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El debate público

Mala y autoritaria maestra

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

10/08/2020

La televisión es mala maestra. La decisión del gobierno federal para difundir clases por ese medio nos retrotrae a los años sesenta del siglo pasado y desaprovecha la posibilidad de articular un sistema nacional de educación a distancia apuntalado en internet.

Reanudar clases en las escuelas hubiera sido una enorme imprudencia. La pandemia está desbordada. Pero a esa decisión pertinente para que los planteles siguen cerrados le acompaña un proyecto erróneo y errático. Hace medio siglo, hubiera sido indiscutible que el país se apoyara en la televisión para que los niños tomaran clases, o al menos se entretuvieran con un sucedáneo de la escuela. Hoy, con las redes digitales que empleamos para todo tipo de socializaciones, el uso de la televisión abierta beneficia fundamentalmente a las televisoras y no a los niños ni a la educación.

Casi nadie esperaba esa solución para paliar la ausencia de clases presenciales. Entre los profesores de educación básica, lo mismo que entre los especialistas en asuntos de esa índole, se presumía que México aprovecharía la capacidad instalada y la experiencia que ya tiene para impartir cursos en plataformas digitales.

El presidente Andrés Manuel López Obrador y su secretario de Educación explicaron el lunes 3 de agosto que se ofrecerán clases de primaria y secundaria por televisión abierta debido a la cobertura nacional que tiene ese medio. A partir de esa decisión, el gobierno y los directivos de cuatro televisoras privadas suscribieron el “Acuerdo de concertación en materia de distribución, difusión y transmisión de contenidos audiovisuales educativos ‘Regreso a Clases. Aprende en casa II’”.

Allí se establece que desde el 24 de agosto y hasta 30 de diciembre, o mientras no haya semáforo epidemiológico verde, las empresas así convocadas difundirán contenidos educativos proporcionados por la SEP en canales de multiprogramación adosados a alguna de sus frecuencias actuales.

Eso significa que cada consorcio añadirá un canal, o dispondrá de alguno de los que ya maneja. El grupo Imagen empleará el canal 3.2, Televisa el 5.2, Multimedios el canal 6.2 y Televisión Azteca el 7.2. Además, el gobierno empleará los canales 11 y 14, aunque no se ha dicho si en esas frecuencias o añadiendo un nuevo espacio que es posible gracias a la digitalización de la televisión.

El Acuerdo no indica que las televisoras recibirán un pago por facilitar esos canales. No tendrían que cobrar, pues emplearán infraestructura que ya tienen. Sin embargo, López Obrador dijo que ese servicio costará 15 pesos más IVA por cada uno de los 30 millones de estudiantes que presuntamente serán beneficiados con tales transmisiones. No se aclaró si el pago de 450 millones de pesos será por los cuatro meses que restarán de este año.

Esa manera para calcular el precio de las transmisiones confirma el desconocimiento que campea en el gobierno sobre la naturaleza de la radiodifusión. En esa industria, a diferencia de casi todas las demás, los costos no se incrementan cuando sus productos son consumidos por más personas. Un programa de televisión se produce una vez y, desde entonces, el costo para transmitirlo a más personas, o en más ocasiones, resulta marginal en comparación con el precio de la elaboración inicial. De allí las enormes utilidades que, una vez resuelta la inversión original, llegan a recibir esos medios.

En este caso para Televisa, Azteca, Imagen y Multimedios, el principal negocio no es financiero sino simbólico y político. Cuando Esteban Moctezuma dijo en la ceremonia para firmarlo que, con el Acuerdo, “nace una televisión aliada de la educación”, hizo un infundado elogio.

“Hoy se alejará aquella crítica: ‘La TV compite en la tarde con lo que la escuela construye en la mañana’ ” aseguró Moctezuma, en ese esfuerzo para legitimar desde la SEP a las televisoras. Pero se equivoca. La televisión, especialmente la de carácter abierto que en pocos países como en el nuestro ha lucrado con programas repletos de banalidades y necedades, sigue existiendo igual que hasta ahora. Televisa y Azteca, y las otras empresas, continuarán transmitiendo los contenidos que la sociedad mexicana padece desde hace décadas y en los que, por cierto, cada vez tiene menos interés.

La disponibilidad de nuevas y mejores opciones de información y sobre todo de entretenimiento ha ocasionado el desplome de las audiencias de televisión abierta. Por eso la certificación del gobierno a esas empresas les viene como anillo al rating, o eso quieren suponer.

Moctezuma es secretario de Educación Pública pero durante los últimos tres sexenios fue empleado de Televisión Azteca. Su apreciación de ese medio está condicionada por el interés laboral.

Siempre fue excesiva aquella frase sobre el contraste entre la televisión y la escuela porque los conocimientos que se imparten en el aula, y de manera más amplia todo lo que aprenden y experimentan los niños y jóvenes, dependen de un amplio contexto en donde la escuela coexiste con el entorno en el que viven. Ahora podría decirse que la televisión seguirá compitiendo con la enseñanza, ya no por las tardes para boicotear los conocimientos impartidos en el aula sino en el canal de al lado, todo el día.

La televisión, como se titula el libro que recoge un histórico ensayo de Karl Popper, es mala maestra. No es un medio diseñado ni que haya funcionado esencialmente para enseñar. La televisión es para entretener e informar y lo puede hacer bien o mal. Pero es un medio de difusión especialmente autoritario, en donde los mensajes se producen y difunden para públicos amplios.

La educación, para ser eficaz, tiene que hacerse de manera personalizada. Las clases por TV tratan igual a todos los alumnos, como si tuvieran las mismas capacidades. En esa modalidad no hay retroalimentación y los profesores quedan desplazados por la pantalla. La evaluación de lo así aprendido resulta impracticable. La apuesta por la televisión, como escribió Francisco Báez el martes en esta página, implica “la visión vertical, la más tradicionalista de la educación”.

La televisión es antes que nada imagen. De allí sus virtudes, pero también sus limitaciones. El texto e incluso la palabra son secundarios en ese medio. En cambio la enseñanza en plataformas digitales asentadas en internet permite que los alumnos interactúen con los docentes e incluso entre ellos mismos, ofrece recursos versátiles para revisar el aprendizaje y ajustar contenidos. La enseñanza en línea es del Siglo XXI. La televisión es del siglo pasado.

El gobierno dice que eligió la televisión porque en la mayoría de los hogares hay televisores y, en cambio, la cobertura de internet y los equipos de cómputo son insuficientes. Se hubiera requerido una inversión importante, pero ésta podría haber sido una gran oportunidad para mejorar y garantizar la conectividad de muchas familias.

En los hogares mexicanos cada vez hay menos televisores. En 2013 había uno de esos aparatos en el 95% y el año pasado, en el 92.5%. Pero televisores digitales, que son necesarios para mirar la señal de los canales de esa índole, sólo hay en el 72.9% de los hogares, según la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2018 del INEGI.

Algunos televisores no digitales emplean un convertidor de señal pero en otros casos, simplemente han dejado de sintonizar televisión abierta. La cantidad de familias sin televisor adecuado para mirar las clases a distancia es mayor a la que supone la SEP.

De 34.7 millones de hogares que se estimaba había en 2018 en todo el país, en el ámbito urbano carecen de televisor digital 6.7 millones de hogares (19% del total). En zonas rurales no lo hay en 2.7 millones (7.9%). Esos son los datos nacionales. Pero en Oaxaca no hay televisor digital en el 38.2% de hogares, en Chiapas en el 37.4%, en Tlaxcala en el 36.5%.

Por otra parte, aunque en 2019 sólo había computadora en el 44.3% de los hogares, el 56.4% tenían conexión a internet. Y los usuarios de internet, entre personas mayores de seis años, aumentaron del 46.5% en 2013 a 70.1% en 2019.

En 2018, en el 90% de los hogares había teléfono celular. No todos empleaban conexión a internet pero allí hay una evidencia más de la creciente familiaridad de los mexicanos con los contenidos digitales y la Red de redes. El país tiene una infraestructura que se habría podido reforzar apostando a la educación en línea en vez de rescatar la vieja televisión.

Ojalá que los cursos por televisión sean útiles y éste no sea un año del todo perdido para los niños y jóvenes que han dejado de ir a sus escuelas. Pero apuntalar la enseñanza en línea habría sido una medida inteligente, para mirar hacia el futuro y no sólo para que parezca que se hace algo durante la pandemia.