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El debate público

Las pandemias y las anemias

Rolando Cordera Campos

La Jornada

19/07/2020

Sí la pandemia nos habla de una enfermedad que afecta a toda la población, lo que obliga a adoptar o reforzar medidas que de otra manera no se seguirían; el momento y la intensidad en que ocurrió la recesión, es un ejemplo magno de lo que, desde la otrora mano sepultada del Estado, puede auspiciarse legítimamente.

La obediencia y disciplina alcanzadas hablan del grado de lealtad de que gozan los respectivos sistemas políticos nacionales, así como de la eficacia con que los gobiernos pueden desplegar acciones de emergencia con oportunidad.

Si algo hemos aprendido en estos torvos meses de encierro y temor, es que no es suficiente con que las recetas guardadas en el arcón del Estado o la academia sean sin más desempolvadas. Es necesario que se actualicen y sean sometidas a examen crítico, cuyos filtros temporales y espaciales, de tiempo y circunstancia, se muestran inapelables una y otra vez. De no hacerlo, como lo estamos viviendo en estas semanas, los países pueden resbalar trágicamente y verse obligados a intentar dolorosas y costosas vueltas atrás.

Lo que ocurre hoy en Estados Unidos es una lección dura de la que aún no sabemos si la patria de Lincoln se repondrá a tiempo; es decir, antes de que su Estado en todos los órdenes de gobierno resienta el embate de los bárbaros en la puerta que ya se manifestaron ominosamente en las semanas de furia y ruido desatadas por un racismo implantado en lo más profundo del alma estadunidense. Allá, no sobra recordarlo, todo el mundo está armado.

Estar a tiempo, también quiere decir tener las condiciones necesarias para una recuperación que, en buena medida, depende del ritmo y la extensión que la actividad económica, de producción y empleo, pueda alcanzar para inscribirse en el rebote que la recesión desate.

Todo está en veremos, pero no todo es penumbra. Conocimiento adquirido hay, también esfuerzos en prácticamente todo el orbe por poner al día esos saberes. No se venden en los diezmados supermercados, pero sí están a nuestro alcance en los millones de expresiones digitales que Internet ha puesto a nuestra disposición y la pandemia y sus encierros ha impuesto.

Más allá de la opinión y el comentario que inundan planas de periódicos y ondas electrónicas de todo tipo, podemos ubicar fuentes más robustas de saber y destrezas en los organismos internacionales y los centros epistémicos, en las universidades y otras entidades de investigación científica. Ni el poder ni el mando del Estado y el capital pueden hablar de ausencia de información, deliberación y cultivo del conocimiento. Pero nosotros, ciudadanos reducidos a observadores más o menos pasivos por la severidad del claustro, sí podemos y debemos quejarnos del pasmo en que han caído los partidos políticos entendidos como componentes indispensables de la trama democrático-representativa. Su renuncia a ejercer la voz, como la entendiera y nos legara el sabio Hirschman, deja espacios estratégicos que nadie puede llenar. Menos el ejército desorientado de la opinión profesional, la comentocracia, que se sueña como isla en la que habitan algunos náufragos de la transitocracia.

No tengo claro cómo subsanar esta falla geológica del edificio a medio construir de nuestro pluralismo. Será indispensable un mucho de voluntad; también, un bastante de reforma e ingeniería institucional dirigida a construir pasillos y elevadores, ductos y conductos que hagan posible la comunicación entre gobernantes y gobernados, con un mínimo de claridad y transparencia por parte de comunicadores y comunicantes.

Como nunca antes, el papel de la política es no sólo relevante, sino crucial. De ella dependerán muchos de los desenlaces mayores en cuestiones como la seguridad o el empleo, la cooperación económica o la cohesión social. Ninguna de estas asignaturas ha sido hoy cursada, menos aprobada y es dudoso que podamos hacerlo a título de suficiencia.

Presencial y por meses, tendrá que ser este curso en democracia existencial que hemos pospuesto y que hoy pasa la factura. Para decirlo pronto: de lo que hay que ocuparnos es de la reforma del Estado, de sus órganos y tejidos, pero sobre todo de sus vínculos con el resto de la sociedad y sus bases. Para saltar de la pandemia y enfrentar la anemia que es de la política y los políticos.

No se puede gobernar una nave sin timón; tampoco con el empuje de hombres providenciales o iluminados. La democracia es competencia y afirmación frente al contrario o la adversidad; también es cooperación asociativa, disposición al diálogo, al compromiso y al respeto. Construcción permanente de consensos y proyectos solidarios e incluyentes. Y, para recitar al poeta, sabia virtud de conocer el tiempo… Digo yo para actuar con tino.