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In Memoriam

Pablo Pascual Moncayo

Memorias de la izquierda ( cal y arena)

José Woldenberg

Yo formo parte de un grupo de amigos, muy amigos, que ya hemos recorrido un largo tramo de experiencias juntos, entre las cuales se encuentran de manera relevante las políticas.   Valga la aclaración, con el añadido de que yo me siento muy orgullosos de haber pertenecido al MAP , además de privilegiado de tener  los amigos que tengo

Pablo Pascual Moncayo, unomásunos, 1996

Pascual Moncayo es un personaje central, fundamental, de esta remembranza. Lo conocí en el spaunam como una de las tres voces más autorizadas del Sindicato (las otras eran las de Eliezer Morales y Jorge del Valle), y sin demasiadas complicaciones nos hicimos amigos. El atendía las relaciones políticas de la organización, encabezaba al Consejo Sindical y fomentaba las relaciones amistad como si se tratara de la causa de su vida. Venía de una breve experiencia en alguna organización «china» y marcado por el estruendo de la Revolución Cubana y el movi­miento estudiantil de 68. Fundador de la revista Punto Crítico, desde el inició se comprometió con el proyecto de un sindicato de profesores capaz de ligar su suerte con la de otras agrupaciones de trabajadores.

Quizá nadie como él irradió en todo el país la necesidad y la convicción de edificar sindicatos de académicos en los centros de educación superior como fórmula para multiplicar la presencia de ese sector ausente de la vida universitaria y como palanca para impulsar las transformaciones mayores que la vida de México parecí demandar. Y en esa tarea  lo acompañé por los rumbos más distintos. Lo mismo acudimos a una universidad para argumentos políticos y legales a favor de la sindicalización, que a otra para expresar solidaridad a los compañeros en una marcha o huelga.

Tanto en la política como en la vida social era un heterodoxo. Alejado de las monumentales construcciones dogmáticas y protocolo formalista, tenía un afinado sentido de la pertinencia política y un humor capaz de dejar frío o frito a cualquiera. Su sagacidad, inteligencia, mordacidad y sobre todo su calidez lo convirtieron en el centro de una red de relaciones políticas y amistosas que él cultivaba con pasión y naturalidad. Lo mismo guardaba buenas relaciones con personas de las más diversas expresiones políticas que recogía afectos múltiples que lo convertían en una especie de confesor y guía en cuestiones sentimentales. «Bueno para el madrazo» como él mismo decía, se conmovía lo mismo con una película de Pardavé y con un niño que calle pedía limosna. Es a la única persona de izquierda que conocí que de manera sistemática (invariable) entregaba algo a la  señora, señor, niño o niña que lo requería en la vía pública.

Apasionado de su familia, las mujeres, los viajes, el trago, la música, las fiestas, la política, la lectura y sus amigos, construyó  una forma del quehacer político gozosa, vital, festiva e irreverente, alejada de las expresiones tétricas, mortuorias, autocomplacientes de no escasas franjas de la izquierda. Aborrecía el canto lacrimoso latinoamericano, la solemnidad de la ortodoxia académico-marxista, la sobriedad eterna y el discurso que se complace en la recreación de víctimas. Para él, la política era al mismo tiempo una palanca para la transformación social en términos de justicia,  que una vocación para tejer una red de solidaridades y amista capaz de hacer más acogedora la vida.

Fue el impulsor más tenaz de nuestro acercamiento a la Tendencia Democrática de los Electricistas que encabezaba Don Ra­fael Galván, y acudíamos al local de los electricistas en la calle de Zacatecas, en la colonia Roma, a cada momento para intercambiar ideas, platicar y sobre todo para escuchar a Don Rafael. Ambos establecieron una relación de respeto y colaboración no exenta de cariño y maledicencia. Don Rafael era el maestro, Pablo un alumno aventajado, pero ambos unos zorros a los que les brillaban los ojos cada vez que trazaban una de esas frases de doble o triple sentido que con naturalidad pintan una sonrisa en los rostros de oyentes.

Fue Secretario de Relaciones del spaunam y luego del stunam,  en épocas en que las iniciativas conjuntas, las redes de solidaridad y los proyectos que intentaban trascender el aislamiento de las organizaciones, florecieron unas tras otras. Y en las reuniones de direcciones lo mismo que en las multitudinarias asambleas, Pablo fue una figura sobresaliente. Tejiendo lazos para construir organización, pactos de ayuda mutua y debatiendo contra aquellos, a los que consideraba antiunitarios o ultras. Argumentaba con claridad, abusaba del latiguillo de «compañeros», y cuando se enojaba conmovía por la emoción y fuerza de sus palabras.

Luego, en una historia que por lo pronto rebasa los años de este recuento, fue impulsor e integrante de la dirección del Movimiento de Acción Popular, y de ahí al PSUM, el PMS, el PRD y todo el trayecto lo recorrimos juntos. Fue diputado federal cuando las bancadas de la izquierda eran pequeñas y selectas; debatió, argumentó, pero también, y ello estaba en su naturaleza, construyó nuevas amistades, ahora con diputados de otros partidos, que a pesar de las diferencias se reconocían como políticos capaces de convivir y coexistir de manera productiva. Fundamos, con otros amigos, el Instituto de  Estudios para la Transición Democrática en 1989… pero ya estoy hablando de asuntos que en este relato están por venir.Viajamos, y viajamos mucho. Por el país y fuera de México.  La República la recorrimos para apoyar sindicatos universitarios, para construir al sindicato nacional, para hacernos presentes en la lucha de los electricistas y para expandir al fnap. Y fuimos a España, Italia, Francia, para recorrer sus calles, museos y bares, a Nueva York y Montreal para ver teatro, escuchar música, pasear y tomar, conocimos el sindicalismo israelí invitados por la Histadrut (el Congreso del Trabajo de Israel) y las pirámides de Egipto nuestra cuenta, asistimos a un patético congreso del Partido Comunista de Rumania y nos entrevistamos con los no alineados de la Liga de los Comunistas Yugoslavos en Belgrado. Muchos de estos viajes rebasan el tiempo en el que transcurre el presente relato, pero en fin, todos ellos fueron irradiados por la alegría, las ganas de vivir, el sentido lúdico y emocionante que Pablo le imprimía a todo lo que emprendía.

La biografía de Pablo fue una estela de calidez, de solidaridad, de gusto por la vida, que envolvía a quienes tuvimos la suerte — la gran suerte— de ser sus amigos. Y nadie como él alimentó y cultivó la amistad. Para él, los cuates resultaban no sólo imprescindibles, sino acompañantes en una ruta que simple y llanamente no se podía transitar en soledad. ¿Cuántas veces al aludir a los cuates daba por finalizada una discusión, cuántas veces para evitarse y evitarnos una solemne presentación sólo decía «es cuate»? Esa noción fue su pasión. En las antípodas de los ermitaños, sabía que la única vida digna de ser vivida es la que se vive en compañía, con los otros, en una especie de red solidaria que hace más acogedor el trasiego diario y las tareas que uno cree que tienen horizonte.

Pablo murió en 1997 y quedé paralizado. Su bonhomía, su calidez, su inteligencia, su humor, desaparecieron de manera definitiva y quienes fuimos sus amigos quedamos más solos, más  tristes, más desprotegidos. Con la muerte de Pablo Pascual, sus amigos morimos también un poco.