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El debate público

Pedagogía del cubrebocas

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

06/07/2020

Más de once millones de enfermos confirmados y más de 531 mil muertos acumula el mundo al cumplir seis meses bajo la maldición del coronavirus. En México tenemos tres meses y medio de confinamiento cotidianamente quebrantado por prisas e irresponsabilidades. Hay más de un cuarto de millón de casos confirmados y más de 30 mil fallecidos. Todo eso según los datos oficiales que, como las mismas autoridades reconocen ahora, son insuficientes.

A estas alturas tendríamos que estar pensando en medidas ambiciosas para tratar de atajar la pandemia y prepararnos ante los enormes desafíos sanitarios, financieros, sociales y de toda índole que ya se presentan. Por desgracia seguimos atrapados en lo más elemental. El estira y afloja entre el desparpajo del gobierno federal que ha tenido una indolente prisa para que se reanuden actividades y la precaución de algunos gobiernos locales y segmentos de la sociedad que insisten en el confinamiento domiciliario siempre que sea posible, es resultado de la ausencia de una política pública suficiente, responsable y desarrollada junto con los ciudadanos y para ellos.

La energía de la sociedad responsable sigue volcándose en preocupaciones tan obvias que debieran resultar innecesarias. El cubrebocas se ha mantenido como tema de litigio entre la inexplicable soberbia de gobernantes que se rehusan a emplearlo y prescribirlo y, por otra parte, las certezas científicas. 

Dos centenares de los más relevantes médicos de nuestro país, junto con algunos destacados ciudadanos, dieron a conocer el vieres 3 de julio un llamamiento cuya urgencia es subrayada desde el encabezado:

“¡Alerta México, el peligro no ha pasado: lo peor va a suceder!”.

Ese diagnóstico se apoya en el incremento de casos de Covid 19 en las semanas recientes: 147 mil nuevos registros y más de 19 mil fallecidos en el transcurso de junio. Se trata de un aumento del 60%. El país no estaba preparado para las reaperturas de centros de trabajo y comercios que han sido parciales y temerosas, pero que han favorecido el contagio. De allí que esos prestigiados médicos exhorten:

“Los ciudadanos debemos tomar la iniciativa para salir adelante como lo hemos hecho en otras catástrofes. Para hacer frente a la enfermedad es necesario que, en unidad, con disciplina y solidaridad, pongamos en práctica acciones derivadas de la evidencia científica”.

A diferencia de otros documentos que algunos de esos médicos, presidentes de academias de medicina y especialistas en salud han suscrito en los meses recientes, el llamamiento más reciente no está dirigido al gobierno, ni a los poderes públicos, sino a la sociedad. Posiblemente han agotado la esperanza en las respuestas del  poder político. La medida inicial que proponen, es:

“Utilizar todos, correctamente y en cualquier sitio público y de trabajo, el cubre bocas para nuestra protección y la de los demás. ¡Esa es la medida clave!”.

El cubrebocas se ha convertido en recurso esencial para atemperar los contagios debido a que el virus se propaga por el aire pero, también, porque una medida tan elemental ha sido rechazada por las autoridades federales y algunos sectores de la sociedad. Si el subsecretario Hugo López Gatell no exhibiera un menosprecio tan absurdamente militante contra esa precaución, en el gobierno no habría las reticencias ampliamente conocidas para emplearla. Quizá el conocimiento inicial que se tenía del coronavirus y las primeras recomendaciones internacionales no hacían necesario el empleo del cubrebocas. Pero en ese como en otros temas las autoridades mexicanas decidieron estancarse en las primeras interpretaciones y han carecido de capacidad para actualizar y profundizar las políticas públicas que hacen falta.

La disputa por el cubrebocas ha llegado a una absurda politización. Muchos funcionarios de Morena se niegan a utilizarlo, sobre todo cuando acuden a reuniones con el presidente de la República, como si al prescindir de ese sencillo adminículo expresaran fidelidad al presidente Andrés Manuel López Obrador. La excepción más notoria ha sido la jefe de Gobierno de la ciudad de México, cuya conducción de las medidas ante la pandemia ha tomado en cuenta las recomendaciones científicas aunque en ocasiones con tardanza y contradicciones.

El documento de los médicos que claman por el cubrebocas sugiere también: “guardar la sana distancia, lavar frecuentemente las manos o usar alcohol gel para el aseo, evitar salir de casa innecesariamente, no permanecer en espacios cerrados mal ventilados y extremar las precauciones al usar el transporte público”.

Si hubiera una política pública clara y convincente, tales admoniciones no serían indispensables. Pero las oleadas de personas que se vuelcan por las calles y sobre todo los datos que cada día muestran el crecimiento de la epidemia obligan a perseverar en lo básico.

La pertinencia del cubrebocas ha sido enfatizada por numerosos estudios, además del sentido común que tendría que ser suficiente para emplearlo. El mes pasado se difundió una investigación del Premio Nobel Mario Molina y varios científicos de las universidades de Texas y California publicada en los Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Allí señalan, acerca del virus que ocasiona el Covid-19:

“La transmisión aérea es particularmente virulenta, sobre todo a través de los aerosoles originados en la atomización humana, que representa la ruta dominante para la transmisión de la enfermedad. Sin embargo la importancia de la transmisión aérea no se ha considerado para el establecimiento de las medidas de mitigación por parte de autoridades gubernamentales… Específicamente la Organización Mundial de la Salud y los Centros de los Estados Unidos para el Control de las Enfermedades, mientras que han enfatizado la prevención de la transmisión por contacto, han ignorado la importancia de la vía aérea como ruta de transmisión. Las actuales medidas de mitigación, como el distanciamiento social, la cuarentena y el aislamiento implementadas en Estados Unidos, no son suficientes para proteger al público. Nuestro análisis revela que la diferencia con o sin el empleo del cubrebocas de manera obligatoria, representa el factor determinante en las tendencias globales de la pandemia. Nuestra conclusión es que el uso de los cubrebocas en público es la medida más efectiva para prevenir la transmisión de la enfermedad entre personas y que esta práctica que no es costosa, junto con pruebas extensas, cuarentenas y el seguimiento de contactos, plantea la mejor oportunidad para detener la pandemia del COVID-19, antes de que se desarrolle una vacuna”.

Esa investigación de Molina y sus colegas fue impugnada por epidemiólogos que consideraban que no tomaban en cuenta todas las medidas de política pública que se han desplegado en ciudades de Estados Unidos en donde la epidemia creció en los meses recientes. Sin embargo esa ausencia no modifica la conclusión principal: el cubrebocas es indispensable.

El presidente de México no lo considera así, como ha sido frecuente y hasta patéticamente documentado. La aversión de López Obrador por el cubrebocas podría ser examinada desde variadas perspectivas sicológicas pero tiene consecuencias en la desprotección que propicia en la sociedad. En vez de ejercer con el ejemplo un provechoso magisterio hacia la sociedad, nuestro presidente ha devaluado el empleo del cubrebocas.

Lo mismo hacen gobernantes como Donald Trump o Jair Bolsonaro. La expansión de la pandemia en Estados Unidos, Brasil y México se debe a variadas omisiones e imprevisiones de los gobiernos pero podría documentarse la correlación entre la desestimación de esos presidentes al cubrebocas, su empleo insuficiente en las sociedades de tales países y las cifras de expansión del Covid 19.

El uso del cubrebocas implica una pedagogía pública. Contribuye a resguardar a quien lo usa pero, sobre todo, ayuda a proteger a los demás de que los contagiemos. Emplearlo, es indicio de consideración y solidaridad con quienes nos rodean. Traer cubrebocas es una forma de responsabilidad social. El cubrebocas hace evidente la presencia de la enfermedad, es recordatorio constante de la amenaza que aún no superamos. También por eso se niegan a ponérselo quienes intentan negar las dimensiones de esta crisis.