «global» se hacían las primeras objeciones al significado de los números. Que si 70 por ciento de los escaños asegurados en la Asamblea Legislativa Plurinacional borra el “régimen de partidos; que si el apoyo masivo de la población (64 por ciento, con un abstencionismo apenas arriba de 6 por ciento) convierten a Evo Morales en una suerte de «amo» del país, en fin, la amargura expresada por aquellos que, en nombre de la democracia inadjetivable, se resisten a reconocer que en una nación como Bolivia hay caminos propios, inéditos, tan democráticos como el que más, aunque éstos se aparten del catecismo ideológico vigente. Imposible convencerlos de lo contrario. No ven, por decirlo así, el carácter libertario de esos esfuerzos a la vez comunitarios e individuales, colectivos y ciudadanos, destinados a romper con la historia de atraso, desigualdad y discriminación usando los métodos propios de la democracia moderna, tanto para acceder al poder como para cambiar las leyes, transformar las instituciones y al Estado mismo.

Para ellos, la arrolladora victoria del Movimiento al Socialismo (MAS), en realidad la ratificación de la «revolución democrático cultural» que está en curso, resulta inexplicable en la medida que no comprenden la naturaleza de los cambios que, con grados, intensidades, e incluso objetivos distintos, han cambiado la geografía política en el continente.

Les parece increíble que el MAS haya barrido a las oposiciones que no hace mucho coqueteaban con la idea de echar a Morales, incluso en los departamentos donde parecían ser más fuertes. En realidad, las continuas referencias al «factor indígena» (como un peso negativo), al chavismo (como una interferencia extranjera ilegal) o a las políticas sociales del gobierno boliviano (como un despilfarro clientelar) incluidas en las críticas «liberales» al populismo boliviano, son inútiles como argumentos explicativos, pero ayudan a fabricar un fantasma de corte orwelliano surgido de las profundidades del mundo indígena, dispuesto a imponer, mediante el Estado total, una suerte de restauración del pasado prehispánico, o lo que vendría a ser lo mismo, la revancha atávica contra la sociedad «blanca», «occidental», «democrática», aquella que tan sólo por casualidad, diría, se identifica con los sectores oligárquicos y separatistas que fueron derrotados en toda la línea por las fuerzas del presidente Morales. Y que se asocia, digo yo, a querer o no, con las empresas del área de los hidrocarburos que fueron reincorporadas al patrimonio nacional boliviano, pero siguen haciendo lobby, pues se resisten a funcionar bajo la rectoría del nuevo Estado. Por eso Morales, quien sabe muy bien cómo juega a favor y en contra la correlación de fuerzas a nivel internacional, fue muy claro al decir, ya con la sonrisa de la victoria en los labios, que «el triunfo en Bolivia no sólo es para los bolivianos. Este triunfo de los bolivianos es, fundamentalmente, un justo reconocimiento, es una dedicación, a presidentes, a gobiernos, a pueblos antimperialistas».

La intención de poner en las antípodas a los gobiernos de Chile y Brasil con respecto de Venezuela y, en menor medida, Ecuador y Argentina, tan cara a nuestros liberales, ha fracasado, pues en definitiva, como se ha visto con la reciente victoria de Mujica en Uruguay, no hay una «vía» aceptable por todas las izquierdas ni siquiera la bolivariana ni un fin identificable por una consigna el socialismo del siglo XXI, aunque sí está presente en todas las expresiones políticas la urgencia de buscar soluciones sociales adaptadas a la historia, la cultura y las necesidades de cada nación.

Es imposible no ver en el reciente triunfo del FMLN en El Salvador la expresión de esa tendencia continental, a la cual, dicho sea de paso, las fuerzas conservadoras han respondido primero con el golpe contra Zelaya y, luego, con la mediación estadunidense que solamente pospone la emergencia del problema.

Inaugurar un proceso de tal calado nunca será fácil. Evo Morales, a la cabeza de la gran coalición que gobierna, tiene ahora los instrumentos para avanzar, pero se harán necesarias sus mejores virtudes a fin de usar racionalmente la mayoría ganada en primera instancia. La sociedad boliviana y, en particular, los dirigentes políticos tienen ante sí una enorme responsabilidad, pues se requiere pasar a la remodelación del Estado conforme a los principios consagrados por la nueva Constitución y, al mismo tiempo, reactivar la vida productiva para disminuir pobreza y desigualdad. Nada será sencillo en este camino. Por lo pronto, conforme a la Constitución, la Asamblea Legislativa Plurinacional deberá aprobar las cinco leyes fundamentales que regirán el nuevo orden político, a saber: la del Órgano Electoral Plurinacional, la del Régimen Electoral, la del Órgano Judicial, la del Tribunal Constitucional Plurinacional y la Ley Marco de Autonomías y Descentralización.

Bolivia ha entrado en una fase crucial de su historia.

P.D. Hoy, cuando la educación nacional se esfuma en beneficio de los juegos del poder, pocas cosas pueden ser tan reconfortantes y aleccionadoras como el recuerdo del maestro Othón Salazar.