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El debate público

La socioeconomía y su rechazo

Rolando Cordera Campos

La Jornada

17/05/2020

El Coneval, con oportunidad, rigor técnico y compromiso al que obligan el conocimiento sistemático de la realidad social y el mandato de la ley, nos ofreció unos panoramas de la cuestión social mexicana contemporánea cargados de enorme preocupación. Con sobriedad, asegura que nos espera un incremento de la pobreza monetaria o de ingresos; de la pobreza extrema y, en particular, de aquella alojada en las ciudades. La crisis, dice el Coneval, podría provocar que la población que en 2018 no lo era, tenga afectaciones que la lleven a encontrarse en alguna de estas condiciones (Reforma, 12/05/20, p.2).

Si antes de esta crisis doble, que de sanitaria se corrió a lo económico, México tenía ya entre sus fardos el lento crecimiento a largo plazo y los bajos niveles de generación de empleo, así como salarios paupérrimos, la situación agravó. De acuerdo con el mismo reporte, los ingresos de las personas tendrán una caída generalizada equivalente al menos a 5 por ciento, indicador que podría ser peor en las zonas urbanas y que, además, tendrá un impacto diferenciado dependiendo del estrato socioeconómico.

Se ha insistido en que los grupos más afectados serán los de los trabajadores, tanto formales como informales. El IMSS dio a conocer este miércoles que la pérdida de empleos formales durante abril fue de 555 mil, que pueden crecer en la medida en que las pymes vean agravados sus problemas de liquidez, acentuados por el cierre de labores impuesto por la pandemia. Sus míticas capacidades de resistencia y adaptación son eso, míticas, cuando llega la hora del alimento y del hambre… Y ya llegó.

Los miedos, las inseguridades y desesperaciones desatadas por la pandemia nos tienen en los linderos de la anomia social. En la cuarta etapa, al decir de la muy respetada doctora María Elena Medina Mora, dominada por la depresión nerviosa y, en general, la galopante inestabilidad emocional, mental, por qué no decirlo, que aqueja ya a millones de compatriotas.

Todo este cuadro confronta y recuerda el olvido y la catarata de omisiones en que han incurrido los políticos y la política en general, que han troquelado una vida pública, alejada de todo reflejo deliberativo y convicción ciudadana. Más que de república, cuarta o enésima, tenemos que hablar hoy de hacinamiento indiscriminado que real y virtualmente nos acosa y culpa a todos.

Gráficamente, estos datos, cifras y correlaciones, ilustran los horrores de la cuestión social moderna, los mil y un (des)encuentros con esa realidad profunda y los errores y omisiones en que ha incurrido el Estado y quienes lo han gobernado por lo menos en las últimas cuatro décadas. Los recortes sucesivos infligidos a la salud, que vienen de atrás y se agudizaron en el gobierno anterior, son una muestra insoslayable de los errores intelectuales y morales en que la política formal, democrática y sedicentemente republicana ha incurrido.

«Enfrentar la crisis de manera reactiva y emergente no será suficiente, puntualiza el Coneval, es necesario reducir las brechas existentes, identificar prioridades nacionales de información, investigación y formación de capital humano e iniciar una urgente reflexión pública sobre la necesidad de promover la inclusión y la construcción de un sistema universal de protección social.» Se trata de un ejercicio ejemplar en socioeconomía que obliga a rescatar a la economía política de los sótanos a donde la llevaron años de necedad y dogmatismo corriente. Con ella, la política económica, entendida como proceso político y social, tiene que volver al corazón estatal de donde nunca debió haber salido.

Sin crecimiento, hay que insistirlo, no puede haber una creación sostenida de puestos laborales; del crecimiento depende el empleo y de éste, en gran medida, el consumo y las posibilidades de vivir mejor. Por ello, más que asistir pasivamente al ensanchamiento de las brechas y oír a quienes aconsejan a los empresarios olvidarse del gobierno, debe insistirse en que el gobierno tiene un mandato constitucional que cumplir, en la protección y ampliación de los derechos fundamentales y en la conducción de la política económica conforme al interés general y el bien común.

El gobierno, en efecto, no parece dispuesto a escuchar a nadie, empresario o deudo; menos, a dialogar, y su planteamiento tajante de conmigo o contra mi, repetido el lunes pasado por el presidente, no hace sino entorpecer la arena política. Pero es precisamente por esto que hay que insistir en que propuestas como la del Coneval de identificar prioridades y reducir las brechas existentes en la sociedad es la mejor manera de recuperar el ánimo deliberativo, ordenado por el objetivo mayor de evitar el incremento en el número de mexicanos pobres y vulnerables y defender las empresas de las que dependen.

No hay pacto fifí en la oscuridad, sino el reconocimiento valiente de una realidad que con las horas se torna terrorífica.

No sobra recordar que la legitimidad no se hereda ni es un don; se construye, se gana cotidianamente. Que se concreta y reproduce gracias al contexto definido por un Estado democrático constitucional que, para serlo, tiene que ser social, de derecho y derechos. Dispuesto a respetar sus obligaciones fundamen-tales entre las que está, sin duda, ha-cer política y entender que la política económica es, primero que nada, política. Que siempre se formula y despliega en un contexto complejo de relacio-nes sociales.

Un abc que para sorpresa de muchos el gobierno parece querer olvidar. Para su pesar y el nuestro.