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El debate público

La sociedad y sus fatigas

Rolando Cordera Campos

El Financiero

27/08/2020

Todos tenemos algo que nos comunica y vuelve navegantes de la misma incertidumbre: sabemos que no sabemos, ni de dónde viene ni a dónde va. Intuimos que puede alojarse en algunas células, pero, aún bajo el supuesto de que contemos pronto con una vacuna y medicamentos efectivos, parece que puede volver y desolar territorios, almas y mentalidades. Así es y así será, podría decir la conseja que heredemos a las siguientes generaciones.

Mientras tanto y en medio de tanta obscuridad, el horizonte admite luces y brotes que nos hablan de grandes aventuras en el mundo financiero y en el de la investigación que prometen resultados benéficos en la batalla contra el virus.

También se ha dicho, insistentemente, que la Unión Europea aprendió la lección del 2008-2009 y desenterró lo mejor de las herencias de las tragedias de entreguerras y el platillo volador multinacional se apresta a levantar el vuelo. A su vez, más allá de la China cercana y distante, nos cuenta Mauricio de María y Campos, en Vietnam emprenden formas de protección, defensa y acción que resultan en índices notables en materia sanitaria y en no menos envidiables coeficientes de recuperación y crecimiento económicos durables y sostenibles.

La incertidumbre, mezclada de la peor manera con la angustia, auspicia oleadas de fatiga que trascienden lo físico y se ubican en la mente y el ánimo, como con maestría lo ha descrito el doctor Juan Ramón de la Fuente, quien con claridad distingue los tiempos del virus y de los humanos. Escribe: “El síndrome que hoy compartimos la mayoría, el problema de salud que se ha extendido más aún que la enfermedad, es el síndrome de la fatiga por la pandemia. Estamos hartos y me temo que aún no finaliza el primer tiempo (…) Creo que es mejor ubicarnos en la realidad objetiva sin menoscabo de una buena dosis de optimismo (que siempre ayuda) pero no con distorsiones fantasiosas” (El Universal, 23 agosto). Sin duda, se trata de una ominosa realidad que nos habla de que en este terrible asunto de la crisis de dos o tres jorobas no parece haber etapas claramente distinguibles.PUBLICIDAD

Por lo pronto, como lo escribe Saúl Arellano, tenemos que admitir que con estos desarreglos en serie tenemos con nosotros una cuarta estación de la letal pandemia que estallara en enero, aunque la reconociésemos después. Enfrentar y sortear esta hidra que amenaza ser interminable o permanentemente reproducible es la gran tarea emprendida por no pocos, desde la “Alta Finanza”, la academia o el gabinete, y debe convertirse cuanto antes en tarea colectiva y global.

Desde la Fundación Slim se nos cuenta que la acción colectiva transnacional por la vacuna y la cura se hace sin remilgos ni celos y que, por ello, sus inversiones no lucrativas, virtuosas y decisivas, pueden depararnos más temprano que tarde la posesión del remedio y el vehículo primordial para prevenir y derrotar nuevos embates de natura, vuelta malévola preceptora contra nuestra inveterada infracción de su orden. Con todo, el mundo tiene que (re)elaborar con ingenio, audacia y prudencia una orden del día que asuma con claridad su carácter cosmopolita y global, así como solidario y ambiciosamente transgeneracional.

Abatir la letalidad congénita del bicho y darle al contagio masivo usos para la razón y la acción colectiva, tiene que ser ordenanza central de la sociedad y del Estado. Será en una matriz de entendimiento maduro y convencimiento firme y profundo, que deberán someterse a prueba de ácido las intemperancias y los descontentos, los desconciertos y las confusiones mentales y conceptuales que han colonizado nuestro espíritu público.

Si alguien necesita y con urgencia “intelectuales orgánicos” es la nación, despojada de la calma y la prudencia necesarias para emprender una deliberación que pueda traducirse en políticas de auténtica emergencia y en esbozos de estrategias eficaces. Nunca habíamos emasculado tanto un concepto heurístico eficaz y ordenador del discurso en tiempos de crisis, como lo hemos hecho con el binomio acuñado por el gran Gramsci bajo otra tormenta.

Intelectual orgánico es el que intenta pensar el conjunto y para el conjunto, articulados por una hegemonía que va más allá del mando y se basa en la persuasión. Es la seguridad intelectual y política de que por encima de mandar está gobernar legítimamente. Es una forma de compromiso, a la vez que de realismo y responsabilidad.

A una sociedad abrumada por la fatiga y acosada por la ignorancia del presente y de lo que está por venir, le urge el oxígeno de la persuasión porque se trata de construir un futuro habitable. Y nada está garantizado.