Categorías
El debate público

La prisa del Presidente

Ricardo Becerra

La Crónica

27/04/2020

Varios episodios han mostrado que el presidente López Obrador cree que la epidemia y el forzoso aislamiento social pasarán pronto. ¿Recuerdan la imperativa que, en vivo, lanzó al subsecretario López-Gatell para hacerle decir que el 19 de abril todo volvería a la “normalidad… mas o menos”. Luego, en el magno soliloquio del 5 de abril, desdeñó la gravedad de la emergencia llamándola “pasajera”. Y ayer insistió varias veces, optimista, que “saliendo de la epidemia iniciamos la reactivación”, gracias al TLC viviremos “un rápido retorno” al deseado bienestar y “ya falta poco… ya se ve la luz a la salida del túnel”.

Tal vez aquí se halle una fuente de los errores del mandatario. Tal vez por eso desdeña las advertencias de sus aliados —y de sus críticos— y tal vez por eso cree que haciendo más de lo mismo, saldremos jubilosos adelante. Se trata de aguantar. Mal cálculo.

Si hemos de creer en el estudio del grupo científico que presentó sus resultados al propio gobierno federal la semana pasada, lo peor apenas está comenzando. La cima del horror en realidad nos está esperando allá, en la última semana de mayo y los primeros días de junio a escala nacional, al ritmo fúnebre de 5 mil contagios diarios.

Ahora bien, estos escenarios están construidos bajo el supuesto de que las medidas de aislamiento social habrán funcionado, y por lo tanto, que hemos sabido crear un razonable control sobre el poder contagioso de la COVID-19.

Al transcurrir esos tres meses (abril-junio), las presiones para reabrir la economía crecerán y serán múltiples sus manifestaciones, internas y también externas, todo lo cual obligará a que, a mediados de junio, el gobierno deba evaluar si estaremos listos o no, para restablecer la normalidad y bajo qué modalidades. Qué sectores podrán ser abiertos y con qué ritmo. Incluso tendremos que diseñar nuevos modales, propios de la nueva, urbana distancia.

Pero el hecho es éste: no podremos sacar a la economía de su anestesia general hasta que hayamos reducido drásticamente la tasa de nuevas infecciones y hayamos aumentado a un ritmo masivo la realización de pruebas, de modo que el sistema de salud pueda responder con rapidez ante cualquier rebrote. Y no estamos, ni mucho menos, cerca de ese punto. Dependerá de lo hecho y de lo que estemos haciendo en los siguientes dos meses.

Más allá de la estadística y del trazo de la curva, tendríamos que estar preparados para enfrentar otro periodo de cuidado y de aprendizaje (que apenas empezará en la última parte de junio).

El relajamiento posible y deseable, deberá ser gradual, paso por paso, concentrando decisiones, una por una, para comprender y controlar su impacto, en escuelas, el transporte, los viajes, restaurantes, empresas, elecciones y un largo etcétera, que permitan una observación y un control de los contagios con los que, hagamos lo que hagamos, seguiremos lidiando.

La moraleja es simple y ya visible en la experiencia de otros países: sin vacuna y sin tratamiento disponibles a gran escala, el virus seguirá entre nosotros y seguirá obligándonos a elegir entre vivir en un agujero económico o la saturación de hospitales; una falsa normalidad y el espectáculo de esa muerte anónima y amontonada que colapsa al sistema de salud.

No creo que sea posible alcanzar la presurosa “V”, esa que ya atisba el Presidente (caer rápido y crecer igual de rápido). Es mejor, más prudente, concentrar los esfuerzos en evitar la exasperante “W”, un ­zigzag frustrante que nos espera si abrimos el orden social y la economía demasiado rápido. Esa prisa se convertirá entonces, en la peor enemiga de la vida.