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In Memoriam

Querido Fito

 

 

 

 

 

 

 

Celebración de los setenta años de Adolfo Sánchez Rebolledo,

10 de abril de 2012

 

Varios amigos tuyos nos hemos reunido con una sola intención: festejarte en tu cumpleaños. En estas páginas queremos dar fe de lo mucho que han significado tu amistad, tu compañía y tu inteligencia para todos nosotros. Felicidades, querido Fito. ¡Salud!

 

APASIONADO Y PROFUNDO OBSERVADOR
Arturo Balderas

Encontré por primera vez a Adolfo Sánchez Rebolledo en las páginas de la revista Punto Crítico por ahí de los azarosos años setenta. Años más tarde lo volví a ver en la revista Solidaridad, publicada por la Tendencia Democrática del suterm, con cuyo líder, Rafael Galván, el movimiento sindical y la izquierda de nuestro país siempre estarán en deuda. No fue casualidad que don Rafael le confiara a Fito la edición de Solidaridad. Su compromiso con los movimientos sociales y su capacidad como editor garantizaban el éxito de la revista en su nueva época, y así ocurrió.

Tiempo después compartí con él una de las experiencias más gratas en la militancia de la izquierda, en el Partido Socialista Unificado de México, cuando, con otros compañeros, apoyamos a Rolando Cordera en su cometido como coordinador del grupo parlamentario del partido en la Cámara de Diputados. En las frecuentes ocasiones en que Pablo Pascual, José Woldenberg, Raúl Trejo, Fito y yo nos reuníamos con Rolando para conversar sobre los avatares del naciente partido, los puntos de vista de Fito invariablemente condensaban su experiencia de años como militante en la izquierda y la reflexión necesaria en una etapa en la que no era fácil encontrar las respuestas a las interrogantes que se planteaba la izquierda dentro y fuera del PSUM.

Fue en esa época cuando Fito recibió una vez más el encargo de editar Solidaridad, que años atrás, a raíz de la muerte de don Rafael Galván, había dejado de circular. Tuve la suerte de que me invitara a participar en el proyecto. Durante varias semanas nos reunimos en la vieja casona de la que fuera la sede del sterm para planear el que sería el número cero de la revista. Con su acostumbrada precisión, Fito insistía una y otra vez en la necesidad de cubrir todos y cada uno de los detalles para que la revista tuviera la calidad y el perfil de la izquierda que el país necesitaba con urgencia. Su interés se dirigía, por un lado, a señalar los problemas que impedían superar el dogmatismo que había alejado a la izquierda del movimiento obrero y de los problemas reales de la sociedad y, por otro, a exponer el oportunismo y la corrupción mediante los cuales el oficialismo del liderazgo sindical habían neutralizado los verdaderos fines del movimiento obrero. La revista debía expresar la creación de una izquierda moderna que sirviera a las necesidades del país pero que no por ello sacrificara su esencia como movimiento social. Para nuestra mala suerte las condiciones cambiaron y, principalmente por motivos económicos, el propósito de Fito no se pudo cumplir: la revista se quedó en mero proyecto, en espera de tiempos mejores.

Debido a mi lejanía del país, la frecuencia de mis comunicaciones con Fito fue más esporádica pero no por ello menos intensa. Aprovechando la electrónica epistolar y sobre todo las ocasiones en las que tenía la oportunidad de verlo en México, nos enfrascábamos, como era costumbre, en las discusiones sobre el presente y el futuro de la izquierda. A estas conversaciones cotidianas se agregaba ahora el tema de su novedosa y apasionante incursión en las andanzas televisivas. Rolando Cordera había iniciado el programa Nexos TV, del que Fito era productor, apoyado por la paciente labor de Eugenia Huerta. Su calidad, profundidad, seriedad en el análisis y consistencia fueron las razones por las cuales permaneció diez años en el aire. Fue, en cierta medida, pionero; le seguiría un sinnúmero de programas con un formato similar, aunque hasta ahora ninguno haya corrido con la misma fortuna.

Siempre preocupado por el contenido y formato del programa, Fito me comentaba los avatares de lidiar con su producción y los invitados que semanalmente participaban en él. Con el tiempo, se convirtió en el entrevistador indispensable en los segmentos que complementaban el programa. La precisión y agudeza de sus preguntas tenían la marca que siempre lo ha distinguido como profundo observador del acontecer político, invariablemente desde un punto de vista de izquierda.

Diez años de incesante trajinar producto de las exigencias del programa de televisión se conjugaron con la altitud y la asfixiante contaminación de la ciudad de México para que su frágil condición respiratoria lo obligara a dejar la ciudad que ha amado toda su vida. El estado de Morelos es el reducto que Fito y Carmen, su compañera de siempre —acompañados en ocasiones por su hija Paula—, han escogido para vivir, y por añadidura, para convertirse en anfitriones de su legión de amigos. Para quienes acudimos a ese refugio morelense a conversar con ellos y recibir sus generosas atenciones, las largas horas durante las cuales nos enfrascamos en interminables conversaciones, solo interrumpidas por las llamadas de atención de su inseparable Dumas, suelen pasar casi inadvertidas. Los problemas sociales y los inexplicables tropiezos de una izquierda que no parece entender su importancia en un país en el que los marginados crecen por minutos, son temas que se suceden uno tras otro sin tregua. Escuchar a Fito, que incansablemente y a contracorriente de su mermada capacidad pulmonar se explaya con la pasión y la capacidad analítica que lo caracterizan, lo mismo sobre la primavera árabe que sobre los tropiezos de Obama o la represión a quienes han ocupado Wall Street y, por supuesto, acerca de las vicisitudes de López Obrador y el Partido de la Revolución Democrática, convierten esas charlas en unos de los pocos momentos que vale la pena disfrutar en los días en que todo pareciera perder sentido en torno a las esperanzas de alcanzar una sociedad menos desigual e injusta.

Innumerables son las anécdotas que han marcado mi relación con Fito. Una de las que tengo más presentes ocurrió cuando en los años ochenta por fin se decidió a visitarnos en San Francisco. Como pocos, fue asiduo caminante en las empinadas calles y avenidas de la ciudad, y un observador puntilloso de cuanto acontecía en ellas. Noche tras noche nos relataba sus experiencias a mí, a Diana y a mis hijos Laila y Julián. Con su capacidad para transformar cualquier detalle en una historia llena de sabor y pormenores interesantes, Fito se refirió a la pléyade de personas sin casa (homeless) que deambulan y pernoctan en las calles de la ciudad e hizo partícipes a mis hijos de su preocupación por las condiciones en las que aquellos malvivían. Esa preocupación quedó grabada en ambos —Laila y Julián—, por lo que meses más tarde, cuando caminábamos por una de las avenidas más favorecidas por los homeless, a mi hijo se le ocurrió preguntar: “¿Tú crees que los haríamos sentir mejor si les decimos que Fito los manda saludar desde México?”. Desde entonces los saludos entre los homeless y Fito se suceden en ambas direcciones. En otra ocasión, a principios de la década de los ochenta, me vi obligado a permanecer hospitalizado durante tres días con sus respectivas noches. La experiencia en un recinto en el que conviví con pacientes de por lo menos diez países diferentes me permitió escribir una serie de viñetas en las que me refería al contacto que tuve con esa extraña gama de personajes y costumbres de un mundo para mí desconocido. Cuando Fito tuvo la paciencia de leerlas, me dijo sin más rodeos que debería intentar escribir más seguido mis reflexiones sobre la cotidianidad en esta globalizada región del mundo, para la mayoría de nosotros ignorada. Hasta el día de hoy sigo tratando de honrar ese valioso consejo.

Incansable o tal vez irrefrenable en su vocación editorial, desde su retiro forzado se ha volcado ahora a la tarea de hacer un suplemento semanal para La Jornada Morelos, el “Correo del Sur”. Semanalmente Fito se aboca a la revisión de innumerables notas y artículos de la prensa nacional e internacional para sintetizar en unas cuantas páginas lo más destacado de ellos. No falta en el suplemento la palabra de autores cuya trayectoria está marcada por el pensamiento de la izquierda, que siempre le ha sido tan cara. Sobra decir que la edición tiene la calidad que Fito siempre se ha exigido a sí mismo. Estoy convencido de la deuda que tenemos con él para apuntalar ese esfuerzo editorial.

Gracias a las miles de cuartillas que ha escrito en una gran cantidad diarios y revistas se puede constatar que el periodismo, además de la reseña cotidiana de acontecimientos, puede ser también reflexión profunda de una sociedad que insiste en hacer “de la igualdad una quimera”, en palabras del propio Fito. Quien no haya seguido sus comentarios en los muchos diarios y revistas en los que ha colaborado, particularmente en La Jornada desde hace cerca de veinte años, se ha perdido de un valioso referente para entender y aquilatar la complejidad en la que la sociedad mexicana ha estado inmersa, sobre todo desde mediados del siglo pasado. Fito es uno de los pocos que en la tarea periodística ha dado cuenta de esa complejidad y de su profundo significado social. Como hombre de izquierda, desde siempre ha tomado partido en sus artículos por los “condenados de la tierra”, haciendo a un lado el cómodo expediente de ver como normal o irremediable la situación en la que estos viven. Algún día, como él lo ha prometido, los cientos de páginas que integran el largo expediente de sus artículos formarán parte de un volumen que, sin lugar a dudas, será obligado para quienes quieran conocer los acontecimientos que han modelado la historia contemporánea de nuestro país. Será una reflexión profunda de un apasionado hombre de izquierda que ha sabido evitar las trampas del dogmatismo y mantenerse al margen del acomodo que nos suele ofrecer una actitud más complaciente con lo posible, mas no con lo necesario, para abonar en el cambio al que aspiramos. Se dice fácil pero…

PERSUASIVO, SOLIDARIO, TOLERANTE…
Elsa Cadena

Conocí a Fito a mediados de los años setenta, en una de esas memorables fiestas que organizaba Jorge Hernández en su casa de Portales. Eran, en esos tiempos, tremendos reventones donde en ocasiones había lo que hoy se ha dado en llamar “música en vivo”, siempre bailongo, poesía y una que otra excentricidad (o, más bien, muchas). Ahí, algunos sentados en el piso, escuchábamos historias fantásticas y divertidas que Fito nos contaba cautivadoramente. Yo era muy joven y todo ese grupo de mujeres y hombres brillantes y divertidos me atrajo enormemente; a pesar de mi juventud, desde esos ayeres recibí de Fito un trato lleno de camaradería y afecto.

Fito, junto con otros amigos, pertenecía a una izquierda ilustrada, inteligente y aguda que participaba en el sindicalismo obrero y universitario y en el movimiento campesino. Tuve, en 1978, la oportunidad de trabajar en el sindicato de la Universidad Nacional Autónoma de México, y de participar en el Consejo Sindical, la corriente que había dirigido el sindicato de profesores universitarios, el SPAUNAM, antes de que se fusionara con el Sindicato de Trabajadores y Empleados, el STEUNAM, para formar un sindicato único en la Universidad, en 1977. A partir de ahí, mi vida se ligó profundamente a ese grupo.

A lo largo de los años hemos seguido juntos: desde la fundación del Movimiento de Acción Popular, que después se fusionó con otros partidos para formar el Partido Socialista Unificado de México; en los festivales del PSUM; en la campaña de Fito para diputado; en las reuniones para ver el Super Bowl —a las que ya no nos puede acompañar, aunque siempre está al tanto de cómo nos va—; como nuestro testigo, al lado de Rosaura, Paloma y Roberto Escudero cuando Federico y yo nos casamos; en fin, en muchos momentos importantes de mi vida.

Este grupo de amigos no lo es únicamente en el quehacer político; en realidad, le hemos otorgado un importante lugar a la divergencia que, en el grupo de discusión que es el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, ventilamos con regularidad. Seguimos juntos porque hemos sabido sortear nuestras diferencias y permanecer unidos. Y eso en gran medida se debe a Fito, a su gran aprecio por la amistad como algo que contiene el más alto valor; a su persuasiva autoridad y reconfortante liderazgo; a su sencilla capacidad para hablar con todos y para recordarnos, con su afecto, el afecto que nos debemos entre los exmapaches. Por eso, él ha sido un ejemplo en muchos sentidos y para muchos; nos ha motivado para aprender a vivir con alegría, con sencillez, con sentido de la justicia, con solidaridad, con tolerancia. Porque siempre agradecemos su manera de ser, su camaradería, su sapiencia, su ironía y sus ocurrencias.

No tenerlo hoy tan cerca como en el pasado, debido a su traslado a Morelos, es algo que lamento profundamente —y creo que no es solo mi caso—, porque el hecho de escucharlo, de percibir su afectuosa manera de dialogar y de interesarse por mi circunstancia y la de mis seres queridos me mal acostumbró por mucho tiempo. Esa distancia, sin embargo, no ha impedido que constantemente lo lleve en mi recuerdo y en mi más sentido afecto.

… REFLEXIVO, INQUISITIVO, CONVINCENTE
Rosaura Cadena

Me siento muy halagada por la invitación a escribir unas líneas en honor de Adolfo Sánchez Rebolledo, amigo entrañable, referencia indispensable en el análisis y la acción política de nuestro país.

Cuando conocí a Fito me causó mucho asombro su forma de ser, pues siendo pensador y guía fundamental en Punto Crítico, siempre mostró una sencillez y una capacidad de explicar a quien fuera (a mí) cómo veía lo que estaba ocurriendo en el país y cómo pensaba que debían cambiar las cosas. Yo empezaba en la Universidad, ávida de comprender qué pasaba en México y en el mundo, y de participar en un cambio por “un mundo mejor”, con equidad y justicia. Fito era de los pocos que siempre tenía tiempo para hablar, lo que aunaba a su enorme claridad para expresarse, así que fue muy importante para mí conocerlo, participar de sus análisis y escritos. Lo escuché hablar de José Revueltas, de Chile, de Vietnam. Leí La Revolución cubana y atesoré el libro porque además de explicarme muchas cosas encontré en él pensamientos y formas de ver la vida que me hacían sentir que pertenecía a algo.

De ahí en adelante, Fito ha sido referencia obligada, orientando con sus reflexiones en el Movimiento de Acción Popular, el Partido Socialista Unificado de México, en nuestro paso por los sindicatos de la Universidad Nacional, la Tendencia Democrática de los electricistas, el sindicato de Pesca, el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, y con su continuo análisis en periódicos, revistas y libros.

Recuerdo qué importantes fueron nuestras tertulias con Fito, Toño Simón y Adolfo Nalda. Estábamos en el Sindicato Único de Trabajadores de la Secretaría de Pesca y Fito nos hacía ver las situaciones políticas más allá de los enfrentamientos en el sindicato y con las autoridades en turno. Nos planteaba todo tan sencillo que parecía imposible que no lo viéramos de esa forma, pero así ocurría hasta que él nos lo hacía notar.

Su campaña para diputado por el psum fue una experiencia muy importante para muchos de los que veníamos del MAP. Trabajamos muy fuerte en las calles y tuvimos numerosos encuentros con los vecinos, desde casa por casa hasta en reuniones en el domicilio de alguno (recuerdo especialmente las que se realizaban en los pequeños departamentos del Multi Miguel Alemán, en la avenida Coyoacán). Fito, con su don de gentes, cautivaba a los vecinos, tenía todo el tiempo para escucharlos y hacerles sus planteamientos con claridad y calidez, así que se constituyeron grupos importantes de apoyo al PSUM. Fue una gran enseñanza, además de que nos divertimos mucho.

Para Fito parece una necesidad pensar, reflexionar, explicarse las cosas. Desmenuza los temas, siempre aportando formas diferentes de ver los fenómenos y buscando soluciones nuevas. Sus razonamientos son claros, directos y con una prosa magnífica, lo que hace que leerlo sea un deleite.

Estudioso analista de los problemas nacionales, Fito nos ha ilustrado en temas como la pobreza, la desigualdad, la educación, la izquierda, el sindicalismo, la democracia. Además ha traído a la discusión temas más específicos, que trata con un gran compromiso, como su defensa de Alcozauca y de los pobres de la Montaña de Guerrero, y con investigaciones acuciosas, como su trabajo sobre los voluntarios mexicanos en la Guerra Civil española.

Me ha tocado ver de cerca su espíritu científico, su capacidad de explorar y preguntarse sobre diversos temas del medio ambiente, desde asuntos generales, nacionales y globales hasta otros específicos, como la acuacultura y su gusto por la ornitología. En muchos de sus análisis está presente su preocupación por el deterioro de la calidad ambiental y la necesidad de aspirar a un desarrollo sustentable.

En especial, todas sus reflexiones sobre la izquierda me parecen lecturas obligadas, pues siempre manifiesta una coherencia y una claridad en sus principios que no encontramos fácilmente en los políticos y analistas mexicanos. Su énfasis en privilegiar la unidad y la necesidad de un frente electoral amplio, más allá de las estructuras partidistas y coaliciones electorales, me hace tener esperanza en la posibilidad de contar algún día con una opción real de izquierda para México, que desde hace mucho tiempo he dado por perdida. Solo Fito, con sus argumentos para explicar que sí existe una opción de gobierno de izquierda, popular, que ataque la desigualdad y se conduzca con honestidad y justicia, logra hacerme reconsiderar y tratar de dejar atrás las fobias.

Como Pablo Pascual, Fito ha sido amalgama entre los mapaches, querido, respetado y admirado por todos. Más allá de ser un dirigente político es el mejor amigo. Invariablemente dispuesto a escuchar, con seguridad hará certeros comentarios en asuntos personales. Pasar un rato de esparcimiento con Fito es un privilegio y un goce absoluto. Además de su inteligencia y conocimientos, tiene un sentido del humor único, muy ingenioso, que siempre sorprende y nos hace reír mucho, sobre todo en las situaciones más solemnes. Es una persona de lo más creativa, que nos hace ver los contrastes y los sinsentidos con gran espontaneidad. Sin duda es un hombre creativo, sensible y con un sentido de libertad tremendo.

Entre todas estas imágenes, imposible olvidar sus luchitas de fuerzas en el Bar Social en Manzanillo o las incursiones nocturnas con los amigos en antros como el Bach o su forma tan heterodoxa de bailar rocanrol, con una gracia inigualable.

Me sigue causando asombro encontrarme con Fito. Siempre luminoso, con esa calidez humana inigualable.

AMIGO Y REFERENTE OBLIGADO
Julia Carabias

Conocí a Fito a mediados de los años setenta. Yo era estudiante de tercer semestre de la carrera de biología en la Facultad de Ciencias cuando me involucré con mis nuevos amigos y profesores en la huelga del Sindicato del Personal Académico de la Universidad. No entendía mucho, pero sabía que allí estaban las causas justas para una mejor universidad. Y como son estas cosas, simplemente seguí a quienes me inspiraban confianza y ellos eran los del Consejo Sindical.

Fito, al no ser universitario, no participaba de las reuniones del Consejo, pero lo encontré por primera vez, ni más ni menos, en Bélgica, en la colonia Portales, la escuela formadora de cuadros políticos más heterodoxa de México: la casa del Biólogo Hernández.

Allí me dijo Isabel: “Es el hijo de Adolfo Sánchez Vázquez”. Me impresionó y operó el sentimiento de cofradía: hijo de refugiados españoles, debía ser confiable. No tenía mucho tiempo de haber leído en la prepa, a sugerencia de mi maestro Armando Bartra, el libro de don Adolfo Estética y marxismo, y de haber escuchado un discurso sumamente emotivo de él en la explanada de Rectoría con motivo de la huelga del spAunAm. Qué suerte tuvimos los jóvenes de esa década de haber vivido experiencias tan profundas, solidarias y aleccionadoras que marcaron nuestras vidas.

Siempre escuché a Fito con respeto y pocas veces me atreví a opinar por miedo a regarla. Era observadora. Me costaba trabajo seguir el curso de las conversaciones (y más la dinámica del reventón); había demasiada historia previa en el grupo que yo no compartí hasta bien entrada la década de los setenta. Entre otras cosas, me enteré de la ruptura de Punto Crítico y recuerdo a Fito argumentar los motivos. Yo solo escuchaba y aprendía. Luego Mague e Isabel me traducían.

Después, durante la construcción del Sindicato de Trabajadores de la Universidad, el STUNAM, estando yo más activa en la política y un poco más espabilada, las conversaciones con Fito, Rolando, Del Valle, Pablo, Pepe, Raúl, Eliezer, entre otros, eran un agasajo. Y a ellos debo mi formación política y mi visión de país. Seguramente a muchos nos ha pasado, no importa cuánto tiempo nos dejemos de ver y qué caminos hayamos seguido, en los reencuentros coincidimos gracias a los valores y la visión adquirida en esos días.

Conviví más con Fito durante la lucha de la Tendencia Democrática, particularmente en las reuniones con Rafael Galván y en las manifestaciones. Y, años después, en la fundación del Partido Socialista Unificado de México y luego del Partido Mexicano Socialista. Hasta allí llegué. Ya nunca me incorporé al Partido de la Revolución Democrática.

Fito contribuyó, junto con Rolando, a orientar mi decisión para cambiar de rumbo profesional. De la ciencia básica a la aplicada. Cuando a finales de 1981 el Partido Comunista Mexicano ganó la presidencia municipal de Alcozauca, en la Montaña de Guerrero, uno de los municipios más pobres del país, el profesor Othón Salazar me invitó a ayudarlo para hacer un proyecto que permitiera mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la Montaña utilizando sus recursos naturales. En esa época no se había acuñado aún el concepto de desarrollo sustentable y este enfoque de la ciencia era completamente pionero. Con muchas críticas desde la Facultad de Ciencias, logré junto con un grupo de amigos biólogos, Carlos Toledo entre ellos, armar un equipo y trabajar durante más de diez años en la Mon-

taña, abriendo camino hacia las ciencias ambientales. Fito, Rolando y Pepe siempre estuvieron presentes en este proceso. Su asesoría fue esencial para no cometer demasiados errores en ese terreno resbaladizo de incertidumbre política y de difícil quehacer técnico; su gestión permitió consolidar el proyecto y abrir puertas que hasta la fecha perduran.

Mi estancia en el gabinete entre 1994 y 2000 me alejó de compartir la cotidianidad con los cuates. Sin embargo, de vez en vez, cuando tenía que tomar una decisión política difícil, consultaba a Fito para enriquecer mis visiones.

En la última década, por los avatares de la vida me he encontrado muy pocas veces con Fito y lo lamento mucho. Recuerdo con gran satisfacción un día de diciembre de 2010, cuando Toni, Eugenia, Chele, Toño y yo fuimos a visitarlos, a él y a Carmen, en su casa de Jiutepec, Morelos. Como ocurre entre los buenos amigos, platicamos hasta el anochecer como si fuera un punto y seguido de nuestra última conversación de años atrás. Fallo estuvo muy presente en nuestra charla.

Si bien lo veo poco, cuando estoy en la ciudad aparece en casa puntualmente el domingo en la mañana, mediante el “Correo del Sur”. No importa la distancia, Fito sigue siendo un punto de referencia obligado para mí y sobre todo un gran amigo.

Larga vida, Fito.

POETA Y CAMPESINO  (VIÑETAS DE SOTAVENTO)
Rolando Cordera Campos

En los primeros años sesenta, muchos de los hoy setentones alojados en las aulas universitarias nos asomamos a la izquierda y con ella a la cultura de la época, que quería decir muchas novelas, cineclubes de cine negro, westerns, la nueva ola francesa y, desde luego, el deslumbrante despliegue de creatividad de los italianos, con Fellini y Visconti a la cabeza. Para los de Ciudad Universitaria fueron los cineclubes de Economía y Ciencias o el CUC y, por supuesto, el Cine Debate del Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras, los receptáculos de este despertar. Fueron estos, años preparatorios para la formidable explosión de gusto y protesta, narcisismo y hasta iconoclasia con que a partir del 68 se cerró una época.

Para mí, ese año axial, como lo bautizara Octavio Paz, fue más bien un nuevo inicio. Fue también el arranque de mi profunda y entrañable amistad con Adolfo Sánchez Rebolledo, reconvertida y reproducida con amplitud a lo largo de los años gracias a una férrea complicidad política y festiva, de progresivo y asiduo culto a la alta frivolidad, salpicada durante largo rato por los buenos vinos y la mejor comida, los viajes de agitación, propaganda y trabajo profesional y de disfrute y dolce far niente en las playas de Manzanillo.

Supe de Fito desde los principios de aquella década, y empecé a tratarlo de cerca gracias a la siempre generosa intermediación de Carlos Monsiváis y Óscar González. Fue Carlos quien nos llevó a oír a Silvia Caos en el bar del hotel Beverly, cuando Fito quiso convencernos de que lo único que le importaba era ser novelista famoso. A mí todavía me hacía cosquillas tamaña pretensión, pero abrumado por la retórica fitiana y la severa mirada de Carlos opté por disfrutar los boleros de Silvia y defender el proyecto de la revista Nueva Izquierda, con el cual un grupo de estudiantes de las facultades de Ciencias Políticas, Filosofía y Economía pretendíamos nada menos que dejar atrás el adocenamiento de la izquierda realmente existente, hegemonizada en la Universidad Nacional Autónoma de México por el Partido Comunista, y en el país por el nacionalismo progresista del cardenismo, ambos articulados por la Revolución cubana, cuya defensa nos unificaba entonces a todos.

Fito era un implacable crítico de nuestro desplante heterodoxo, que se alimentaba de la lectura rápida de C. Wright Mills, de la breve experiencia militante de algunos de los que hacían cabeza en el proyecto, como Margarita Suzán, Daniel Molina y Ricardo Valero, y de la condescendencia de Óscar y Carlos, quienes solo querían inyectar oxígeno juvenil a una izquierda demasiado proclive a la rutina y el culto de las inercias. No hubo tiempo para debatir esas coordenadas y propósitos, y la revista únicamente llegó al número tres.

Por lo demás, la fatalidad del ciclo de formación profesional se impuso en algunos de nosotros luego de la rica experiencia de la política estudiantil de izquierda, reducida a tres o cuatro facultades y una o dos prepas. Fito, por su parte, transitó de Economía, por cuyos pasillos había merodeado, a El Colegio de México y luego a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, donde creo que encontró, si no una vocación, sí una rica e interminable veta para su reflexión sobre la sociedad y el mundo y para tratar de darle a la intervención en la vida pública, directamente militante o mediante el periodismo comprometido, una densidad y una capacidad de durar que solo pueden dar miradas lejanas y profundas, a la vez que detalladas hasta el extremo, como Fito y muy pocos más lo han logrado en nuestra izquierda.

Su activismo y el de muchos otros se potenció y se volvió indignación ante el crimen estadounidense en Vietnam y la represión brutal del gobierno de Díaz Ordaz a las marchas de protesta en México. Poco después este activismo, junto con el de Tuti Pereyra, buscó alcanzar velocidad de crucero en 67 y a principios de 68 con la “democracia cognoscitiva” y las mesas redondas de los marxistas a que convocaba José Revueltas, así como con el proyecto de la Juventud Marxista Revolucionaria que animaban trotskistas, maoístas y algunos espartaquistas un tanto desbalagados.

Tanto Fito como el Tuti buscaban, además, polemizar con Pepe Revueltas y así desplegar su propia teoría sobre el momento mexicano y la acción revolucionaria. Hablo de esto en buena medida de oídas, puesto que yo desembarqué en México en junio del 68, después de casi dos años de vivir en Londres.

En esos días, Tuti, Fito y yo empezamos a reconocernos en sus relatos sobre las extravagantes sesiones con Pepe y los que yo aportaba de mi vivencia directa e imaginada en el 68 europeo, que para mí había empezado un enero en Berlín para pasar a Londres antes de aterrizar fabulosamente en el mayo parisiense. Entonces vino el remolino y nos alevantó, amenazando llevarnos por los senderos más distantes.

No fue así, y el movimiento y su terrible final más bien nos acercaron hasta la alta fusión, al calor de la crisis del 10 de junio de 1971, que nos llevó a escribir y publicar anónimamente “El movimiento estudiantil mexicano ante su crisis”, incitados por Santiago Ramírez, quien también colaboró en el panfleto, y estimulados por el interés que según Santiago tenían los expresos políticos del Pregrupo, en particular Gilberto Guevara, de nuevo bajo amenaza de persecución por el gobierno de Echeverría.

De ese episodio, que yo viví con temor e intensidad por haber sido también señalado como “presunto responsable”, arribamos a una plataforma más elevada para la acción política que, como muchos más, buscábamos encauzar y rescatar del laberinto en que se había convertido una universidad cercada y un movimiento estudiantil asediado por la represión, la tentación del gueto y la confusión consecuente.

A convocatoria de los dirigentes del 68 apenas liberados, encabezados por Raúl Álvarez, entramos en un momento de tensión y expectativas con el proyecto de la revista Punto Crítico que Fito dirigiría ejemplarmente. Se trataba de un periodismo militante que Fito quería que además fuera de excelencia, y que buscaba explorar rutas de continuidad y desarrollo para un movimiento cuyos alcances iban, para todos nosotros, más allá de las reivindicaciones originarias y específicas del movimiento estudiantil. Lo que se había puesto en juego, a partir de entonces, eran el rumbo del país y la posibilidad de arribar pronto a un régimen democrático que, a la vez, fuese capaz de incorporar fuerzas sociales y tendencias políticas orientadas a un cambio mayor, a una revolución cuyas coordenadas y hoja de ruta no podíamos precisar con claridad. Ello no impedía que la reflexión y el debate dentro de la revista y en el conjunto de la izquierda gravitara hacia esas palabras mayores.

Postulando que aquella era la “hora de los trabajadores”, nos inscribimos en la ola formidable de organización y movilización social y popular que cubrió toda la década de los años setenta. Un horizonte se abría y la crisis del régimen posrevolucionario, anunciada trágicamente el 2 de octubre del 68, parecía encaminarse a una transición política y social promisoria.

El 68, de nuevo gracias a los generosos oficios de Óscar González, también nos llevó a acercarnos a don Rafael Galván, por quien ambos y muchos más, entre ellos mi querido hermano Fallo, pronto desarrollamos un profundo sentimiento de respeto y amistad. Del contacto, siempre discutidor pero no menos festivo, con Galván, Óscar y don Natalio Vázquez Pallares, surgió un reconocimiento del cardenismo y del momento nacional que Fito había percibido, en realidad descubierto para muchos de nosotros, en su estudio de los discursos de Fidel Castro y de la historia de la Revolución cubana.

El círculo hipnótico de violencia y ofuscamiento del movimiento propiciado por el gobierno podría romperse, pensábamos, al calor de ese nuevo compañerismo y amistad con los abanderados de lo mejor y más avanzado de la tradición revolucionaria mexicana. Fue la hora del suterm y de la Tendencia Democrática de los electricistas, sus congresos y la serena y paciente pedagogía de Galván sobre el rescate de un Estado y una revolución de manos de sus propios dirigentes.

Fueron providenciales aquellos encuentros. (Si no recuerdo mal, fue una de esas largas e intensas comidas con Galván, Natalio y Óscar, la que impidió que Fito, quien cubría el movimiento para Interpress, pero se había convertido en mucho más que un observador participante, estuviera en Tlatelolco la tarde del 2 de octubre). Pero no solo eso.

En esos años conocimos también la irracionalidad de los extremos del delirio grupuscular y sufrimos indignados el asesinato de Carlos Guevara Reynaga por los enfermos de Sinaloa, que habían iniciado su nefasto tránsito a la lucha armada clandestina en las filas de la Liga 23 de Septiembre. La izquierda llegaba al fondo de una irracionalidad y una furia que negaba todo cauce a la política y no solo desde la dimensión armada.

Recuerdo cómo asistimos azorados y luego enfurecidos a la

Arena México, a un intento de manipular el golpe de Estado contra Salvador Allende por parte de diversos grupejos que, sin más trámite, buscaban “nacionalizar” las fracturas que la Unidad Popular chilena había sufrido. De ahí surgió la iniciativa de Punto Crítico para realizar un inolvidable acto de masas con los electricistas de Galván y del Sindicato Mexicano de Electricistas, los ferrocarrileros que acompañaban a Demetrio Vallejo, los nucleares que encabezaba Arturo Whaley, y los universitarios agrupados en el Sindicato de Personal Académico de la unAm, en solidaridad con todos los chilenos perseguidos y pisoteados por la criminal bota de Pinochet. Aquel acto nos llevó a imaginar, un tanto borrosamente, la conformación de un contingente o un bloque político-sindicalintelectual, que empezaría a concretar nuestras teorías e hipótesis sobre el relevo proletario y popular que le daría continuidad al movimiento iniciado por los estudiantes y profesores en 1968.

Vino el Frente Nacional de Acción Popular con sus portentosas marchas y concentraciones, pero también la represión legal e ilegal contra don Rafael y los suyos, y el topar con una realidad política y social cuyo dinamismo nos encandilaba pero que no podría por un buen tiempo sobreponerse a la opacidad impuesta por un régimen cuya dirigencia no se atrevió a cambiar al ritmo y en el momento necesarios. Con todo, aquellas movilizaciones magnas de obreros, campesinos, sindicalistas universitarios o nucleares nos dejaron ver la posibilidad de una democracia capaz de recoger aquel momento nacional y popular que Fito había más que intuido y que juntos habíamos tratado de desarrollar con Galván y sus compañeros, hasta llegar nada menos que a Gramsci y sus tesis sobre la hegemonía, en las que Galván se mostraba ducho y diestro.

No ocurrió así. Don Rafael se fue antes de tiempo y sonó la hora del pluralismo administrado de la reforma política. Fue al calor de estos y otros acontecimientos que acometimos la formación del Movimiento de Acción Popular e inmediatamente después del Partido Socialista Unificado de México, para luego sufrir las inclemencias de las luchas internas, pero también gozar las mieles de la política democrática en la Cámara de Diputados, la organización partidaria en el territorio, el (re)descubrimiento de la entrega militante y abnegada, encarnada por Othón Salazar y sus indios de la Montaña Roja de Guerrero. Ahí fue donde Fito, antropólogo empedernido, colectó amistades y admiraciones duraderas, corrigió una y mil veces sus conceptos bolcheviques y desplegó una actividad memorable para muchos de nosotros e inolvidable para él.

El tiempo se va inclemente, pero nos ha dado espacio para explorar otras rutas de acción y enriquecimiento personal y mutuo. Junto con muchos amigos y compañeros egresados de las experiencias del MAP y el PSUM fundamos e impulsamos el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, cuyo primer presidente sería Pepe Woldenberg para ser sucedido por nuestro inolvidable Pablo Pascual. En el Instituto se tejió más de una idea y muchas hipótesis sobre lo que podría y debería ser la transición a la democracia, cuya necesidad urgente habían demostrado a un costo nada menor Cuauhtémoc Cárdenas y sus compañeros de la Corriente Democrática del Partido Revolucionario Institucional, la gesta político-electoral del Frente Democrático Nacional y el difícil camino que a partir de 1989 empezó a recorrer el Partido de la Revolución Democrática, hasta llegar a la gran movilización ciudadana y popular de la Coalición por el Bien de Todos que encabezara Andrés Manuel López Obrador en 2006.

Junto con Eugenia Huerta hicimos televisión comprometida con la circulación de las ideas y el impulso a nuevas ideas (Nexos TV) y recorrimos sumariamente la “memoria de calidad” de un país que cambiaba con celeridad, pero cuyas dirigencias no acertaban a reconocer —o no querían hacerlo— ni su propia historia. Al final de cuentas, tanto para él como para mí, aquellos años de la tele fueron algo así como la política por otros medios.

Fito estuvo en cuerpo, alma, pluma e ingenio en todos y cada uno de esos momentos, dando libre expresión a una educación sentimental y política forjada en los años duros, a veces tenebrosos, de tiempo nublado, que siguieron al 68, nuestra cuna común, y se extendieron hasta bien entrados los setenta con el auge y la posterior agresión injusta e ilegal que sufrieran Galván y los suyos. Por esto y más, estas no son simples viñetas sino testimonios existenciales fundamentales, arrancados sin permiso a una memoria acosada por las urgencias editoriales y flaqueante por los años.

La compañía de Fito ha sido crucial para mí. Diría que, a la distancia y en el recuerdo, se me presenta como vital, como una hermandad entrañable que encontró en la complicidad política e intelectual el mortero para fraguarla y volverla interminable.

Tal vez sean esta complicidad y esta amistad fraterna las que permitan explicar lo que podría parecer a algunos un auténtico oxímoron: la permanencia inquebrantable de un diálogo gozoso y una relación política intensa y siempre comprometedora, entre un reformista convicto y confeso, como es mi caso, y un bolchevique ilustrado por lo mejor de la cultura familiar, nacional y occidental, además de poeta y campesino, como es el caso de Fito.

EL LIBERTARIO
Alejandro Encinas

Cuando fui invitado a colaborar con un texto para la presente publicación en reconocimiento a nuestro querido amigo y camarada Adolfo Sánchez Rebolledo, el Fito, cruzó en mi mente la imagen quijotesca de un hombre persuasivo en el debate, que es todo bonhomía, que gana fácilmente el reconocimiento y aprecio de quien lo lee, lo escucha o lo conoce. Un hombre de izquierda:

libertario, firme, lúcido y congruente con sus ideas y sus actos.

Tengo presentes las líneas que Fito escribió a la muerte de nuestro entrañable Othón Salazar: “Maestro, hombre de bien, revolucionario auténtico, […] para los que tuvimos el orgullo de beneficiarnos de su trato siempre afable y cordial y, sobre todo, de sus lecciones vivas de dignidad […] que lo dio todo sin pedir nada a cambio […]. Su vida es ejemplo de austeridad privada y coherencia pública”.*

Igual es Fito, un hombre de gran generosidad quien, desde la segunda mitad del siglo XX a la fecha, ha recorrido el sinuoso camino de las izquierdas y de la transición democrática en nuestro país.

Fito deja huella donde pisa y donde escribe; ha hecho de la palabra una herramienta de transformación y con ella ha construido una larga trayectoria en la política y la labor periodística, en los medios impresos y electrónicos. Fundador y colaborador de revistas y periódicos, creador de instituciones partidarias y organizaciones civiles, en las que ha plasmado el ideal de un pensamiento siempre vigente.*

Crítico implacable de la injusticia y la profunda desigualdad que lacera al país, Fito ha cuestionado a los tecnócratas que inermes protegen finanzas y privilegios, abandonando todo rasgo de humanidad:

Ser mexicano en el siglo xxi implica vivir en un océano de desigualdad […] el hecho imborrable es que los pobres son muchos y están en todas partes, así no los vean desde las atalayas del poder y la riqueza quienes gobiernan y deciden en el país […]. En su carácter de expertos, hablan de los pobres y la pobreza con la indiferencia de quien se refiere a cosas inanimadas, a números, no a personas cuyos derechos fundamentales son cuestionados todos los días.**

Adversario de las partidocracias y las burocracias de las izquierdas, del socialismo estatal y el igualitarismo, Fito ha señalado los abusos y equívocos del dogmatismo, los horrores cometidos en nombre de la igualdad social y los exorcismos ideológicos:

El igualitarista pretende alcanzar la igualdad nivelando autoritariamente a la sociedad, según el dictado de un ideal promediado de la justicia, haciendo sospechosa la diversidad y peligrosas las diferencias: es en la homogeneidad —social, religiosa, cultural— donde el radicalismo igualitarista encuentra realizados sus sueños libertarios originales, aunque esos fines éticos y racionales acaben siendo desnaturalizados por los medios dispuestos para alcanzarlos […]. El estrepitoso fracaso del socialismo estatal estriba, antes que nada, en su incapacidad de superar por otra vía el doble desafío que la modernidad con todas sus luces tampoco ha resuelto en este siglo, dejándolo como herencia al milenio venidero: lograr que la equidad entre los hombres sea el fruto final del desarrollo social en libertad.*

Quizá esta visión fue la que lo llevó a separarse del Partido Comunista Mexicano en los años sesenta y, junto con Pablo Pascual y José Woldenberg, a renunciar al Partido de la Revolución Democrática en 1991, controvirtiendo —a manera de premonición— su línea política y sus prácticas internas, críticas que se mantienen vigentes en el debate actual:

El capital político que heredó [el prd] producto de las jornadas electorales de 1988 y de un largo proceso de trabajo y auto reforma de la izquierda mexicana […] puede ser dilapidado, o peor aún, conducido por un sendero que nada bueno puede ofrecer al país […] el prd no ha podido asumir con claridad y convicción que la mejor ruta para el país es la de la transición democrática institucional, pacífica, y para ello, pactada.**

Fito ha profundizado su cuestionamiento a las nomenclaturas partidarias:

… los partidos y sus círculos dirigentes viven volcados en sus luchas internas, la ciudadanía se aleja de ellos y los identifica con los políticos en general —la llamada clase política—, que suelen anteponer sus intereses personales o de grupo a los del ciudadano. Esa visión de los políticos como un segmento especial, separado (generalmente corrupto) de la sociedad y contrapuesto a sus reivindicaciones, no puede compartirse para definir a la izquierda, a menos que se niegue la razón de ser de esta corriente (si en su seno figuran personajes impresentables lo que sigue es hacerlos a un lado, no so la parlos).*

La izquierda necesita la organización, pero no cualquier forma de organización vale si no permite elevar la conciencia, la cultura política de sus agremiados, la claridad de miras de la sociedad en su conjunto. “No somos acarreados, somos organizados”, rezaba una consigna anticharra, aludiendo a esa diferencia moral de la que es portador cada individuo que sale a la calle a expresarse. La derecha se puede permitir el liderazgo de los notables y el asentimiento de los fieles. La izquierda no. Justamente porque su misma existencia es un desafío al orden establecido requiere de la crítica y de la democracia para sobrevivir […] Es hora de que la izquierda ofrezca salidas, soluciones políticas nacionales por las cuales valga la pena luchar, rechazando las gestiones clientelares que generan liderazgos verticales, cuando no corruptibles […] Si hacen falta otros partidos que se diga, pero no hagamos como que es “el movimiento” el que toca a rebato.**

Fito culmina su séptima década en un momento de definiciones fundamentales. Como el que representan la sucesión presidencial de este año y la oportunidad para recuperar el camino de la transición a la democracia en México, por lo que bien vale la pena retomar su insistencia en lograr cambios profundos en nuestra democracia:

La conquista de un régimen electoral equitativo, capaz de asegurar el libre juego de partidos y el respeto absoluto al voto y a la voluntad popular eran —siguen siendo— indispensables para alcanzar la democracia. Pero, con toda su importancia, la reforma electoral no era, ni puede ser hoy, el único horizonte del cambio democrático en México, la estación terminal de ese sinuoso camino —en ocasiones trágico— emprendido hace décadas para transformar al régimen político y a la sociedad nacional. Menos si, como pretende el panismo, se identifica la salud de la democracia con el imperio del libre mercado y con el abandono, en nombre del liberalismo, de los principios que en la Constitución favorecen la creación del Estado social, el cual jamás podría asimilarse al viejo estatismo, cuya crisis abrió las compuertas a la etapa de mediocridad y decadencia en la que nos hallamos.*

Y nos recuerda:

El pluralismo es consecuencia irrenunciable del gran movimiento que, comenzando en 1968, prosigue hasta nuestros días. Queremos libertades, elecciones limpias, legalidad, pero ningún esfuerzo democrático tendrá sentido si no abre paso a la equidad y refuerza la participación ciudadana, popular. En suma, se requiere un cambio de régimen.**

Fito es un hombre de ideas, constructor de entendimientos, y ahora, al igual que siempre, tiene ante sí el reto que se ha autoimpuesto luego de la muerte de su padre, el filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez: “Ahora lo que viene es lo que sus descendientes, en el campo de la reflexión, puedan tomar de esas ideas y crear nuevas. Siempre hemos pensado que fue un sembrador de ideas, inquietudes, un hombre avanzado en sus concepciones y muy consecuente con ellas”,* y de las ideas que de él surjan seguiremos abrevando para edificar el horizonte de felicidad que se merecen los mexicanos, y mantener, en palabras de Fito, el lenguaje universal de la esperanza.

* “El maestro Othón Salazar”, La Jornada, 11 de diciembre de 2008.

** “Océano de desigualdad”, La Jornada, 9 de junio de 2011.

* “Qué es combatir a la pobreza”, Etcétera, núm. 347, 23 de septiembre de 1999.

** Carta de renuncia al prd dirigida a Cuauhtémoc Cárdenas, 11 de abril de 1991.

* “La foto”, La Jornada, 19 de mayo de 2011.

** “Organización, partido y movimiento”, La Jornada, 4 de diciembre de 2008.

* “La democracia de los privilegios”, La Jornada, 22 de octubre de 2009.

** “Desigualdad y política”, La Jornada, 6 de enero de 2011.

* “Despiden a Adolfo Sánchez Vázquez, sembrador de ideas”, La Jornada, 10 de julio de 2011.

NUESTRO AMIGO AGITANADO
Roberto Escudero

Adolfo Sánchez Rebolledo cumplirá este 10 de abril setenta años. Con ese motivo, he sido invitado, como varios de sus amigos y compañeros, a escribir un texto para Fito, que así le llaman todos ellos. Son cuatro letras que condensan a una personalidad con tan múltiples facetas como las que configuran a nuestro personaje. Por lo pronto, la palabra Fito se pronuncia con gran cariño, el que todos tenemos para un hombre tan agitanado. Esta palabra se la escuché por primera vez a Fito, producto seguramente de su herencia andaluza, porque la tierra de sus padres es pródiga en gitanos, y agitanado se emplea para aludir a una persona con una simpatía desarmante, así que agitanado ha sido toda la vida, y no le cuesta ningún trabajo, se entrega así y punto, como un gitano legítimo. Con esa especie de aura se pronuncia el nombre de Fito.

Sus intervenciones y sus escritos son muy elocuentes. Los dos últimos que publicó en la revista Nexos, todavía dirigida por Woldenberg, son magníficos;* según pude entender, son crónicas históricas: él armó estos relatos con fuentes documentales de muy diversa procedencia, pero sostenida por una retórica (el conjunto de reglas de Fito para el buen escribir) literaria. Sí, son relatos históricos y literarios.

Leyéndolos me acabé de convencer de que Fito es el mejor escritor de mi generación, la que se reúne en torno a Punto Crítico y después en diversos proyectos políticos y sus publicaciones. Como la literatura es el terreno cultural que menos ignoro, me permito decir que en los gustos de esa materia casi siempre convergimos Fito y yo. Recuerdo una anécdota que ilustra tanto su interés por la literatura como su penetración política: hace ya varios años acudí al Museo Nacional de Antropología a una reunión de la socialdemocracia internacional, invitado por Ricardo Valero; al entrar, al primero que vi fue a Fito, reunido con un grupo de políticos; él advirtió mi llegada, fue hacia mí y me preguntó a bocajarro, y a modo de saludo, qué me parecía Jaime Sabines, cuyo fallecimiento acababa de ocurrir.

Como es un tema que ya habíamos fatigado, yo me callé y seguimos conversando de otros temas. Después vino el cambio de giro hacia la política, y escuchamos atentamente a los españoles, el grupo más numeroso —y de mucha calidad—, encabezado por José Borrel; Felipe González moderaba. Estaba también el argentino Raúl Alfonsín; por los empresarios hablaron Lorenzo Zambrano y Carlos Slim, sus intervenciones estuvieron a la altura. Participaron también los mexicanos Luis Villoro y Porfirio Muñoz Ledo (organizador del evento), así como Shimon Peres, y al acabar el acto el Fito me dijo que este último había sido el mejor.

¿Y Sabines? Ya lo sabíamos, Jaime Sabines fue el poeta más leído por nuestra generación. Interpretaba algo que bien podríamos llamar la nueva sensibilidad que se despliega hasta llegar al 68 mexicano. Naturalmente, ambos sabíamos que Octavio Paz era —y es— el faro mayor, y que también Efraín Huerta tenía —y tiene— lo suyo: su espléndida obsesión por la ciudad de México, a la que literalmente declara su amor y su odio.

A propósito de poetas, en 1989 Adolfo Sánchez Rebolledo publica un poemario, Secretos espejos, en edición de autor, con una hermosa viñeta, seguramente dibujada por él mismo. Los poemas son de buena factura. Y hacia el final, también habla de la ciudad de México, en un poema titulado “In memoriam”, que está fechado en 1966:

Tuve una ciudad de lloviznas veraniegas.

Tuve una ciudad de balcones húmedos.

Tuve una ciudad de montañas azules en las ventanas.

Tuve una ciudad septembrina y asoleada.

Tuve una ciudad de llanos y azoteas.

Tuve una ciudad para escribir una frase sincera. Tuve una ciudad adolescente y cautiva. Tuve una ciudad de camellos eléctricos trotando entre girasoles y malezas.

Tuve una ciudad de cuevas de arena y pelotas de trapo, entre la hierba amarilla que arde en el otoño seco. Tuve una ciudad que amé para siempre.

Es un poema nostálgico y melancólico a la vez, en el que ambas cualidades se entrelazan en doce versos para exponer a la intemperie urbana el corazón de las cosas perdidas para siempre. Si entiendo bien, en este poemario se indaga en el mito prehispánico, el mito, como el origen que no es originado, el comienzo de todo lo que es. Precisamente en “Secretos espejos”, el poema que da el título al libro, se lee lo siguiente:

Fiesta o disimulo, huida con el viento hacia las batallas de luz.

Voy al mundo oscuro y venial de Mito, esas transparencias que eludes, vencidas por el aire…

Pero Fito es inquieto, no se da punto de reposo. Viaja varias veces a Europa, a cumplir siempre tareas políticas. Su plática al respecto es una crónica hablada, o mejor, un testimonio oral. En el Portugal de la Revolución de los Claveles, de 1974, cuando todavía está vigente, en una reunión con izquierdistas europeos se sienta una fila atrás de Gorbachov, quien, cuando le dan la palabra, comienza: “Vengo a hablar en nombre del partido de Lenin”. El Fito, recuerda y se entusiasma, mueve las manos hacia sí, en ese movimiento suyo tan característico, afirma que no pudo ser más contundente el que era entonces la cabeza política de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Fito va a España varias veces, entra en contacto con las Comisiones Obreras, hechura de Marcelino Camacho, que reúne a los obreros militantes del Partido Comunista Español, en pleno régimen franquista, los primeros años de la década de los sesenta, y su misión consiste en influir en los sindicatos controlados por el Estado. Viaja a Italia y Alemania, todo lo cuenta con lujo de detalles, es preciso respecto a cada país y respecto a la totalidad de Europa. Y así su militancia se nutre de cosmopolitismo de un modo natural. Todavía se da el lujo de viajar a Corea del Norte; lo que pasó ahí lo acaba de explicar en uno de sus recientes artículos de los lunes en La Jornada. Su texto no tiene desperdicio, y no podía ser más oportuno: Corea de Norte capta la atención mundial, a propósito de la muerte del gran líder y su sucesión. Nada de lo que sucede allí, nos dice, es gratuito; se explica en razón de la historia de ese país, dictadura dinástica incluida.

Y algo más, esencial en la visión política de nuestro amigo: cada vez que regresa a México, su conocimiento del país se afina por contraste con los demás países que conoce. México es, y no podía ser de otra manera, el país que más conoce y más le preocupa.

Lo ilustro con otro suceso que viví con él. En una ocasión, cuando lanza su candidatura para diputado por el Partido Socialista Unificado de México, me pide que lo acompañe a ver a Juan Rulfo; me cuenta el diálogo telefónico que tuvo con el gran escritor, le dice que quiere entrevistarse con él; Rulfo responde que de política no sabe nada, Fito le contesta con agilidad mental: “Usted sabe de México, cosa más importante”. Rulfo finalmente ac cede y el día concertado llegamos al edificio de departamentos donde vive, toca Fito el timbre hasta tres veces y nadie le contesta. Allí estaba Rulfo pero su timidez le impidió vernos, timidez que probablemente hubiera vencido echando mano de un sueño diurno. Cuando era invitado de honor en una embajada europea y todos lo apremiaban para que hablara, finalmente lo hizo: “¿Saben ustedes? A esta hora están enterrando los caballos allá en Comala”.

México como pasión, eso ha sido el país para nuestro amigo, desde siempre, desde que era un jovencito que estudiaba medicina e iba a la Facultad de Filosofía con su bata blanca a ver a su novia Carmen Fabregat, hasta la fecha su esposa y compañera, muy solidaria y muy buena amiga para todos los que los visitamos en su mirador de Jiutepec.

En este escrito, una cosa lleva a la otra, espero que con alguna coherencia. Allá en la década de los sesenta, Carlos Monsiváis publica en la Revista de la Universidad un ensayo sobre la ya clásica Familia Burrón, de Gabriel Vargas; el artículo cumplía con los requisitos que siempre se exigía Monsiváis: agudeza, inteligencia, sentido del humor, elección afortunada del tema y un largo etcétera. El texto monsivaisiano viene a cuento porque se lo dedicó a Carmen Fabregat y Adolfo Sánchez Rebolledo.

Desde su mirador de Jiutepec, el Fito escudriña todo lo humanamente posible de México y el mundo. Dirige el “Correo del Sur”, el excelente semanario cultural de La Jornada Morelos. Discute con vehemencia, sobre todo cuando uno no está de acuerdo con él, pero siempre sabe que nuestra generación y las que la van sucediendo tienen, como diría ese monstruo escénico que es Vittorio Gassman, un gran futuro a sus espaldas.

* “Guerra y misericordia en Madrid”, Nexos, núm. 367, julio de 2008, pp. 58-73 y “España-México, 1939. La última jornada de los voluntarios”, Nexos, núm. 372, diciembre de 2008, pp. 69-78.

MÁS SABE EL DIABLO POR DIABLO…
Antonio Franco

Feliz cumpleaños, querido Fito. Sea bienvenida vuestra merced al reino de los septuagenarios.

Acertada ha sido la iniciativa que nos permite —creo interpretar el sentir de muchos compañeros— darte aquí y por un buen tiempo testimonios individuales y colectivos de lo valioso y gratificante que nos ha sido tu cuatitud y camaradería, queridísimo Fito, que luego de numerosos años de disfrutar mil y un regocijos, opiniones acertadas, textos de alta calidad, gratas sorpresas de abundante actividad y elevada creatividad, y uno que otro sustillo, hoy nos entregas la alegría de poderte abrazar en ocasión de tu aniversario setenta.

En verdad quisiera poder ajustar estas líneas a mi propósito de expresar la admiración que siento por tus cualidades personales y por tu obra política y cultural, por tu inquebrantable sentido de la amistad, el buen humor y la mejor chorcha; por tu persistente batallar contra la desigualdad y la injusticia sociales, y por tu irredenta tenacidad en el diario porfiar por materializar los descubrimientos y anhelos del marxismo crítico y la ética permitida por los desarrollos del conocimiento.

Todos tus cuates (además de otras muchas personas) conocemos tu trayectoria de profesional en la política y el periodismo, sin que escaseen los que pueden hablar de ella paso a paso, de toda su dimensión, y deducir sus resultados. Infortunadamente no me cuento entre los tenedores de tales atributos. Pero sí puedo afirmar que desde 1961-1962 supe de ti por interme diación de algunos de mis camaradas de entonces, que solían hablar elogiosamente de la labor política de Sánchez Rebolledo, y que dos décadas después, con la integración del Partido Socialista Unificado de México, tuve el gusto de conocerte en persona, primero, y luego el privilegio de entrar contigo en una relación afectuosa y gratificante. El gusto se dio desde el primer momento porque me resultaron más que amenos nuestros encuentros y charlas, y el privilegio, por las innumerables prerrogativas y regalías políticas y —más en lo general— humanas que acostumbras compartir.

De los tiempos de la militancia partidaria común y del cuarto de siglo posterior mi memoria ha preservado inolvidables recuerdos de encuentros y conversaciones, coincidencias y entendimientos, así como discrepancias razonablemente manifestadas que sostuvimos con un estilo de relación consolidador de la amistad, y que en retrospectiva me permiten tasar como tramos sustanciales del proceso por el que los mapaches —singulares maestros de la política y la convivencia— contribuyeron a la modificación y el enriquecimiento de mis preferencias políticas y de mis simpatías personales.

De forma directa o por interpósitos cuates sé que, unas veces de francotirador y otras de intelectual orgánico, has hecho un generoso y delicioso recorrido, que has combatido en muchas estaciones a lo largo del camino que te llevó a la pelea por la transición democrática y a la creación del instituto de estudios que lleva este nombre.

No tuve la suerte de verte, pero me resulta en verdad creíble cuando me imagino cómo fuiste de entusiasta, alegre y optimista en el año de tus dieciocho primaveras, cuando desembarcaste en el aeropuerto José Martí, de La Habana, sin equivocación entonces Territorio Libre de América, en plena luna de miel de la Revolución cubana, la verde olivo, representando a tu valioso entender a los mexicanos jóvenes en el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. Por lo que me has contado, conociste y te sedujo el pueblo alzado en armas por la preservación de sus conquistas de libertad y autonomía, esos milicianos que de todo corazón gritaban “Patria o muerte”; aquella pluralidad del Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular (comunista) y más. En tal Habana viste, sentiste y viviste el rostro opuesto del franquismo.

Hoy me complace saber que, cada una a su manera, siempre han existido las luchas paralelas y convergentes; que, como se decía en referencia a la llamada táctica espontánea, marchamos separados pero en la misma dirección, ya fuera en la solidaridad con la Cuba revolucionaria, con el Vietnam heroico, con los patriotas dominicanos o con Camboya, y con otras causas de las izquierdas mexicanas, latinoamericanas y de otras partes del mundo.

A la vez debo decir que incluso desde otras posturas siempre fue indispensable seguir el curso de las publicaciones que dirigiste y de aquellas en las que participaste destacadamente: Punto Crítico, Cuadernos Políticos y Solidaridad. Las jornadas de los electricistas dirigidos por Rafael Galván, en particular del Movimiento Sindical Revolucionario, constituyeron una línea de definiciones en la que fuiste para muchos un factor de confianza. Después vendrían, con el mismo rol, tus colaboraciones periodísticas en Jueves de Excélsior, Notimex, Nexos, Etcétera, entre otros sitios. Y tu obra en Configuraciones, que se cuece aparte.

Recuerdo que siendo subdirector del órgano de prensa del psum hiciste un gran esfuerzo por mejorar este semanario, y que en tu gestión como comisionado de la dirección nacional partidaria hiciste posible la integración en el Partido Mexicano Socialista de la organización política en Michoacán, cuando localmente no había condiciones para dar este paso, pero desde el punto de vista nacional —que tú representabas—, hacerlo era indispensable para impedir que quedara un psum local, michoacano, fuera de la unificación.

Remotamente supe de tu labor y desencantos en las direc ciones formales del pms y del Partido de la Revolución Democrática, y luego del breve periodo de tu afición por la escultura. En el Instituto de Estudios para la Transición Democrática apareció un estupendo espacio para reencontrarte y ser testigo de las atinadas aportaciones que en persona le producías a los seminarios, y pude verte en la pantalla del Canal 13 durante tu colaboración con Rolando Cordera, desempeñándote como coordinador del programa Nexos TV y realizando magnificas entrevistas.

Hace más de dos décadas que es un deleite cultural leerte en La Jornada, y más recientemente es motivo de orgullo hojear, leer y presumir el suplemento semanal “Correo del Sur”, que diriges en La Jornada Morelos. Han sido y son tan numerosas tus obras y creatividad que uno se pregunta de qué recursos te vales para sostener ese tren en marcha y acelerado. ¿Acaso es cierto que más sabe el diablo por diablo que por viejo?

El axioma es otro: sin duda, heredaste el legado intelectual y la disciplina de trabajo de tu padre, el marxista de la praxis que le dio un gran jalón a la cultura en México, y que seguramente te transmitió también el don de su longevidad. Esto último —y no al último, dicho sea como firma de la casa— completaría el círculo de las chingonerías que te deseo en tu cumpleaños para beneficio de las izquierdas y regodeo de tus amigos, mi buen, queridísimo Fito.

LETRAS AL VUELO
Ana Galván

Quizá influido por su ambiente familiar, Fito desde muy pronto se vincula con el mundo cultural y político. Aunque también —como él mismo lo platica— comienza a relacionarse de buena manera, sin modas de por medio, con la naturaleza, con caminatas y excursiones.

Sin embargo, su tonalli (destino) estaba en el mundo de las ideas, de la crítica social. Muy joven se acerca al “gran” escenario de la política, llamado no solo por las manifestaciones de fines de los años cincuenta —cuando le toca presenciar las marchas de los médicos y los ferrocarrileros, o las jornadas de protesta por las intervenciones yankees en América Latina—, sino en gran parte por la Revolución cubana y sus ecos. Creo que de esa época son, en buena medida, varios de sus amigos; relaciones que con los años adquieren nuevas tonalidades, no se desdibujan. Así, empiezan a militar, con diferentes ritmos, por su vida: Óscar González, Rolando Cordera, Eugenia Huerta, María Antonieta Rascón, Carlos Pereyra, Fallo, Lalo Pascual, Eliezer Morales, Carlos Monsiváis, Neus Espresate, Vicente Rojo…

Época de cambios, reflejo de un México (y un mundo) que se renovaba y “actualizaba”; también años ambivalentes que, por una parte, abrían la esperanza de cambios sociales y políticos anunciados por la Revolución cubana y, por otra, constataban la rigidez del poder político con sus salidas represivas. La econo mía y la demografía nacional se transformaban; también se mantenían facetas inalterables, como la falta de libertades políticas, la desigualdad y la pobreza.

El propio Fito lo describió así recientemente a Patricia Pensado en una larga conversación:

Fue una época de muchos cambios, había un ritmo en las cosas muy acelerado y, al mismo tiempo, una sensación de opresión muy fuerte en el país. Hoy, visto a la distancia, todo aparece en pequeña escala pero en los años sesenta, esos pequeños espacios de libertad que a veces se ganaban en una escuela, en un sindicato, en un barrio, eran verdaderos triunfos que daban para mucho en términos de vivencias personales, aunque no afectaran o influyeran en el curso general de los acontecimientos.

II

Su adscripción ideológica y su compromiso social los cultiva muy pronto. Desde muy joven observa —y se inconforma con ellas— las inequidades que colman las ciudades y pueblos mexicanos. En su caso, la pobreza, la discriminación, la desigualdad, la falta de canales políticos para expresarse, le llevan a criticar, desde su formación marxista, el establishment social y político, adscripción ideológica que no le encasilla en lecturas dogmáticas del marxismo (recordemos que nos referimos a los años sesenta del siglo XX). Sabe observar los movimientos de una sociedad urbana que empieza a emerger y a expresarse.

Sabe que ningún cambio social es posible sin una prefiguración de lo que se quiere cambiar, que solo a partir del conocimiento —no como acumulación inerte de datos— y la reflexión es posible establecer ideas, aproximaciones, de lo que puede ser cambiado.

Mi generación, ha escrito Fito, nace a la izquierda conmocionada por dos grandes acontecimientos de naturaleza muy diferente: la Revolución cubana del primero de enero de 1959 y el último coletazo de las luchas de clase emprendidas por los maestros, los telefonistas, petroleros, electricistas y, sobre todo, los ferroviarios, cuya gesta insurgente aplastada con inaudita ferocidad marcaría los años sesenta mexicanos, en particular la movilización ciudadana por las libertades públicas que alcanza en 1968 el punto de no retorno en el horizonte de la transformación democrática.

De aquí que de manera natural Fito sea, al menos para quien escribe estas notas, un militante en la acepción de compromiso, de quien sabe que su esfuerzo no está al margen del esfuerzo colectivo. No busca para sí la luz enceguecedora del reflector; en su caso la actividad política no conoce la primera persona porque no hay actividad política real al margen del esfuerzo colectivo.

Hombre de izquierda, está comprometido con los valores socialistas, con la igualdad y la democracia. Es posible seguir su perseverancia en las organizaciones políticas en las que ha militado —fundamentalmente el Movimiento de Acción Popular, el Partido Socialista Unificado de México, el Partido Mexicano Socialista y el paso por el Partido de la Revolución Democrática—, así como en los proyectos político-editoriales en los que ha participado. Se ha sabido mantener fiel a sus ideas; su actuación no ha estado “engarzada” con el gusto de los demás.

En Fito la escritura y la divulgación de textos tiene una función política. Desde las páginas de Cuadernos Políticos, Punto Crítico, Solidaridad y La Jornada propone y discute. Trata de ir más allá de la coyuntura y, en ocasiones a contracorriente de las opiniones prevalecientes, busca abrir resquicios para la circulación de ideas. Lo atestiguan Cuadernos Políticos o Punto Crítico. En la presentación del número 1 de Cuadernos Políticos, tercer trimestre de 1974, se lee:

Cuadernos Políticos parte de un reconocimiento explícito: la riqueza de las últimas contribuciones marxistas a la economía, la filosofía, la antropología y otras disciplinas, hace del pensamiento de Marx el punto de referencia obligado para la cultura universal contemporánea. La ruptura con el dogmatismo y el nuevo y multilateral impulso adquirido por las fuerzas revolucionarias en todo el mundo, reintegraron al marxismo su carácter de teoría crítica, integral, resultado y a la vez proyecto de la praxis social. […] La Revolución cubana, en efecto, puso en crisis el antiguo y adocenado antimperialismo, cuyos fundamentos teóricos difícilmente podían rendir cuentas acerca de la especificidad de nuestras formaciones economicosociales […] Proceso largo y difícil, la implantación de las ideas marxistas es, consecuentemente, el resultado de esa lucha ideológica y el resultado necesario de la praxis revolucionaria desarrollada durante todos esos años. Es la rica experiencia acumulada, el conjunto global de los éxitos y fracasos, de los avances y retrocesos, lo que hace posible —y más que eso, necesario— el regreso, o si se quiere, el redescubrimiento de los principios del materialismo histórico y la convalidación de un método: discutir colectivamente y ejercer la crítica. […] Contribuir, en la medida de nuestras capacidades, a elaborar algunos de los instrumentos teóricos que permitan forjar esa teoría general es, en última instancia, el propósito que anima a Cuadernos Políticos […] Tomar una posición significa, hoy día, admitir sin reservas la complejidad, toda la riqueza problemática que la realidad nos propone, como un momento decisivo en el proceso de establecer las prioridades y los objetivos prácticos.*

III

Como hombre que respeta los valores y cree en ellos, incluido el de la amistad, una de las características de Fito es su cultivo

de amigos buenos. Lo hace sobre la base de un principio que, no por elemental, resulta obvio: respetar y aceptar al otro. Estoy convencida de que este cultivo es uno de los aspectos más preciados para él; no es que viva para la reunión social que, por otra parte, no le interesa. De hecho, creo que la grandeza que irradian concentraciones de halos luminosos le choca; no es alguien que haya pertenecido a capilla alguna o crea en ellas. En cambio, busca convivir con sus amigos y evita que los vínculos se contaminen o rompan por discrepancias de índole política o ideológica, o que se vean expuestos a vaivenes, desgastes o roces.

Fito también se ubica lejos de quienes son incapaces de reconocer, menos de hablar, de las cualidades de otros. Valor muy raro en estas épocas leves, como dice Kundera. Entre sus maestros e influencias reconoce a dos michoacanos: Natalio Vázquez Pallares y Rafael Galván. Permítaseme que Fito mismo hable del tema:

Con ellos, siempre de la mano de Óscar González, mi viejo amigo y camarada, entendí mejor a México, sus luchas, su historia y su futuro […] Lejos del acartonamiento de los políticos de la época, Natalio Vázquez Pallares era un hombre jovial y sencillo, capaz de persuadir con la palabra e ironizar sin perder jamás la elegancia, la agudeza inconfundible de su pensamiento. Culto y gran conversador, siempre se aprendía algo con él. Pero, por encima de otras cualidades, Natalio Vázquez Pallares destaca por ser un hombre de bien, un revolucionario dedicado a luchar por la libertad y el progreso de su pueblo en la trinchera que le tocara ocupar. Comprometido desde la juventud, con las ideas socialistas, Vázquez Pallares defendió hasta el último de sus días el gran proyecto reformador del general Lázaro Cárdenas, cuya figura se engrandece al paso de los años. […]

Un día me invitó Óscar González a la oficina de Galván en Río de la Loza […] lo conocí siendo él senador de la República, y yo casi un guerrillero ideológico, es decir, no tenía la menor idea de lo que podía hacer un senador de la República porque siempre había visto los cargos políticos, como lo hacía la izquierda de los años sesenta, como un bloque del Estado muy lejano, al que no se tiene acceso y al que se califica moralmente […] a Galván le gustaba hablar con nosotros, éramos relativamente jóvenes y le decíamos todo lo que pensábamos, lo que se nos ocurría, bueno o malo, de él, del país, de la política, todo con mucha franqueza, con mucha sinceridad […] en esa época estaba preparándose para poner a punto al sterm para que pudiera dar la batalla a la que él creía que estaba destinado, una batalla abierta, pública, salir de la esfera puramente oficial y luchar por ese primer programa que el sterm elaboró […] nos invitaron a convenciones, a congresos, a reuniones y a colaborar de alguna manera con la revista, donde hacíamos cosas de imprenta con mucho gusto y para mí era muy importante porque me abrió una ventana a un país que yo no conocía y a una realidad concreta que ignoraba por completo que era la del mundo laboral, sindical y a través de ella a la historia de México, del país, esa realidad la conocimos a través de Galván.

Tiene recuerdos y palabras muy generosas para luchadores sociales como Othón Salazar:

En Othón no hay divorcio entre lo que se piensa y se vive. Su vida es ejemplo de austeridad privada y coherencia pública. Dotado de una extraordinaria energía personal, deja el hogar familiar alcozauquense para emprender la aventura del magisterio que en él será el ejercicio de un destino vocacional y la realización práctica del proyecto de emancipación social que anima sus pasos.

El profesor Salazar surge de la escuela normal creada por la Revolución mexicana como sustento de una nueva sociedad nacional. Allí aprende los valores constituyentes del laicismo, asume los principios de la igualdad e incursiona en las doctrinas socialistas que nunca abandonará. Forjado en el clima moral del cardenismo que halla una de sus cúspides en la gesta de la educación rural, las inquietudes del joven maestro crecen en la medida que profundiza sus conocimientos, afinando las armas de la inteligencia y la palabra. Muy pronto, sus compañeros reconocen en él al dirigente confiable, capaz de representarlos siempre con genuina modestia, pero con absoluta firmeza. Esa voluntad de no tolerar las injusticias que abruman a la sociedad mexicana lo harán el militante comunista íntegro, cabal…

IV

Fito es un hombre de izquierda. No lo es por pertenecer a determinado grupo o partido o por estar interesado en el mundo de los marginados; lo es por mantener una voluntad inquebrantable para bregar por una sociedad más justa, solidaria y equitativa; por evitar el dogmatismo y ejercer una crítica y autocrítica permanentes. Lo es porque ha sido capaz de no confundir medios con fines, no se ha guiado por resultados inmediatos ni por el canto de las sirenas; su forma de vida —me parece— ha sido congruente con sus ideas e ideales. Su interés no ha sido competir ni brillar, huecas aspiraciones que dependen más de la moda o el azar. Lo suyo no ha sido “atisbar la dirección del viento” para saber dónde y cómo colocarse, sino ser fiel a sí mismo.

Parte de sus prendas personales son la sensibilidad —baste con recordar la edición personal de sus espejos secretos que, en una emotiva reunión, nos compartió— y, al mismo tiempo, la fortaleza interna. Su capacidad para escribir, su disposición a escuchar y, lo sabemos, para largas conversaciones. Su sencillez no le ha alejado, ni le ha llevado a rechazar, las cosas “buenas” de la vida, pero no ha buscado, ni quiere, el oropel.

V

Antes de terminar, permítaseme una acotación personal. Conocí a Fito antes de tratarlo. Entre las primeras imágenes que salen al encuentro de la memoria están Rolando Cordera, Eugenia Huerta, Carlos Pereyra, Óscar González y Fito con mis papás en la sala de la casa, en largas conversaciones, tan largas que al salir por la mañana rumbo a la escuela comprobaba que ellos seguían ahí.

Recupero otras imágenes: Óscar, Eloísa, Carmen y Fito en el Cupatitzio, en Uruapan, en donde depositamos las cenizas de mi papá. Años después, ya “compartiendo el pan y la sal” en mis primeras reuniones de la revista Solidaridad —publicación que dirigía Fito—, en el cuartel de los electricistas democráticos; después, compartiendo las experiencias del trabajo de campo que hicimos en una empresa formada por Arturo Whaley, buscando reconstruir mediante testimonios la historia de la electrificación rural, junto con Maca (Cruz), Amanda (Patiño), Jorge Javier (Romero) y Carlos (Santos). Después en El Nacional, con Raúl Trejo; también en los programas televisivos Nexos y Memoria de calidad con Rolando Cordera y Eugenia Huerta, hasta el paso (breve) por Democracia Social. Tiempo en imágenes y recuerdos que guardo con gran aprecio.

Sé que no tengo garantía alguna de que mi versión de los hechos relatados sea “real”, quizá por ello Nabokov aconsejaba escribir la palabra “realidad” entre comillas, pero comparto esta breve bitácora con amigos que, como yo, estiman a Fito.

No me queda duda de que Carmen, Paula, sus hermanos y amigos son parte de las presencias que han hecho más habitable el mundo de Fito.

Salud, y lo que sigue.

* Cuadernos Políticos, núm. 1, julio-septiembre de 1974, pp. 3 y 4.

LA PERSISTENCIA DE LA PALABRA
León García Soler

Hay una fuerza irresistible en la convicción que no se acoge al silencio. Setenta años, diez veces siete sin concesión a la bíblica cifra que se multiplica por sí misma, así sea para anunciar plagas, años de vacas flacas o de vacas gordas. Adolfo Sánchez Rebolledo cumple setenta años de persistencia, de insistir en el valor de la palabra. Años de hablar y escribir, de exponer la defensa de los derechos sociales, al lado de sus compañeros de generación que compartieron con él los años universitarios que fueron cimiento para fincar la convicción, la certeza de que la defensa del sindicalismo, del trabajo y el derecho al salario y a la equidad son fuente vital de los derechos sociales.

Derechos respetados en el texto de la norma, violentados en esos años en los que quienes se decían herederos de la Revolución los consideraban extraña desviación, delito de disolución social para seguir la pauta del discurso de la guerra fría. Giro a la derecha hasta convertir en burla la “alianza histórica” surgida con los Batallones Rojos, tronco firme en los años del cardenismo que penosamente devino en amarga confusión con el corporativismo de la extrema derecha y la conversión de los líderes obreros en capataces al servicio del poder político y de los acuerdos con el patrón.

Ahí, en la Universidad Nacional Autónoma de México, compartió Fito la aventura del sindicalismo. Ahí consolidó la convicción heredada y cultivada del conocimiento, de la confianza en

la razón y el amor a la sabiduría. “De raza le viene al galgo”, dice el proverbio español que se adelantó a los trasterrados que llegaron a México para compartir ese amor, esa fidelidad, en las aulas, en la fructífera educación de generaciones de mexicanos. Pero no basta. Para serlo y parecerlo hay que hacer, hay que actuar en el terreno mismo de la desigualdad y combatirla convencidos de la fuerza irresistible de la palabra, del valor incontestable de la persistencia en su uso para difundir el pensamiento y convertirlo en acción. Adolfo Sánchez Rebolledo encontró al lado de sus amigos el espacio abierto a la utopía laboral como obsesión con el horizonte que es objetivo y guía, a sabiendas de que es inalcanzable, que en perseguirlo está la victoria de la persistente palabra; lo descubrieron, lo encontraron con Rafael Galván.

Con el michoacano líder de trabajadores electricistas, tozudo dirigente de inteligencia incorruptible, de convicciones firmes y suavidad en el trato; el dirigente de la palabra generosa que se endurecía para reclamar justicia en busca de la equidad necesaria, de la igualdad imposible que es, sin embargo, meta obligada como el horizonte de las utopías. Y en la legendaria revista Solidaridad tuvieron espacio para escribir, para dar a la palabra la permanencia de lo impreso, de la exposición a la lectura que deja su impronta en la memoria y es capaz de mover a la acción. Ahí encontraron a Francisco Martínez de la Vega, maestro de la vida, practicante de la tolerancia y del diálogo al servicio de los que no tienen voz, de los marginados, siempre dispuesto a escuchar a quien fuera necesario, sin pruritos de santidad agraviada por el trato con los poderosos.

Rafael Galván fue secretario general del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana, que se fundió en 1972 con el Sindicato Nacional de Electricistas para dar lugar al Sindicato Único de Trabajadores Electricistas, el SUTERM, del que lo expulsaron los traficantes de influencia en 1975. Y así nació la Tendencia Democrática que movilizó a los trabajadores a una huelga general en 1976. Palabras que nadie se atreve siquiera a pronunciar en estos días de canallas. Al lado de Rafael Galván aprendieron el valor de la palabra los jóvenes de la generación de Adolfo Sánchez Rebolledo, junto a quienes creyeron en que la movilización de las masas trabajadoras, recuerda Rolando Cordera, era “la única garantía de reivindicación de un Estado al que había que defender —solía decir Galván— contra sus propios gobernantes”.*

Lo importante es hacer que se escuche la palabra en defensa de los que no tienen voz y persistir, no ceder jamás. Ahí queda la palabra: permanece. Y enriquece con el paso de los años. Las de Adolfo Sánchez Rebolledo han trazado el rumbo y han demostrado que la fuerza de la palabra supera todo obstáculo imaginable, que no hay flaqueza ni mal corporal que puedan debilitarla cuando responde a la voluntad de expresar las convicciones propias, al anhelo de impulsar las mentes hacia la equidad, la certeza de que no hay libertad de pensamiento sin libertad de expresión, sin la palabra que persiste y permanece cuando se escribe, cuando se difunde, cuando se comparte.

En estos setenta años, Fito ha llenado innumerables cuartillas, ha publicado artículos y ensayos que iluminan los años de la izquierda que es mucho más que un tópico surgido de la ubicación de jacobinos y ultramontanos en la Asamblea de la Revolución francesa; la suya es palabra persistente, convincente, de las pocas que entre nosotros supieron expresar “después de la caída” la inalterable confianza en la razón, en el valor de la justicia social.

La imprenta espera los folios, la suma de esas cuartillas que pronto serán el libro en el que permanezca y trascienda la palabra de Adolfo Sánchez Rebolledo. Palabra que se multiplica, capaz de reproducir la sapiencia de otros, de acudir a la lectura para hacerla propia y compartirla con los demás, con los lectores de las publicaciones que son, que aparecen con periodicidad para ilustrar, porque son editadas, conducidas, dirigidas con el talento de Fito, tan ajeno a la fatuidad, tan distante de las torres de marfil; tareas y conceptos valiosos y veraces porque son consecuencia del amor por el saber y de la pasión por la palabra al servicio de las mejores causas, las de los valores y derechos sociales, las del hombre en comunidad, las de la igualdad de oportunidades.

Del talento, diría, pero temo ofender el sobrio gesto de un hombre que sabe trabajar alejado de los reflectores, ajeno a los fuegos fatuos de la vanidad; capaz de caminar y caminar sin cesar conectado al oxígeno para llegar ante el papel en blanco y dejar ahí la impronta del valor de la palabra que persiste, que permanece. De la amistad, como si estuviéramos ante un texto ciceroniano, teñido por el buen humor y el amor a la conversación y el vino que se comparten siempre. De eso deja huellas imborrables Adolfo Sánchez Rebolledo, testimonio de una vida plena, de la dignidad que hay en ejercer lo que Maiakovski llamó: “El difícil oficio de ser hombre”.

* Rolando Cordera, “De ayer a hoy: actualidad y memoria de Rafael Galván”, La Jornada, 25 de julio de 2010.

EL DIFÍCIL ARTE DE LA CONGRUENCIA
Luis Emilio Giménez Cacho

A principios de los años setenta, en un periodo dominado por la confusión y el desencanto que legó el trauma de 1968, la revista Punto Crítico surgía como un referente para muchos jóvenes que no pensaban renunciar al excitante llamado de la política en una época temprana de sus vidas. Me incluyo entre ellos. En el contexto de la prensa disponible entonces, Punto Crítico era un fenómeno inusitado. Desde el aspecto exterior para empezar. Sus portadas y diseño rompían con las lamentables tradiciones de los pasquines de la izquierda. Textos e imágenes iban ratificando, uno tras otro, el aprecio por el análisis y el compromiso político. Era lo que en ese tiempo se buscaba en nuestro algo estrecho espacio vital. La polémica razonada no era entonces moneda de curso común. No lo es ahora tampoco, parece. Por eso Punto Crítico era una luminosa y audaz excepción. Fito aparecía como el director de esa revista radical, singular y alentadora. Entonces supe de él por primera vez.

Más tarde, en un contexto venturosamente mejor, desde el Canal 11, según creo recordar, miembros del equipo de fotografía y producción consideraban un privilegio reportar la convulsión de las rebeliones centroamericanas desde el sitio mismo de los sucesos. Su sensación de gozar de una oportunidad excepcional provenía en buena parte de un hecho: el conductor de sus esfuerzos de novatos era precisamente Fito.

La vida me acercó a él en torno a los rescoldos del movimiento de Rafael Galván. Atestiguábamos —ahora lo sabemos ylo ha dicho él recientemente— “la última posibilidad de crear una fuerza alternativa dispuesta a elaborar un programa de reformas que no echara por la borda la experiencia histórica acumulada por la nación”. En el Instituto de Estudios Obreros Rafael Galván, bajo los auspicios de los compañeros del sindicato de trabajadores nucleares, Fito tomó el relevo y dirigió la revista Solidaridad desde las mismas oficinas de Zacatecas, en la colonia Roma, donde había despachado hasta hacía poco el gran dirigente sindical. Hizo lo que mejor sabe hacer: análisis y periodismo. Pero ante todo nos daba lecciones. Lecciones de todo: de historia, de teoría marxista, de redacción, de arte…

Entonces supe de su profundo conocimiento de los pueblos indígenas de México, de sus recorridos por el país para indagar sobre la historia de la electrificación y de los personajes del exilio español. Aprendí, sobre todo, que Adolfo Sánchez Rebolledo tiene la cualidad de cultivar la amistad, sin variar un ápice su disposición a polemizar, de respetar a las personas al tiempo que las somete a sus inacabables recursos para la crítica mordaz.

Aquel par de años intensos dejaron unos hilos de afinidad entrañable que poco tiempo después habría de grabarse en piedra. Eso pasó cuando a fines de los ochenta Fito reveló una recóndita inclinación por la poesía. En Secretos espejos (“500 ejemplares numerados a mano del 1 al 250, más sobrantes para reposición sin justificar”) Adolfo escribió una parte de sí mismo, lo que no se puede expresar con las categorías del razonamiento político ni con la elocuencia de la narrativa histórica. Nos habló de los arcanos del amor y la pasión, y de una patria de misterios, agreste y espinosa. Lo hizo de la manera en que solo puede hacerlo un hijo del exilio español enamorado de México. A esos versos de Adolfo debo ahora algo de lo que creo entender de mí. De nuevo recibí una lección.

Exponer estas apretadas vivencias personales se justifica, creo, en homenaje por las siete décadas de vida de un amigo. Pero quizá sea de mayor interés traer a este espacio las extraordinarias cualidades de periodista de Adolfo Sánchez Rebolledo.

Creo no exagerar si digo que durante décadas Fito ha dado lecciones de periodismo semana a semana, sin tregua ni descanso. Se contarían con los dedos de una mano los columnistas mexicanos de su estatura intelectual, moral y profesional.

Difícilmente aparece en el espectro de los diarios que circulan un dominio de la lengua española con una calidad, amplitud y precisión capaz de excitar al lector como lo hace Fito. Con frecuencia basta con leerlo y disfrutar.

Hoy que los mercaderes de “contenidos”, así, con comillas, inundan el foro público con las obviedades, lugares comunes, vaguedades y hablillas de supuestos “analistas”, hay que recurrir a Sánchez Rebolledo para sobrevivir. No hay texto suyo, por breve que sea, que no descubra las ricas facetas del genuino análisis periodístico. Se hallará en ellos una perspectiva histórica que solo tiene quien se ha esforzado toda su vida por estudiar, seguir y discutir los grandes problemas de la humanidad. Esto puede sonar a mucho. Es mucho. Pero es rigurosamente cierto.

En segundo término está su capacidad para la disección política. Como pocos, hurga en los hechos para discernir los intereses y los motivos de los actores, sus fuerzas y flaquezas, sus posibilidades en el momento coyuntural. Con su trabajo, sucesos inconexos y frases aparentemente aisladas cobran sentido y nos hacen comprender. Se necesita acumular mucha, mucha información para lograr eso.

Un tercer rasgo inocultable: Adolfo Sánchez Rebolledo es, siempre ha sido, un polemista ideológico. Su periodismo no elude la discusión de ideas serias. Es, por herencia y voluntad, un hombre comprometido. No disimuló nunca su definición en la izquierda y ha estado siempre dispuesto a asumir los costos. Toma siempre muy en serio las premisas intelectuales del pensamiento de derecha, y las desmenuza con una disciplina y sensatez notables.

Vuelvo al plano personal. La formación marxista de Fito tiene seguramente raíces y ramificaciones mucho más profundas y extensas que las de casi todos sus compañeros y amigos. Para mí, y supongo que para muchos otros, su persistente trabajo teórico y periodístico ha sido un referente obligado y esclarecedor a lo largo de estos ya muchos años en que las realidades de la historia sacuden hasta sus cimientos convicciones y determinismos que parecían irrefutables. Esto de tomarlo como guía no hubiera sucedido si no fuese porque al leer y conocer a Fito uno desarrolla la certeza de que en él se esconde no un dogmático, sino un adicto al difícil arte de la congruencia.

A Fito la vida le jugó una irreparable mala pasada. Me consta que desde hace años su cuerpo lo tortura y lo obliga a un semiaislamiento involuntario. Por eso también lo admiro, porque en la adversidad ha sabido poner las dotes que quise comprimir aquí, al servicio de la mejor causa: la de ser un hombre libre.

HOMBRE DE PASIONES,  BIÓLOGO OCULTO
Jorge Hernández

La historia de Bélgica en Portales estaría incompleta sin Fito. He decidido empezar este recuento de pasajes de una amistad de cuarenta años, en mi casa, lugar que para todos los amigos que son traídos a estos recuerdos ha sido sin duda un referente de discusión, conversaciones interminables, abundantes borracheras y fiesta, mucha fiesta, que hacen los años setenta, los cercanos e irrepetibles setenta.

En esa casa que Pepe Woldenberg describe con toda objetividad en su libro Memoria de la izquierda (“… entre la casa y el portón de salida hay un amplio espacio donde lo mismo crece una palmera que se amontonan botellas náufragas de alguna reunión…”), me viene el primer recuerdo de Fito, la primera viñeta de este relato. A pesar de ser un hombre extremadamente delgado, era correoso, es decir, increíblemente fuerte y ágil. No sé por qué esta imagen casi cinematográfica me ha seguido siempre: estamos en el patio con Emilio Reza, cuando Fito salta hacia la ventana que da a la sala —debía de estar a un metro y medio del piso—, de ahí se impulsa con su propia fuerza hasta la azotea, desde donde nos hace una arenga no recuerdo sobre qué, lo que sí es seguro es que había tragos de por medio.

En ese mismo patio cubierto por un improvisado toldo, entre cuarenta y cincuenta compañeros, entonces de la revista Punto Crítico, discutían la propia línea editorial y creo también que el futuro mismo de ese grupo de la izquierda mexicana. Si nomal recuerdo, un tema central era la relación con la Tendencia Democrática del Sindicato de Electricistas y su dirigente, don Rafael Galván.

Lo que tengo muy presente es la claridad de pensamiento de Adolfo Sánchez Rebolledo, su brillante argumentación y su conocimiento de la realidad por la que atravesaba el país. Otros ecos se me aparecen de esa reunión: Pablo Pascual con su inconfundible claridad política, la solidez intelectual de Tuti Pereyra, la reflexión didáctica de Jorge del Valle y, por supuesto, Rolando Cordera, argumentando con la agudeza del increíble polemista que ha sido toda su vida.

En esa época adquirí el más rico aporte a mi formación política, si es que tengo alguna. Tuve, como muchos de mis compañeros de viaje en ese momento, no solo la fortuna de escuchar esas y otras voces, como la de Eliezer Morales, Arnaldo Córdova, Juan Felipe Leal, Gustavo Gordillo, Rafael Cordera, Pepe Ayala, sino también acceso a publicaciones y textos inolvidables, como los escritos en Cuadernos Políticos, donde Fito fue una pieza clave.

Otra literatura también me ha unido a Fito por más de cuatro décadas: la poesía. Siendo un desordenado apasionado de los versos, él me acercó a poetas desconocidos para mí, que modularon y condujeron mi lectura para hacerla aún más emocionante. Conocí entonces a Vicente Aleixandre y sus zarpazos en su libro La destrucción o el amor; también a uno de sus favoritos, Emilio Prados; discutimos y gozamos a Neruda; le conté de mi reencuentro con Alberti en un Palacio de Bellas Artes lleno y vibrante como un estadio de futbol. Y Fito hizo que se me enchinara la piel cuando me compartió la filmación del programa de televisión que hiciera junto a Rolando Cordera con Jaime Sabines. También me mostró a otro poeta desconocido no solo para mí, sino para sus amigos: él mismo.

Su libro Secretos espejos fue presentado en mayo de 1989 en la Sala Andrea Palma del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, por Selma Beraud, Hermann Bellinghausen y el mismísimo Biólogo.

El numeroso público era muy selecto, todos eran amigos de Fito, y esa noche todos lo descubrimos.

La dedicatoria de este libro de autor era para nosotros:

A mis amigos que dieron la vida por una lágrima.

Del poema “Secretos espejos”, un fragmento:

Sonreíste compasiva, reclinada como un Chac-Mool en el Juego de Pelota.

Nunca pude indagar cuántas certezas o dagas cabrían en el sílice de tus ojos,  secretos espejos, ocultos en la mirada. Cuántos mensajes de vidas jamás contadas;  a no ser que fuesen relatos los aullidos mezcaleros, quebrados en llantos solitarios  entre mezquites y breñas, las voces de bebedores perdidos,  cómplices secretos del luto, a quienes entregas la vista, casi como el cuerpo;  clandestinos gesticuladores atados a noches de     perros; sombras mutiladas por dolientes ladridos guturales, casi humanos.

Solo otro fragmento del mejor poema que yo haya leído sobre el desierto y sus cactus:

En esta soledad sacrificada al sol, vida son las biznagas y los órganos; vida son estos viejos erizos del polvo, acorazadas estrellas de los desiertos, inermes cristos colgados, cirios melenudos y aéreos, canosos guerreros, tribus vegetales de paquidermos blindados, armados centinelas de arena, firmes en sus puestos solitarios. Vida son estas lanzas erectas, mamas prodigiosas, fábricas clandestinas de magias incandescentes, pura alquimia botánica.

El poeta cierra su libro con un edicto:

En mi desierto desollado no queda lugar para la memoria.
Desde hoy, aquí y ahora, sólo el presente Mata.

Después de los aplausos, como en aquellas épocas y para nosotros no existía eso de “un brindis”, nos fuimos a emborracharnos a Bélgica en Portales.

En esa fiesta recuerdo al entrañable e insustituible Fallo acompañado de su risa inolvidable, dejando su copa por ahí para bailar con Maca a Benny Moré: Santa Isabel de la Laja querida, Santa Isabel, como era la costumbre de la casa. Entre penumbras creo ver a Alex Zenzes huyendo de alguna travesura mía, a Manuel Martínez tomando el control de su vodka y de la música, a Pablo Pascual haciéndonos morir de risa con alguna de sus increíbles ocurrencias.

Por esos años ya había una nueva generación que nos acompañaba: Pepe Woldenberg, Julia Carabias, Raúl Trejo, Luis Emilio Giménez Cacho, Tencha Santiago, Paloma Mora y Elsa Cadena. Federico Novelo, el Suavecito, como lo apodó Manuel Martínez, también estaba ya con nosotros.

Algunas de esas fiestas terminaban con Pepe Blanco a la guitarra cantando canciones de la República española o de la Resistencia partisana, Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao. Interrumpidas siempre de manera impertinente por los gritos clásicos del anfitrión, claramente borracho: “¡Reaccionarios!”, “¡Incapaces!”. En esas reuniones, ver bailar a Fito rock and roll era un espectáculo aparte. Quien lo vio, estoy seguro, sabía que si no bailaba El rock de la cárcel, el reventón no estaba completo. Al amanecer, los sobrevivientes de esos encuentros nunca sufrían por la cruda: éramos expertos en salvarla.

Otro gusto común con él era y sigue siendo la música flamenca. Puedo decir que es un experto, poseedor de antologías y colecciones, incluso en discos de acetato. Oímos juntos a Caracol, Terremoto, Fosforito, Carmen Amaya y, por supuesto, al Camarón de la Isla. Nunca nos pusimos de acuerdo en quién era el mejor, pero el placer de escuchar esos cantos siempre ha sido suficiente.

Fito es un hombre de pasiones y un biólogo oculto, tiene un gusto incontrolable por los animales y las plantas, más aún que muchos biólogos con título. He conocido tres lugares donde ha vivido, en todos ha estado rodeado de cactáceas y ahora en su jardín en Jiutepec tiene catalogada en su memoria cada planta —no sólo cactus, también los ejemplares tropicales— por su nombre científico. En la zoología creo que su predilección son las aves; fue un observador bien adiestrado por Carlos Juárez y Elvia Jiménez en recorridos en busca de garzas nocturnas en Xochimilco, pero antes de eso fue un coleccionista de un sinfín de mascotas, y le pasaban cosas inauditas con ellas. Por ejemplo, cuenta que en una ocasión que estuvo de viaje por semanas, su hámster desapareció y Carmen, su mujer, lo creyó perdido; Fito lo ha repetido muchas veces: “A mi regreso el roedor apareció como por arte de magia debajo de la alfombra”. Por supuesto, nunca le hemos creído esa historia.

Otra pasión de Fito es su ciudad, el D.F. La ha recorrido a pie de lado a lado desde su adolescencia, kilómetros de caminatas de imágenes que llenan sus recuerdos. Él conoce cada detalle de esa capital de “camellos eléctricos”, como él mismo llamó a los trolebuses; de esas calles, de esos anuncios luminosos, de esa ciudad de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. Las conversaciones con él sobre esos recorridos o sus viajes a Cuba, a China, a España o en México a la sierra de Guerrero, a Michoacán o a las zonas arqueológicas, me han quedado como estampas más que habladas y escuchadas, escritas y leídas.

Más difusas son mis borracheras; sin embargo, recuerdo los lugares: la casa de Daniel Molina, del capitán Cordera y doña Chepi en la calle de Amores, de Raúl Trejo, de Pepe Woldenberg en Villa Coapa, del Napolitan en avenida Chapultepec, del restaurante Hipódromo cerca de Insurgentes (lo que ahora llaman “la Condesa”), el local de los electricistas democráticos de la calle Zacatecas en la Roma, la casa de Balderas y Diana durante el Mundial México 86, la casa de mis padres y de mi tía Lupe junto a una pianola que hacíamos tocar para escuchar Ramona, tú, tú, tú, Ramona, y el Bar Social de Miguel Berra en Manzanillo, en donde con Santiago Ramírez, Fallo y Germán González, una mañana en una cruda me ofrecieron un trago llamado matarratas, y mi amigo Fito tuvo a bien bautizarme con ese sobrenombre por un tiempo. También Garibaldi, donde una noche le pidió educadamente a un señor vestido de charro que tocara una canción, y la respuesta de ese hombre no se hizo esperar: “Óigame, cabrón, más respeto, que yo no soy mariachi, soy charro”. Eso es y ha sido el estar cerca de alguien excepcional: Adolfo Sánchez Rebolledo.

UNO DE LOS IMPRESCINDIBLES
Gustavo Hirales Morán

Lo que tengo muy presente de Fito Sánchez Rebolledo, ahora que cumple setenta fructíferos años, es sobre todo su bonhomía, su sentido del humor, su amplia cultura política y su sentido de la solidaridad. Y sin duda su afición al humo del tabaco.

Fito y yo nos hicimos amigos, creo, en un viaje al que nos mandó la dirección nacional del entonces Partido Socialista Unificado de México —ya en tránsito a Partido Mexicano Socialista—, a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, como decía el viejo chiste, no era realmente unión, ni socialista, ni las dichosas repúblicas eran precisamente “soviéticas”, pero nosotros, todavía en ese tiempo, queríamos conservar la ilusión de que el legendario nombre tenía algo que ver con la dura realidad.

Era mayo de 1987, poco después de que Mijaíl Gorbachov encendiera la antorcha de la perestroika y la glasnost, y cuando muchos de los más bien confusos socialistas, que por entonces militábamos —es un decir— en el PSUM, sentíamos que vientos de renovación soplaban en nuestro universo, que de nuevo estábamos ante días (o meses) que estremecerían al mundo. Que la buena nueva que venía de Moscú le iba a enmendar la plana a los pragmáticos chinos y su “no importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones”. Socialismo con rostro humano, era el rumor que renacía de una primavera triturada en 1968 por los tanques del Ejército Rojo.

Hacíamos el viaje trasatlántico en un destartalado avión de Aeroflot y, para colmo, quien esto escribe traía una infección estomacal del demonio, de modo que me pasé la mitad del viaje en el baño de la aeronave. Y sin embargo fue un buen viaje, en el que Fito y yo aprovechamos las largas horas de nalgas aplanadas para intercambiar ideas, quejas, recuerdos, ilusiones, y disipar los malos presagios, que también los había.

De los dos, yo era sin duda el más entusiasta con lo que pasaba en la URSS, mientras que Fito era más escéptico. Como buen intelectual de raigambre comunista, Fito tenía grandes reservas sobre la manera como Gorbachov estaba poniendo en tela de juicio mucho del legado de los “padres fundadores”, y cómo eso podía colocarnos en desventaja o bien “tirar al niño con el agua sucia”, ante el acecho del enemigo. Pero más allá de esas reservas, él también sentía que algo grande se estaba gestando y que cosas importantes iban a salir de todo aquel remolino.

Fue un viaje muy ilustrativo, y de regreso nos tocó asistir a la fundación del PMS, que pese al entusiasmo de algunos (yo incluido) resultó un retroceso en muchos sentidos, sobre todo en las definiciones que ligaban la lucha democrática y socialista con el respeto al marco constitucional, y que instauró en la izquierda la pelea descarnada y sin escrúpulos por los puestos (sobre todo por las candidaturas de representación proporcional, que eran las únicas asequibles en aquel momento). Con esa fusión renació de algún modo el viejo cliché revolucionario de “el marxismo reconoce todas las formas de lucha, legales e ilegales”, etcétera.

Después vino la esperanzadora ola cardenista del 88, la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS, la propia del pms, la fundación del Partido de la Revolución Democrática, y los episodios concatenados en los que, unos primero y otros después, muchos de los cuadros veteranos nos fuimos deslindando y separando de la (ya irreconocible) vertiente principal de la izquierda, ahora copada por los intelectuales semiorgánicos de una mezcla abigarrada de radicalismo escénico, prácticas corporativas y un nacionalismo revolucionario de estirpe cardenista incapaz de proclamar su nombre y perspectiva.

Náufrago de sucesivos naufragios, allá por el año 91 entré al servicio público en la malafamada Solidaridad de Salinas de Gortari, luego fui asesor de Jorge Carpizo en Gobernación, posteriormente me desempeñé como asesor de la delegación del gobierno federal en las pláticas de paz con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y, como es de imaginar, este periplo mío fue dura y hasta salvajemente criticado en los círculos y medios de las izquierdas. ¿A dónde quiero llegar con esto? A la actitud de Sánchez Rebolledo.

Por esos años escribí varios libros, entre ellos mi versión novelada de la clandestinidad, la guerrilla y la cárcel (Memoria de la guerra de los justos), uno sobre la muerte de Luis Donaldo Colosio y las sospechas de “crimen de Estado” (El complot de Aburto), otro sobre la masacre de Acteal (Camino a Acteal) y en todos, ¿quiénes me acompañaron en las presentaciones?: Fito y Pepe Woldenberg. Cuando la madriza en La Jornada contra este “renegado” estaba en su punto más alto, Fito tuvo el valor civil de escribir ahí mismo una reseña favorable sobre mi novela. No sé qué tanto le habrán dicho, ni qué respondió a las críticas, lo único que sé es que Fito aguantó. A eso me refiero cuando hablo del alto don de la solidaridad en el camarada Sánchez Rebolledo. Una solidaridad que, como dice el manido comercial, “no tiene precio”.

Fito es, además, uno de los personajes más lúcidos y sensitivos de la izquierda mexicana. Poeta de (semi) clóset, como yo mismo, acucioso lector de los clásicos del marxismo y de muchos clásicos más, pocos como él conjugan los atributos que Antonio Gramsci pedía para el intelectual que es a la vez militante: el pesimismo de la inteligencia aunado al optimismo de la voluntad. O viceversa.

Por eso no es de extrañar que hoy sea uno de los voceros más lúcidos y menos triunfalistas del movimiento que se aglutina alrededor de López Obrador y su Morena, a quien hay que leer entre líneas y no irse con la finta de la apología. En Fito, yo al menos he encontrado una de las críticas más certeras a los errores que condujeron a la derrota del año 2006, en el sentido de que en la dirección del movimiento se creyó que se que estaba en una situación de “guerra de movimientos” y no se hicieron cargo de que el cuadro correspondía más bien a la situación de “guerra de posiciones”, para hablar con las bélicas metáforas gramscianas.

Faltaron quizá las grandes dosis de paciencia, imaginación, perseverancia, templanza y perspectiva histórica que Gramsci requería del partido revolucionario como bagaje indispensable para intentar cambiar el mundo. No se podía ya sorprender al “enemigo” con un descontón de masas, de votos, o insurreccional, sino que era precisa esa acumulación de fuerzas que el italiano traducía en “lucha por la hegemonía” política y cultural, y sin la cual, en sociedades complejas como la mexicana, es muy difícil, si no imposible, que triunfe el partido del cambio.

Entiendo muy bien que para Fito, en las actuales circunstancias, el dilema es aferrarse, como quería Lenin, al eslabón más fuerte, que en este caso serían Morena y López Obrador, si la perspectiva en la que uno se ubica es el movimiento social y su programa reivindicativo. Sobre todo si nuestra vida de relación gira en torno a este centro, a un eje político-ideológico y cultural que viene de muy lejos, en sus transfiguraciones, y que —pese a muchos augurios adversos—, todavía se mueve. Si tu ethos compartido está preñado de la historia, la narrativa y la leyenda de los de abajo.

Desde mi perspectiva actual, la de un desencantado exmilitante de la izquierda marxista, que pone en cuestión todo lo aprendido y amasado en esa vertiente de acción y pensamiento, que me considero ahora solo un desvaído socialdemócrata, sin partido y sin referencias ideológicas claras, Fito únicamente me inspira afecto, admiración y respeto, aun en el disenso.

Más aún cuando las cosas parecen no pintar demasiado bien para la izquierda, a la vista de las encuestas que ponen la Silla con mayúscula a tiro de piedra del vacuo abanderado de un Partido Revolucionario Institucional que no necesitó ni autocrítica, ni pedir perdón, ni democratizarse para estar de nuevo a punto de regresar al mítico poder presidencial. Por encima de, y con todo y los cadáveres en el clóset. También porque la curva de aprendizaje de los panistas fue demasiado larga, frívola, mocha y borrascosa, para decir lo menos.

Como para ratificar esa intuición engelsiana de que a menudo la historia avanza no por el lado bueno, sino precisamente por el “lado malo”. Y sin embargo, Fito no se descorazonará, sino que ante la previsible nueva derrota, encontrará los argumentos que la expliquen, y propondrá los trabajos que la conviertan, asimilados los errores, en victoria. Estoy seguro. Porque, retomando —en este arroyo de reminiscencias— a otros clásicos, él sí es de los imprescindibles, de los que descubrieron que lo que importa no es tanto Ítaca, sino el viaje… Salud, camarada Fito.

No es, evidentemente, mi perspectiva, pero sí la de Fito y en él, como en pocos más, es enteramente respetable, por su absoluta carencia de interés mezquino o de ambición personal alguna. Por su total honestidad de ideas y de vida. Resguarda el maltratado ideal y trabaja la idea, el programa, sin dejarse intimidar por los hechos y los dichos que parecen confabularse en contra del mismo.

COMPAÑEROS DE UN LARGO VIAJE
Eugenia Huerta

Es muy probable que yo sea una de las amigas más antiguas del festejado y debo confesar que escribo estas líneas con un gran temor: el temor de que Fito me corrija fechas, nombres, lugares, adscripciones políticas y demás, gracias a su prodigiosa memoria que todos envidiamos. Por ello te ruego, querido Fito, que leas esto como un breve recuento, por demás cariñoso, de algunos recuerdos de lo que hemos compartido.

Debe de haber sido en 1958 o 1959 cuando empezamos a vernos en casa de la familia Rojas Proenza, donde se reunían jóvenes hijos de refugiados españoles muy cercanos al Partido Comunista Mexicano. Yo estaba ahí por la amistad de mis padres, Mireya Bravo y Efraín Huerta, con Cachita Proenza y Jorge Rojas; ella, vieja luchadora contra la tiranía de Machado en Cuba junto con sus hermanas Tere, Juana Luisa y Rita. Supongo que gracias a ellas, a la política y a la literatura, también por esas épocas conocimos a otros asilados cubanos permanentes o en tránsito: Nicolás Guillén, Blas Roca, Juan Marinello, Mercedes y Julio Le Riverend…

En la sala de la casa de Pánuco 150 nos reuníamos de vez en cuando a hablar de política, a cantar las canciones de la Guerra Civil española, a comentar los libros que estábamos leyendo o alguna película en cartelera y a ver intentar bailar hopak a José Luis Cerrada, acompañado al acordeón por Jorge Ballester, ante el asombrado “público” compuesto, entre muchos más, por Max Rojas Proenza, Fito, Antonio Gazol, Carlos el Gordo Vidali, Lourdes Patiño, Ricardo Vinós, el inolvidable José María Vidal Torri, Federico y Mariano Sánchez Ventura, Carlos Tuti Pereyra, Sergio Pitol…

Según recuerda Lourdes, las conversaciones más largas giraban en torno a la organización de un grupo político y se discutía durante horas si se llamaría Frida Kahlo, Julius Fucik o Avance. De ahí surgieron el Movimiento América Latina, la célula Quinto Regimiento —de la que alguna huella queda en los ejemplares de sus ediciones que vendíamos en los camiones a cinco pesos—, el Movimiento Español 59. Ahí estaban también Juanita Rebolledo, Eduardo Balo Tamayo, Carmen Mas y, por supuesto, Carmen Fabregat.

La Revolución cubana vino a darnos nuevos ánimos y nos llevó a proyectos políticos más ambiciosos.

En julio de 1960, con otros amigos, emprendimos un viaje a Cuba para asistir al Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes. Entre los “delegados” mexicanos se encontraban Raúl y Tania Álvarez Garín, mi hermana Andrea, Emilio Ocampo, Fernanda la Chata Campa, Eraclio Zepeda, Alex Zenzes, Eliezer Morales, Jaime Augusto Shelley, Ricardo Valero, Fito… y unos 600 camaradas más, que integraban la delegación más numerosa: casi la mitad de los asistentes al Congreso éramos mexicanos. Nos alojaron en el Habana Hilton; ante nuestros ojos los empleados del hotel arrancaron los enormes letreros de la cadena hotelera y unos días más tarde le pusieron el nombre de Habana Libre. La misma fiesta presenciamos en las gasolineras de La Habana cuando decenas de personas quitaban los anuncios de Exxon, Texaco…

En esos intensos días escuchamos al Che Guevara y también a Fidel en uno de sus más memorables (y más largos) discursos, el que pronunció en el estadio Latinoamericano de beisbol para anunciar la expropiación de los ingenios azucareros, cada uno de los cuales íbamos bautizando con los nombres de nuestros países. A Fidel se le fue la voz y todos a una gritábamos: “¡Raúl, Raúl!”, inducidos por el propio Fidel, aunque él hacía gestos de que podía seguir hablando, y siguió y siguió y siguió. Creo recordar que salimos cerca de las cuatro de la mañana y regresamos a pie al hotel.

Días antes (o después) abordamos un tren hacia la Sierra Maestra, donde se celebraría el 26 de julio, el aniversario del ataque al cuartel Moncada. Después de haber recorrido casi mil kilómetros en vagones que no llevaban comida ni agua suficientes, nos cambiaron a un tren cañero, con vagones abiertos por los lados, para trasladarnos al pueblo de Las Mercedes, ya muy cerca del lugar donde se llevaría a cabo el acto, y ahí… la mayoría de nosotros se tuvo que quedar porque no había transportes para subir a la Sierra.

De entonces a la fecha hemos compartido casi todas nuestras experiencias políticas, en especial la campaña de Fito para diputado, durante la cual volví a repartir volantes, pegar carteles, participar en mítines.

Nuestra experiencia de trabajar más de diez años con Rolando Cordera en la aventura Nexos TV fue muy enriquecedora para mí y, a pesar del ritmo que implicaba y de los múltiples viajes, la amistad sobrevivió. Eres, Fito, un amigo imprescindible, como lo fuiste para el Tuti.

Oír hablar a Fito de política, analizando —más bien desmenuzando— todos los ángulos de un acontecimiento o de un chisme, es como entrar en un mundo fantástico, pleno de pasión, igual que cuando nos contaba sus experiencias con los Amigos del Bosque o nos mostraba un horrendo halcón que convivía con ellos en su departamento de Patricio Sanz o como cuando ahora detalla los cuidados que prodiga a su jardín o en los momentos en que comenta algo relacionado con el futbol. No recuerdo nada que haya emprendido con desinterés o con pocas ganas. Todo lo enfrenta como si el mundo se fuera a acabar mañana.

Hablar de Fito es imposible sin mencionar que a su lado está Carmen, siempre firme, amorosa, inteligentísima. Pasar unos ratos con ellos es siempre muy gratificante y hace que uno se reconcilie con el género humano.

No puedo decirlo de otra manera: Fito, hemos recorrido juntos un largo camino y cada vez que te veo o te leo, el cariño, el respeto y la admiración están presentes y más fuertes que nunca.

PRESENCIA ÉTICA,  POLÍTICA, CULTURAL Y EMOCIONAL
Rosa Elena Montes de Oca

Conozco a Fito desde mediados de 1967, cuando él trabajaba en la Asociación Nacional de Importadores y Exportadores de la República Mexicana. No recuerdo bien la naturaleza de su trabajo, pero sí que allí lo valoraban como a un joven inteligente y culto. En algún convivio ligado a esa asociación conocí a Carmen, su guapísima esposa. Ellos tenían una bebé más o menos de la edad de la mía.

Reencontré a Fito en casa de Rolando Cordera, en la calle de Perugino, un par de días después del 10 de junio de 1971, cuando él escribía junto con Rolando y otros compañeros un documento sobre lo ocurrido ese Jueves de Corpus, que íbamos a publicar y difundir entre la población.

Poco tiempo después, en 1972, algunos de los jóvenes que sufrieron la prisión política a raíz del movimiento estudiantil de 1968 iniciaron la publicación de una revista: Punto Crítico, para “informar sobre los hechos que la conforman [la realidad nacional] realmente y analizar sus implicaciones y complejidades […] y contribuir al debate organizado de las fuerzas de izquierda sobre bases objetivas y permanentemente renovadas”. Ellos invitaron a Adolfo Sánchez Rebolledo a ser el director general; Roberto Escudero fue el director. Rolando Cordera, junto con otros compañeros, integró el comité editorial e invitó a varios amigos, con los que ya trabajaba políticamente, a incorporarse a la elaboración de la revista, entre ellos a mí.

Cuando fue necesario organizar grupos de trabajo por temas, yo me integré al equipo encargado de las luchas campesinas. Desde ahí inicié una estrecha cercanía con Fito. En mi opinión, Fito hacía posible la edición de la revista; desde corregir la redacción hasta todo lo demás. Lo que no era poca cosa, tomando en cuenta que muchos de nosotros no teníamos mucha (o ninguna) práctica escribiendo artículos periodísticos. Los participantes veníamos de experiencias y trayectorias diversas y todos éramos jóvenes, y el entusiasmo era insuficiente para afinar los planteamientos. Fito, también muy joven, trabajaba con nosotros con paciencia y mucha amistad.

Por ese entonces tuve un complicado problema personal. La protección y el apoyo de Fito, y también de Rolando, me permitieron seguir participando entre mis camaradas y amigos. Sin esa ayuda probablemente hubiera acabado alejándome de ellos a pesar de mi voluntad, y el resto de mi vida se habría desenvuelto de forma diferente.

En 1974 empezó a publicarse Cuadernos Políticos, que contaba con un comité editorial de lujo, entre cuyos miembros estaba Fito, quien hacía muchas cosas más alrededor de esto, según recuerdo.

Por ese entonces la parranda fue parte de nuestra amistad. Salíamos los viernes de las reuniones de Punto Crítico junto con varios compañeros, casi siempre Daniel Molina y Rolando Cordera entre ellos. Íbamos a cenar al restaurante alemán del hotel Roosevelt y terminábamos en la madrugada (o hasta el domingo) en barrocas discusiones, políticas generalmente, pero no siempre, leyendo y cantando poesía porque “la poesía es un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), como cantaba Paco Ibáñez. También podíamos amanecer con mariachis en la plaza Garibaldi o en una trajinera en Xochimilco.

En Punto Crítico los desacuerdos crecieron y se hicieron ríspidos hasta llevar a un grupo de nosotros a alejarse de esa propuesta política. Entre las desavenencias más notables estuvieron la valoración de la lucha de los electricistas democráticos, encabezados por Rafael Galván, y el apoyo a la candidatura presidencial de Valentín Campa. Para muchos de nosotros, insertarnos en esas luchas era un crecimiento y una posibilidad de participación con fuerzas reales en el escenario nacional y nos escindimos en 1976. Nosotros fuimos cuarenta y nueve, los forty-niners.

Fito pasó entonces, no recuerdo si desde antes, a colaborar en la revista Solidaridad, del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana.

Nos reuníamos con don Rafael Galván algunos martes en la mañana en una hermosa casona en la calle de Zacatecas. Fito, Galván y otros, pero sobre todo este, hablaban sobre el acontecer nacional y particularmente acerca de la luchas de los electricistas. Estos encuentros debieron de haber ocurrido en un comité editorial o de redacción. Era, desde luego, un placer asistir a esas reuniones, de las que yo salía con la encomienda de escribir alguna notita, casi siempre en relación con las luchas campesinas y la situación del campo.

Compañeros provenientes del sindicalismo universitario, del de los trabajadores de la industria nuclear, algunos ligados a las luchas campesinas, así como académicos e intelectuales, formamos en 1981 el Movimiento de Acción Popular. Fito estuvo entre los dirigentes de este proceso. Muchos compañeros discutimos infinidad de horas y días nuestra propuesta política, nuestras tesis.

Al poco tiempo de constituirnos como mAp nos sumamos al naciente partido de las izquierdas mexicanas, el Partido Socialista Unificado de México. Fito fue candidato a diputado por el distrito donde vivía y alguna vez fui a un acto de su campaña.

Yo me alejé. Me comió el trabajo y me bebió el alcohol. Cuando salí del alcohol volví a ver a mis cuates. Platiqué mucho con Fito, quien colaboraba de varias formas en el programa televisivo de la revista Nexos. Por ese tiempo, un muy importante grupo de intelectuales de izquierda y algunos activistas políticos fundaron el Instituto de Estudios para la Transición Democrática. Fito es parte vital de este.

A mediados de 2001, Fito me insistió para que me pusiera en contacto con Toño Franco. Así lo hice y desde entonces vivo con él.

Semana a semana le agradezco a Fito sus artículos en La Jornada y su labor en el “Correo del Sur”, suplemento dominical de La Jornada Morelos, en el que todas las semanas logra incluir artículos importantes. También le agradezco su constante participación en el ietd y, desde luego, su amistad.

La presencia ética, política, cultural y emocional del filósofo, economista, antropólogo, periodista y pensador político Adolfo Sánchez Rebolledo ha sido una influencia central para mí.

Feliz cumpleaños, Fito querido.

UN HOMBRE COHERENTE
María Cruz Mora Arjona

Conocí a Fito a principios del año 72, en el edificio de la Canadá, que está en Insurgentes 300. Era el tercer piso y en él estaban las oficinas de un nuevo proyecto muy atractivo para las izquierdas que emergíamos del movimiento estudiantil del 68, la revista Punto Crítico. A la cabeza de este proyecto como directores estaban Roberto Escudero y Adolfo Sánchez Rebolledo. A Roberto lo conocía de antes, había sido dirigente de la Facultad de Filosofía y Letras durante el movimiento estudiantil, pero a Fito era la primera vez que lo veía. Su figura, su talante, su forma de expresarse, su buen humor, su disposición al debate, su picardía y su inteligencia me recordaban las páginas del Quijote leídas en la secundaria. Acababa de salir el primer número de la revista que, si mal no recuerdo, “dedicaba” su portada y el contenido a Luis Echeverría. Había que integrarse a las distintas comisiones de trabajo en las que estaba estructurada la revista; Fallo y yo optamos por la del movimiento obrero y yo particularmente por la de los electricistas.

Puedo decir que fue una experiencia maravillosa porque no solo era ejercer el periodismo de investigación sino también la dura y pura militancia, rodeados de compañeros y amigos de múltiples corrientes y abierta a la sociedad en la cual queríamos influir.

Y también de vida. No puedo olvidar que, ya entrada la noche, después de terminar las discusiones y dejar los pendien

tes para el día siguiente, íbamos a la pizzería que regentaba un argentino recién exiliado en México, localizada en la planta baja del edificio, a comer unas buenas pizzas de espinacas y a tomar unas cervezas frías y, por supuesto, a seguir hablando de política.

Más allá, la amistad iba creciendo. Fue entonces cuando conocí a Carmen, una mujer inteligente, vital, simpática, guapa, compañera de Fito hacía varios años atrás, y a su hija Paula. Gracias a una invitación que les hiciera Rolando para pasar unas vacaciones en Manzanillo, las relaciones comenzaron a estrecharse y de ahí pa’l real, como bien dicen los españoles. Los diciembres se convirtieron en las vacaciones más divertidas, comiendo y bebiendo bien, nadando y tomando el sol, cuidando a los niños y, por supuesto, hablando de todo y más, de libros, de historia y, claro está, de nuestra gran preocupación: el devenir de México.

Tiempo después vino la creación del Movimiento de Acción Popular, realmente un buen grupo al que nos unía no solo la amistad, para nosotros invaluable, sino también la coincidencia en lo general en el diagnóstico sobre la economía, la política y los movimientos sociales. Fueron largas y acaloradas las discusiones y ahí, una vez más, la claridad del intelectual, el hombre ilustrado, el hombre político, estaba a la cabeza del nuevo proyecto. Nunca olvidaré lo que aprendí en ellas, sobre todo de temas tan complejos como el ejército y la iglesia.

Inmediatamente después de haber salido a la luz las tesis del mAp vino el nacimiento del Partido Socialista Unificado de México; a invitación de las otras organizaciones políticas de izquierda que lo integraban nos unimos al nuevo partido. Siempre recordaré a todos juntos cantando La Internacional, percibiendo el reto que suponía para los que ahí estábamos el poder trascender en la política y la sociedad de nuestro país. Para que esto hubiera sido posible había entrado en vigor la reforma electoral de 79, un hecho que no era fortuito ni una concesión gratuita del Estado, como bien exponía Fito, sino una reforma que, si bien limitada, era por sí misma un avance fundamental para la democracia en México.

En 1985 se llevaron a cabo las elecciones intermedias y Fito era candidato uninominal del PSUM para un distrito electoral en el Distrito Federal. Obviamente elegí estar con él en su campaña; trabajamos con ahínco, visitando a personas, haciendo reuniones en las casas de estas, con sus vecinos, repartiendo propaganda, organizando mítines, y Fito siempre de manera modesta pero con la claridad que lo caracterizaba, hablando de la importancia que tenía la participación de los ciudadanos en las elecciones. La verdad es que las condiciones aún eran muy desventajosas para el PSUM.

En 1988 tuve la oportunidad de trabajar profesionalmente con Fito en un proyecto llamado Historia oral de la electrificación rural en México. Fue una experiencia riquísima en todos los aspectos, conocimos cuatro estados de la República en toda la extensión de la palabra, hicimos entrevistas en localidades rurales de todo tipo, con experiencias vivenciales fuertes, y gracias a Fito la investigación realizada salió airosa.

Este texto de homenaje a Adolfo Sánchez Rebolledo ha sido sencillo y complejo a la vez. He rememorado lo que ha sido la vida a lo largo de estos cuarenta años y lo que recuerdo de él es siempre la coherencia de sus ideas con su praxis política; del devenir del socialismo y la revolución —desde los años cincuenta hasta casi finales de los setenta— a la defensa de la democracia representativa y plural de los años por venir. Pero, sobre todo, siempre haciendo hincapié en la necesidad de una sociedad más humanitaria, más justa en la distribución del ingreso, en la educación, en la cultura, en la observancia de la ley, en la información. Él insiste, y lo dice de manera contundente: sin equidad social la democracia es vulnerable.

Siempre crítico del autoritarismo y el corporativismo del Estado mexicano, siempre claro del papel que debe desempeñar el Estado en una sociedad democrática y plural. Siempre confrontando la realidad, acompañado de su gran bagaje intelectual y asumiendo el compromiso moral, social, transformador y solidario con las causas de los más desprotegidos.

Pero, más allá de todo esto, a mí lo que me une a Fito es su amistad entrañable. Gracias, Fito.

EL CONVERSADOR QUE SABE ESCUCHAR
Paloma Mora Arjona

Lo conocí cuando era una jovencita y yo lo veía mayor. Obviamente, en la medida en que lo fui tratando nunca más lo volví a mirar así, siempre lo veo como un gran amigo, solidario y tolerante. De lo que fuera le podías y le puedes hablar.

Siempre me ha caído bien, siempre flaco, siempre una broma, siempre atinado en sus comentarios.

Recuerdo 1985: Fito era candidato a diputado por el Partido Socialista Unificado de México y me tocó cubrir una de las casillas de su distrito, que estaba localizada en el portal de un edificio que era un congelador; yo estaba embarazada, y porque lo quiero aguanté estar ahí, porque el frío que se sentía era como para salir corriendo…

Me acuerdo de él con un cigarro y un trago, luego fue un café y un cigarro.

Lo recuerdo una vez llegando a Manzanillo después de un tortuoso viaje en camión, cargando una charola de huevos y una botella de aceite. Después amaneceríamos con un concierto de toses de él y Marjorie.

El día que lo vi bailando rock and roll me dejó pasmada, lo hacía de maravilla: ¡bailaba como Elvis!

Dos grandes cualidades tiene Fito: la primera es que sabe escuchar y la otra es que es un gran conversador.

Gracias, Fito, por dejarte conocer.

VIÑETAS DE LA CURIOSIDAD INTELIGENTE
Ciro Murayama

Corrían los primeros años noventa, estaba muy fresco el movimiento que se generó alrededor de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas como abanderado presidencial por el Frente Democrático Nacional en 1988, y acababa de nacer el Partido de la Revolución Democrática. En ese momento, un núcleo de exsindicalistas, universitarios, periodistas, había creado en 1989 el Instituto de Estudios para la Transición Democrática que entonces, como ahora, sostenía un seminario permanente un sábado al mes. Ahí vi por primera vez a Adolfo Sánchez Rebolledo, Fito, a las afueras de la Casa de la Cultura Reyes Heroles, sobre la calle de Francisco Sosa en Coyoacán. Fito llegó temprano, y me lo presentó José Woldenberg, quien le bromeó sobre la boina con que se protegía del frío aquella mañana. Permanece la estampa: la delgadez de Fito, su bigote y la boina que le daban el aire de un pintor italiano o francés, su saludo amable, y ese rostro que, como recordaba un amigo común —Manuel Martínez—, lo hacía parecer uno de los hermanos Soler de la Época de Oro del cine mexicano.

Los intelectuales que fundaron el ietd pusieron sobre la mesa una propuesta política que reunía todos los atributos de una buena tesis reformista: defraudaba a los urgidos de grandes transformaciones y de amaneceres prometidos, era difícil de asi-

milar y de entender desde el statu quo, pero a la vez resultaba de una enorme pertinencia política e intelectual. La idea era que México no cabía ya en el molde del Partido Revolucionario Institucional, pero que no podía exorcizar esa organización y que, en cambio, entre la continuidad autoritaria y la buena nueva del México adánico, era del todo pertinente proponer y desplegar una agenda de reformas para llegar a un auténtico sistema de partidos.

Unos años después, en 1994, ante el alzamiento zapatista en Chiapas y el asesinato del candidato del pri a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, el ietd organizó un seminario para publicar pronunciamientos en La Jornada, insistiendo en la necesidad de robustecer la vía institucional, democrática y pacífica como llave del cambio político y la reconducción del país. De esas reuniones, a las que acudían, entre otros, Rolando Cordera, Luis Salazar, José Woldenberg, Raúl Trejo, Pablo Pascual, Luis Emilio Giménez Cacho, mantengo en la memoria una intervención de Adolfo Sánchez Rebolledo, quien señalaba que la transición mexicana a la democracia no estaba siendo como nos hubiera gustado, que no era de guión, pero que en efecto estaba ocurriendo y que debíamos saber interpretarla políticamente.

Así es Fito: insiste en entender y reconocer los hechos aunque no se amolden a lo que teníamos preconcebido. Jamás se acerca a ninguna discusión de forma improvisada y recela del dogmatismo.

La alternancia política en la Presidencia de la República ocurrió en julio del año 2000. Al final de junio de aquel año, Ricardo Becerra, Pedro Salazar y José Woldenberg publicaron La mecánica del cambio político en México, que fue presentado por los representantes de los partidos políticos y coaliciones electorales ante el Consejo General del Instituto Federal Electoral, del que Woldenberg era consejero presidente. Adolfo Sánchez Rebolledo representaba a Democracia Social, que en esa elección, habiendo postulado a la Presidencia a Gilberto Rincón Gallardo, se quedaría a un escaso punto porcentual de votación para refrendar su registro como partido político nacional. Pues bien, esa noche asistió a la Casa Lamm un variopinto mosaico de políticos y funcionarios electorales. Entre el público estaba José Juan Toharia, catedrático de ciencia política de la Universidad Autónoma de Madrid y quien encabezaba al equipo de expertos de las Naciones Unidas que asesorarían los trabajos de observación electoral en aquella elección. Tras la presentación del libro, se acercó a comentar: “Este hombre, Sánchez Rebolledo, es un socialdemócrata mexicano en toda la extensión de la palabra, ¿verdad?”. Y así es Fito, con una densidad ética e intelectual que lo hace fácilmente reconocible como un hombre de izquierda cosmopolita.

EL PLACER POR LA CULTURA

Barcelona siempre ha tenido un alma irreverente y progresista, quizá porque aunque se resista al mundo con su reivindicación chovinista es un puerto bañado por el Mediterráneo y porque su batalla nacionalista ha ido —para bien y para mal— con la lengua por delante. Ahí, en una calle que corre entre el Barrio Gótico y El Borne, al lado de Santa María del Mar, en una librería de viejo, hallé en los días de cambio de milenio una edición facsimilar de la primera edición de Marinero en tierra de Rafael Alberti, andaluz malagueño y, para mayores señas, amigo de juventud de don Adolfo Sánchez Vázquez, padre de Fito. La edición contenía las correcciones que Alberti hizo sobre el primer original impreso, así como los dibujos que trazó junto a sus versos. Nadie más indicado que Fito para tener aquel ejemplar, y nadie mejor que Fito para recibirlo: apenas lo tuvo en sus manos, con precisión, serenidad y emoción a la vez recitó al vuelo los versos de aquel marinero en tierra. Así es Fito: sensible, poeta, entrañable.

Madrid, 1998. Qué bien la pasamos. Rolando Cordera y Fito fueron a entrevistar a Felipe González para Nexos TV (esa serie 84 que consiguió emitir 500 programas, nada más, pero nada menos), y yo estudiaba entonces en la capital española.

Aprovechando el viaje, una noche fui con Fito a la Casa Patas, un tablao flamenco de la calle Cañizares, junto a la plaza de Tirso de Molina. Ahí supe lo entendido que es Fito en materia de flamenco. Por ejemplo, me explicó cómo todos, ahora, querían cantar como Camarón de la Isla. Así es Fito, sabe mucho de cosas muy diferentes y no hay algo que sepa por prurito, por pretensión, sino que su conocimiento surge de su inquietud, de su gusto, de su curiosidad infinita.

EL PERIODISTA

Punto Crítico, Cuadernos Políticos, la editorial Era, La Jornada, el “Correo del Sur”, han sido y son proyectos periodísticos y editoriales que se han nutrido del talento y la energía de Fito, notable heredero y promotor de la cultura de la letra impresa.

En La Jornada, cada jueves, aparecen los imprescindibles artículos de Fito. Sus temas son muchos, variados, pero siempre relevantes. Me atrevo a sugerir tres hilos conductores de los textos —y, por tanto, de la causa política y de la apuesta intelectual— de Sánchez Rebolledo: la centralidad de la cultura, de los derechos para las mayorías y de la importancia de la comprensión histórica. Los artículos de Fito, atento a la coyuntura, son lo más lejano a un télex: siempre hay una referencia histórica pertinente, un valor en disputa, causas en juego.

LA AMISTAD

Dos amigos comunes, presentes en las páginas de este libro, pero cuyos nombres no viene al caso citar, tuvieron a bien alargar una sobremesa, no escasa de digestivos, la tarde de un día martes allá 85

por mediados de los años noventa. Para su mala fortuna, una patrulla los cazaba a la salida del restaurante y, en la primera esquina, les hizo alto para obtener la rigurosa mordida, que nuestros amigos se negaron a pagar, por lo cual los detuvieron. Los amigos, buscando apoyo, llamaron a sus cuates y esa medianoche me encontré en la Delegación Álvaro Obregón a Fito y a Carmen, quienes como yo iban a ver qué se podía hacer para sacar a los amigos de los separos. Mientras esperábamos, Fito contó varias anécdotas sabrosas de trances similares: como que uno de sus amigos vio pasar a un perro callejero y lo cargó, obsequiándoselo al juez y poniéndolo en su escritorio, con lo que no consiguió sino prolongar el arresto. Volviendo a aquella noche, uno de los funcionarios de la delegación nos espetó: “Su amigo dice que es influyente”, y Fito le reviró: “No, esa palabra no está en su léxico”. Así es Fito: sabe conocer a sus amigos, quererlos y reivindicarlos incluso cuando pareciera que no hace falta (porque, en efecto, como Fito nos ha enseñado, siempre hace falta).

El primer domingo de febrero, desde fines de los setenta o inicio de los ochenta, un grupo de amigos se reúne a comer tacos de cabeza, a beber cerveza y tragos más fuertes, delante de una pantalla de tele para ver el Super Bowl. La sede, durante años, fue el departamento del biólogo Manuel Martínez en Villa psum, al sur de la ciudad de México. Mientras vivía en el D.F., Fito era asiduo concurrente —y, como todos los demás, apostador al resultado del partido—. Así es Fito: el mismo que sabe de memoria, con precisión, los acontecimientos de la Revolución cubana, disfruta del futbol americano, de los Empacadores de Green Bay y de los Cuarenta y nueve de San Francisco. Así es Fito: siempre imbuido en el afán gozoso de saborear la vida.

El 7 de agosto de 2005, después de la hora de comer, murió mi madre tras una larga enfermedad. La primera llamada que recibí, apenas unos minutos después, nada más enterarse, fue de Fito. No recuerdo las palabras, pero sé bien de qué hablamos;

tengo presente su cariño, su sabiduría para no caer en el lugar común del pésame sino para hablar con calidez en ese momento al hijo extraviado en que se convierte todo huérfano, por adulto que sea.

EL PLACER DEL TRABAJO

Trabajar con Fito es un placer. En el último par de años en que José Woldenberg fue presidente del IFE, invitó a Fito a trabajar como asesor de la presidencia, donde yo laboraba. Para esos años Fito había empezado a vivir en su casa actual de Jiutepec —cuyo terreno escogió, según me contó, por el enorme árbol que preside su magnífico jardín—; internet nos colocaba prácticamente a una distancia de puerta con puerta para fines laborales. Buena parte del trabajo en común consistía en la elaboración de textos, ya fuera para defender puntos en las discusiones del Consejo General del iFe o para proponer ideas sobre la vida democrática en foros, conferencias, publicaciones. Pepe definía el tema y la tesis central, yo llamaba a Fito, pasábamos un buen rato al teléfono —lo cual era un placer, como sabe todo aquel que ha disfrutado de la conversación de Fito— y un par de horas después recibía por correo un texto profundo y claro, pulcramente escrito. (Bien lo dijo David Ibarra, tras escuchar a Fito en el homenaje a Rolando Cordera el 31 de enero de 2012 por su cumpleaños setenta: “Qué manejo del lenguaje español de Sánchez Rebolledo”).

Profesionalmente, también estuve en contacto con Fito cuando trabajé como editor de Nexos. Recibí sus textos siempre con puntualidad, pulcros, bien cuidados en cada detalle. Por ejemplo, recuerdo cómo buscó y buscó en internet y en archivos para dar con la fecha exacta en que el muralista David Alfaro Siqueiros había impartido una conferencia en Valencia antes de sumarse al frente republicano durante la Guerra Civil española.

Cuando se han invertido los papeles, es decir, cuando Fito es el editor y le he entregado algún texto, siempre he encontrado un trato magnífico: lo publica pronto, bien revisado y con ilustraciones pertinentes. En 2010 me solicitó un artículo sobre la crisis en España para el “Correo del Sur” y nunca vi más dedicación para vestir con imágenes un artículo mío.

Así es Fito: detallista, perfeccionista, cuidadoso de su trabajo y del trabajo de los demás.

Haber conocido a Fito hace veinte años y seguir siendo su amigo es uno de los mejores regalos que le vida me ha dado.

Muchas felicidades, Fito, por tu cumpleaños setenta.

EL AMIGO ENTRAÑABLE
Federico Novelo

En el cumplimiento de sus, literales, setenta primaveras, es un gran acierto promover este libro-homenaje a Adolfo Sánchez Rebolledo, quien ocupa un destacadísimo espacio en la historia y en el afecto de muchos de nosotros. Con este reconocimiento a los promotores, añado mi agradecimiento por ser convidado a la celebración de alguien que, como aquí se verá, ha sido un personaje de la mayor importancia en más de un acontecimiento fundamental de mi vida.

La atención a su estado de salud y su espléndido trabajo en el “Correo del Sur”, extraordinario suplemento cultural de La Jornada Morelos, el cual dirige con talento envidiable, son (en ese orden) las variables explicativas de su autoexilio morelense que, en distintos pero altos grados, todos los amigos que tiene en el Distrito Federal lamentamos profundamente. Hablar con Fito, disfrutar de su admirable agilidad mental, conocer sus siempre brillantes análisis y juicios políticos, en fin, observar el tino de sus bien dirigidos dardos de sarcasmo y humor, son privilegios lamentablemente reducidos por la distancia, experiencias de diálogo y aprendizaje que —hablo de mi propio caso— jamás concluyeron con la sensación de llevarme las manos vacías.

Hace ya muchos años, Hugo Hiriart Urdanivia —mi primo— me preguntó si conocía a Adolfo Sánchez Rebolledo; cuando le respondí que no tenía el gusto, me hizo el siguiente comentario: “Es una lástima, ya que Fito es la persona más inte-

ligente que he conocido”. Ya en los años setenta pude conocer a nuestro homenajeado y, al tiempo que constaté la afirmación de Hugo, descubrí que esa inteligencia superior se hace acompañar de otras extrañas y muy atendibles cualidades: la primera, a cierta distancia del resto, una sencillez notable y a prueba de cualquier adulación, que hace de Fito —al lado de la inteligencia extraordinaria— un confidente respetable, sabio, cercano y seguro; un enorme sentido del humor que lo hace dueño de una alegría contagiosa; una razonable intolerancia con quienes muestran, sin proponérselo, escasas luces (durante las deliberaciones que sosteníamos en el Comité Ejecutivo Nacional del fallecido partido Democracia Social, el Chicali comenzaba sus recurrentes —y prescindibles— intervenciones diciendo invariablemente: “Yo siento…”, hasta que Fito inquirió: “¿Sientes… o piensas?”); una capacidad enorme para transmitir, con sabiduría y calidez, una gran experiencia en ámbitos tan diversos como los políticos, periodísticos, literarios, editoriales, históricos, televisivos o de las siempre complejas relaciones humanas; un temperamento que alcanza las alturas de lo artístico y que se hace visible en la defensa de sus convicciones, con una inteligencia cargada de entusiasmo y emoción; un ecumenismo singular que le permite entablar y, lo que es más difícil, mantener relaciones de amistad con un muy amplio espectro de personalidades no necesariamente cercanas en actividades, ideologías, filiaciones o edades; un aprecio profundo y privilegiado por la amistad. Sin duda, es realmente difícil encontrar, en la misma persona, este considerable listado de cualidades; sin duda, también por ello, es más difícil no sentir un gran afecto por la singular figura de su poseedor.

No obstante, Fito ha enfrentado los envenenados frutos de la estupidez militante, notable en la experiencia que sufrió en el despunte mismo del Partido de la Revolución Democrática, que no entendió —menos aún apreció—, si es que ahora entiende y valora, el extraordinario legado del mapachismo pesumista que llegó a sus filas y al que dispensó un trato de torpe y calumniosa hostilidad. No en balde, el más tonto y menos rentable de los pecados capitales resulta ser la envidia, misma que, para acabarla de acabar, no puede ocultarse. En espacios menos sórdidos, en los que el miedo a la inteligencia no es conducta corriente, Fito es una auténtica “monedita de oro”; tales espacios, por desgracia, no destacan por su abundancia y de ahí la sabiduría de la conseja popular: “La razón por la que hay que temer a los pendejos es muy simple: son muchos”. Y están en todos lados.

La reiteradamente fallida impronta socialdemócrata, víctima permanente de la dictadura del desdén popular, aunque también —y en fecha más reciente— de sus propios errores, propició un acercamiento casi cotidiano con Fito, en la singular experiencia de Democracia Social, promovida a contracorriente —como fue su biografía— por el lamentablemente ido Gilberto Rincón Gallardo. En ese ámbito, en el que yo creía ya conocer a la perfección al homenajeado (en 1989 le dediqué mi pequeño libro La sociedad mexicana en los ochenta), pude apreciar —admirar sería un término más preciso— su alegre capacidad para hablar con casi todo el mundo, la enorme devoción y cariño que provocaba en un número bastante significativo de jóvenes en su mayoría brillantes y comprometidos, su firme intolerancia frente a los tontos, que los había, y los oportunistas, aún más abundantes.

Eran meses cargados de creatividad, disposición y, al final, enorme frustración, durante los que el optimismo de Fito contagiaba a las mentes más lúcidas del partido, en un ambiente fresco y novedoso. Jóvenes, mujeres y una cuota considerable de lesbianas y homosexuales (para nada vergonzantes) representaban, en muy buena medida, la sorprendente ventaja competitiva de Democracia Social, visible en las listas de candidatos a legisladores. Esta novedad llevó a que, en el establecimiento de cuotas porcentuales para cada uno de estos segmentos, el inefable Tribi Romero abultara tanto la porción correspondiente al último

de ellos, que la suma de las partes acabo rondando ¡el 106 por ciento! Después de ese reparto de candidaturas, de camino a mi coche, Fito me dijo: “Mi querido Federico, tendremos que hacer política, militar, en el espacio del partido, ya que no somos ni jóvenes ni mujeres… ni nada”.

Era el año 2000 cuando Elsa y yo tomamos la firme decisión de hacernos padres adoptivos; entonces la adopción en México era un tema copado, o casi, por organizaciones religiosas que exigían de los aspirantes matrimonio por la iglesia y compromiso sólido de otorgar al adoptado una formación católica, a prueba de cualquier tentación. De otro lado, mis felices cincuenta y dos años de aquel momento, a los ojos de las asociaciones de adopción me convertían en aceptable candidato para adoptar a una criatura con edad suficiente para haber cursado licenciatura y maestría, por lo menos. La decisión estaba tomada, de cualquier modo, y el paso inicial —para comenzar la búsqueda de nuestro heredero— era el matrimonio (republicano, por supuesto). Supongo que para ambos, pero aquí solo puedo hablar por mí, ese acontecimiento representó —en sí mismo y por lo que lo incentivaba y seguiría— uno de los hechos más relevantes de mi existencia y un compromiso del que estoy muy lejos, si es que estoy a una distancia mensurable, del cansancio.

Después de una de las múltiples reuniones de Democracia Social, le conté a Fito nuestra decisión; conociendo su sentido del humor, esperaba que me preguntara algo así como: “¿Elsa está segura?”. No lo hizo y continuó escuchando nuestros planes de adopción y vida; casi para terminar, le pedí un favor: “Quiero pedirte que, al lado de Roberto Escudero, seas mi testigo en el juzgado. A ambos les tengo por mis santos laicos de izquierda y ese día, el 11 de mayo de 2000, será uno de los más importantes en mi vida”. Su respuesta: “De mil amores”, y la contundencia y convicción con las que él y Roberto avalaron mi honorabilidad frente a la pregunta del juez el día de la boda, son prendas —hasta ahora, íntimas— que me habrán de acompañar hasta el fin de mis días.

A partir de entonces, con el temprano arribo de mi pequeño Nicolás, el 28 de julio del mismo año, no ha habido ocasión en la que encontremos a Fito, sin que nos pregunte por nuestro hijo. Entre las muchas cosas que debo agradecer a la vida, ocupa un sitio muy relevante el contar con la amistad de Adolfo Sánchez Rebolledo, mi entrañable Fito.

1957, 1960, …2012
Lourdes Patiño y Antonio Gazol

Aquí encarnan los espectros amigos, las ideas se disipan.
El bien, quisimos el bien, enderezar al mundo.
Octavio Paz, Nocturno de San Ildefonso

Recibimos la llamada de invitación y de inmediato, sin pensarlo dos veces, con absoluta irresponsabilidad, dijimos sí. La única (discutible) excusa para esa conducta pudiera ser que a ambos nos entusiasmó, sin acuerdo previo de ninguna naturaleza, la oportunidad que se nos proporcionaba de participar en la celebración de los primeros setenta años de un ser humano excepcional. Sugerimos que como excusa es discutible porque, planteada como está (y como es), el entusiasmo no es suficiente para resolver los problemas que supone escribir al alimón sobre alguien a quien se conoce desde hace más de medio siglo y con quien se han compartido, directa o indirectamente, total o parcialmente, anécdotas, propósitos, principios éticos, ideas, ilusiones, utopías; con el que se ha coincidido o no, pero que, pasado el tiempo, se ha convertido, seguramente sin pretenderlo, incluso a pesar suyo, en un referente de la cultura mexicana contemporánea, en una especie de icono del periodismo cultural y en un ejemplo obligado de honestidad (intelectual y de la otra). La mejor prueba de ello es la cantidad y calidad (con sus inevitables excepciones, como la nuestra) de personajes participantes en este cuaderno de celebración.

Un problema a superar consiste en que a Fito lo conocimos en momentos diferentes: una, en 1960; otro, en 1957. En ese tiempo pasamos del final de la adolescencia al inicio de la vida adulta, de la preparatoria a la educación superior, de la etapa en la que dominan los sueños a aquella en la que se debe empezar a enfrentar la realidad. Conocimos a Fito, conocimos a Carmen y ahora los conocemos como uno solo.

Parecería que ha habido cambios, pero en realidad las personas, en lo esencial, en el fondo, no cambiamos, y por ello una amistad sólida, sustentada en esos principios, en esas ideas, en esas ilusiones y en esas utopías en algún momento compartidas, no desaparece por el simple hecho de que hubieren pasado meses, en ocasiones años, durante los que no nos vimos. Sin embargo, sabíamos de Fito, de sus andanzas, leíamos lo que escribía. Lo comentábamos y era como si hubiésemos estado con él. También Fito, pensamos, en ocasiones se referiría a alguno de nosotros, o a los dos. Un caso: allá por 1974 o principios de 1975, un joven economista que volvía del exilio después de haber sido preso político del 68, pidió verme en mi oficina de la dirección general de una secretaría de Estado, y con una tranquilidad que lo hacía insospechable informó a la recepcionista que venía de parte de Fito, con quien no nos habíamos visto por lo menos en un par de años. Con esa clase de “padrino”, por supuesto que lo hice pasar de inmediato; en el transcurso de la entrevista me quedó claro que no traía recomendación alguna, pero que por comentarios de Fito había sabido de nuestro recíproco conocimiento en un grado tal que podría haber la suficiente confianza como para solicitarme empleo al amparo de su nombre o encomienda, y terminó por reconocer que se había valido de ese truco para ser recibido y pedir, así, una oportunidad. Con todo y la trampa (y otra más para superar aquel requisito de no tener antecedentes penales) iniciamos una relación de trabajo que habría de durar hasta 1986.

Recordar a Fito es rememorar esas pequeñas anécdotas, aparente o realmente sin importancia, que muestran una cercanía afectiva que trasciende la lejanía física; es, asimismo, traer a la memoria las luchas en las que ha estado comprometido y en las que ha puesto toda la pasión de la que es capaz (que es mucha), y también es evocar al Fito fiestero y juerguista, alegre, desenfadado. La irresponsabilidad de haber aceptado pergeñar estas deshilvanadas líneas nos está dando la oportunidad de recrear muchos momentos, gratos y de los otros, y de volver a ver a los Fitos que hemos conocido.

De manera superficial podría afirmarse que uno es el Fito aferrado con pies y manos a las verdes rejas del Colegio Madrid de Mixcoac, que gritaba a todo pulmón “¡Esto es un campo de concentración!, ¡estos son unos fascistas!”, porque una de las extrañas normas del Colegio consistía en impedirnos abandonarlo antes de las dos de la tarde aun cuando ya no hubiese clases para ese día. Y otro es el Fito con quien, unos cuantos meses después, también en 1958, acudíamos con Torri a la vieja casona del Ateneo Español de la calle Morelos a un seminario de historia de España y una vez concluido este, marchábamos al sur de la ciudad, a casa de Balo en Bartolache, para escuchar las discusiones sobre la situación del país que ocurrían en la sala del ingeniero Tamayo. El segundo semestre del 58 fue singularmente importante para México (por lo que ocurrió y por lo que no ocurrió): las calles de la ciudad, en particular la avenida Juárez y Madero, fueron escenario de nutridas manifestaciones, siempre reprimidas violentamente. Protestaban los ferrocarrileros, los petroleros, los maestros, por sus respectivas reivindicaciones sindicales y de clase, y los estudiantes universitarios y politécnicos en contra del aumento a las tarifas del transporte urbano (en manos del pulpo camionero de un célebre personaje que, creo recordar, se apellidaba Valdovinos). En esas discusiones participaban intelectuales que empezaban a ganar prestigio (o ya lo tenían) e invitaban a algunos líderes o representantes sindicales a intervenir en aquellos debates que, a nosotros, nos descubrían un mundo nuevo, hasta entonces desconocido. También de esa época recuerdo a Fito en su sala de Patricio Sanz, mostrándonos, orgulloso, bajo la discreta vigilancia de don Adolfo, la colección completa de un antiguo periódico del Partido Comunista Español que comenzó su publicación días antes del golpe franquista con el que dio inicio la Guerra Civil.

Uno es el Fito que alguna vez, una mañana de mayo de 1957, nos alcanzó a Max y a mí (había un tercero cuyo nombre no recuerdo) en el Parque Hundido y contribuyó con gran eficacia a que entre cuatro adolescentes nos termináramos una botella de ginebra recién adquirida, y otro podría ser el Fito que el 1 de enero de 1959, en Veracruz, me fue a despertar a casa solo para darme la noticia de la huida de Batista y, por consiguiente, del triunfo de los revolucionarios de Sierra Maestra, o el Fito con el que ese día paseamos horas por el malecón planeando (¿soñando?) un viaje a Cuba “porque, ¡coño!, nuestro lugar está ahí, tenemos que ver, saber, qué está sucediendo y qué podemos hacer”. Fito pudo realizar su sueño en 1960 y tuvo la oportunidad de estar presente en el Estadio del Cerro cuando se decretó la expropiación de la industria azucarera.

Las tardes sabatinas en casa de Max eran animadas, diversas a la par que frívolas o solemnes, y a todo ello contribuía la frecuente presencia del Fito alegre y del Fito reflexivo, del Fito serio y enterado o del Fito chacotero y descarrilado. Fueron tardes ricas en conocimientos, en proyectos, en intentos de formar agrupaciones de orden cultural o para la participación política, o de ambas, o de ninguna: el Grupo Avance, el Movimiento América Latina (el mal, le llamaban los siempre presentes maledicentes), el Julius Fucik, el Frida Kahlo. En esas tardes se sembraría la semilla, recogida por Fito, de las Ediciones Quinto Regimiento, que para obtener recursos destinados a financiar alguno de esos grupos editó y distribuyó, en donde se pudiera o nos dejaran (incluidos los autobuses urbanos), poemas de Miguel Hernández, Nicolás Guillén, Rafael Alberti, Carlos Pellicer, César Vallejo. En esas tardes conocimos a decenas de personajes diversos, contradictorios, brillantes.

En alguna ocasión (¿1976?, ¿1977?), al inicio de una reunión de trabajo de un grupo de importadores con autoridades de la Secretaría de Industria y Comercio, me presentaron con un importante empresario; cuando expresó el típico “mucho gusto”, le dije, no sin algo de mala leche, que ya nos conocíamos, que algún día me había invitado a abandonar su casa (vaya, me había corrido). Durante toda la sesión vi a don Enrique desconcentrado, evidentemente preocupado por “su olvido” que, supongo, temía que pudiera resultar adverso a sus intereses de hombre de negocios. Al despedirnos me pidió que le ayudara a recordar, y lo hice: en la Semana Santa de 1961, cinco jóvenes, con inocultable aspecto gamberril, a instancias de Fito y de José Luis, fuimos a visitar a Carmen, quien pasaba las vacaciones con la familia en su casa de Acapulco; don Enrique nos vio llegar a Fito, a José Luis, a Carlos, a Mariano y a mí con claras (¿y explicables?) muestras de preocupación; salía el matrimonio a cenar y se resistía a dejar a sus hijas y a la amiga que las acompañaba (también Carmen) a solas con aquellos cuasipelafustanes porque temía (no sé si con razón o sin ella) que organizásemos una fiesta o, por lo menos, atentáramos contra su despensa. Seco, severo, pero con elegancia, nos dijo algo así como: “Bueno, jóvenes, ya nos vamos todos y dejamos descansar a las señoritas”; fue evidente que no se movería en tanto nosotros permaneciésemos en su casa. Después de muchos años de no vernos o hacerlo solo ocasionalmente, ese pequeño hecho aislado sirvió para el reencuentro con Fito y Carmen, porque una vez resuelto de alguna manera el asunto por el que había ido a verme, don Enrique organizó (¿a manera de “desagravio”?) una cena para cinco que concluyó con solo cuatro, en nuestra casa, casi al amanecer, y se convirtió en una velada durante la que dos parejas acreditaron que seguían siendo amigas.

UN SOCIALISTA MEXICANO DE BUENA CEPA
Patricia Pensado

Celebrar la vida de Fito significa, entre muchos motivos, felicitarnos por su amistad; disfrutar a un excelente conversador y discreto confidente; contar con un interlocutor atento, crítico, apasionado, pero sobre todo generoso al compartir sus reflexiones profundas, sus ideas, sus propuestas políticas y su sentido del humor.

Gracias a un proyecto académico* volví a encontrarme con Fito y a entablar relación con Carmen, su compañera de vida. Junto a Ana Galván y Marigela he pasado tardes memorables en ese maravilloso jardín que habla por sí solo de los cuidados que sus dueños le dedican.

El propósito era que Fito compartiera con nosotros su memoria, su experiencia y expectativas políticas desde el momento en que se define como un hombre de izquierda, socialista sin tregua; que nos permitiera acompañarlo en el recorrido de su travesía por el maremágnum de las organizaciones políticas, de los movimientos sociales, de la militancia de izquierda, de su trabajo intelectual, editorial y periodístico.

Fito aceptó la propuesta. Comenzamos nuestras conversaciones en el año 2005 y no hemos podido darles fin, aunque el proyecto haya concluido. Las remembranzas de Fito acerca de los primeros movimientos que presenció o en los que participó son de una precisión impresionante; dan cuenta de los hechos, de los detalles que explican por qué algunos se arraigaron más que otros en la sociedad, de la represión de la que fueron objeto. Se detiene a explicar las propuestas que lanzaron para pugnar por el cambio, por la modernización de la estructura sindical anquilosada por la corrupción y la vida antidemocrática de sus organizaciones, lo que marcó la etapa de la insurgencia sindical de los años setenta.

Para Fito, estas movilizaciones fueron tan trascendentes que “sin ellas no se hubiera abierto la reforma política en 1977 y en las condiciones que se dio porque esa era la única opción que realmente cuestionaba al Estado y planteaba una alternativa, un cambio en el conjunto de la vida política y nacional”.*

El movimiento estudiantil de 1968 y el periodo posterior mereció no solo la narración de los hechos, sino también anécdotas compartidas con sus amigos, compañeros, dirigentes, trabajadores de base y campesinos. Fito relata desde las agendas de discusión, los programas, los actos públicos, hasta los paisajes urbanos, rurales y marinos de su travesía. Su mirada abarca distintas dimensiones en la lucha política. Por eso es para él tan importante dar cuenta tanto de los sucesos locales en sitios recónditos y olvidados del país como de los nacionales e internacionales. Aquí aparece en él la mirada del historiador del tiempo presente, porque no se puede hacer un registro cabal de los hechos si no se comprende el contexto histórico social global en el que se desarrollan.

Desde su participación, siendo muy joven, en la célula Quinto Regimiento del Partido Comunista Mexicano hasta el actual Movimiento de Reconstrucción Nacional, cuando recuerda su tránsito por distintas organizaciones políticas de izquierda, se observa un continuo: su compromiso ético con la política. De ahí que siempre haya estado lejos de ese pragmatismo arribista donde los principios de izquierda se diluyen; lejos del protagonismo, ha permanecido incólume en sus convicciones inspiradas en ese espíritu crítico que lo ha acompañado siempre.

En una ocasión Fito comentó que en la vida cada uno elige sus abrevaderos. A mí me hizo pensar que él los eligió desde pequeño. En su infancia convivió con sus compañeros del Colegio Madrid, con quienes se identificaba por ser hijos de españoles refugiados como él, próximos a la cultura política y a los valores de la República española. Pero también estaba cercano a sus amigos del barrio. Con ellos compartía los juegos temerarios, los paseos inhóspitos por callejuelas, el futbol llanero. En ellos le fue tangible por primera vez la desigualdad social, la misma que encontraba en algunas de sus lecturas y que escuchaba en las conversaciones de su padre con sus amigos.

Esas primeras, segundas y terceras lecturas constituyeron otro abrevadero, verdadero manantial que aún hoy día sigue dando frutos. De manera clásica para la época y para una familia de lectores con costumbres españolas, comenzó con Salgari, Julio Verne, Mark Twain y otros para ir pasando a los entrañables mosqueteros de Dumas, junto a tantas otras de sus novelas, a Zola, Dostoievski y los grandes del Siglo de Oro. Gran lector, confesaba sin tapujos que en eso del leer quedaba muy atrás del joven Monsiváis.

Fito es uno de esos sujetos que a lo largo de su vida han desarrollado una enorme sensibilidad humana. En su caso se ha manifestado en la forma en que ha asumido su praxis política en las filas de la izquierda, con el compromiso social de lealtad con los desposeídos. Esto ha quedado en evidencia en las actividades políticas y laborales que ha emprendido a lo largo de su vida.

Su paso en 1972 por la dirección de la revista Punto Crítico fue determinante, en mi opinión, para que conociera las diversas realidades del país en una coyuntura en que hacer política no era una empresa sencilla por la represión que se generalizó como secuela de los movimientos armados y la insurgencia obrera.

Fito comenta que la idea de la fundación de esta revista fue “crear una corriente de pensamiento socialista que pudiera tomar en sus manos la responsabilidad de elaborar una propuesta, una visión del país, absolutamente distinta a la que provenía del poder y de la izquierda tradicional”.* En este sentido, menciona Fito, respondía a las necesidades de reflexionar en esos años —los setenta— sobre:

… cuestiones sumamente diferentes, una de ellas el tema de la lucha armada, el de la lucha de masas como un componente esencial del cambio democrático, el porqué del partido de la izquierda, la reforma política —que no estaba presente en el debate de la izquierda hasta esos años— y luego al nivel internacional la necesidad de reflexionar sobre la naturaleza del socialismo […] porque lo que estamos planteando como socialismo es un régimen con determinadas características universales pero hace falta pensar en el socialismo con otra visión.**

Durante ese mismo periodo se dio un acercamiento personal y político con Rafael Galván, dirigente de la Tendencia Democrática de los electricistas. También fue la época de su participación en la revista Solidaridad, fundada desde 1937. Estos dos hechos lo llevaron a reforzar sus planteamientos sobre la necesidad de la lucha por reformas sociales profundas congruentes con las demandas de los trabajadores, como medidas para avanzar hacia una sociedad democrática.

Estas ideas fueron retomadas por el Movimiento de Acción

Popular, del cual Fito fue fundador y miembro de la Comisión

Política. Se convirtieron en las tesis y el programa de “un grupo en que se fundió —en una última o única expresión— el movimiento social con un pensamiento crítico y creo que eso sí es una aportación del mAp y hay que sentirse orgullosos de ello”.*

Durante el proceso de unificación de la izquierda mexicana, el mAp decidió participar en la organización del Partido Socialista Unificado de México. Fito enfrentó los desafíos de este proceso y los que vinieron después, cuando se creó el Partido Mexicano Socialista y, en los noventa, Democracia Social. Asimismo, fue uno de los fundadores del Instituto de Estudios para la Transición Democrática en 1988 y forma parte de su Junta de Gobierno.

En una de nuestras últimas conversaciones, Fito comentó que más que definirse como un intelectual o un militante es un socialista mexicano, y estoy de acuerdo con él. Fito es un socialista mexicano de buena cepa, que ha dedicado gran parte de sus setenta años, que hoy celebramos, a la actividad política, a la comprensión de la sociedad desde una visión más amplia del universo político, a un estadio de comprensión de la vida, de la sociedad, de sí mismo, mediante una praxis política creativa, crítica y ética. ¡Salud y revolución social!

* Un grupo de colegas latinoamericanos nos proponíamos indagar sobre el proceso de politización de quienes militaron en la oposición de izquierda, así como entender su decisión de intervenir en el espacio público y el peso relativo que en esa decisión tuvieron las relaciones individuales frente a los compromisos ideológicos.

* Gerardo Necoechea Gracia y Patricia Pensado Leglise (compiladores), Voltear el mundo de cabeza. Historias de militancia de izquierda en América Latina, Buenos Aires, Imago Mundi, 2011, p. 273.

UN ALEPH EN JIUTEPEC
Enrique Provencio

Ya se sabe: el aleph borgiano es un punto desde el que pueden verse todos los puntos, donde es posible observar el orbe desde todos sus ángulos. Sin importar sus dimensiones, el aleph deja ver la noche y el día contemporáneos, concentra el espacio cósmico y deja leer de golpe cada letra de cada página de cada libro de cada biblioteca. Por eso la imagen le viene tan bien a la web y por eso mismo uno de los blogs de Raúl Trejo se llama Viviendo en el aleph.

Uno podría imaginar a Adolfo Sánchez Rebolledo en Jiutepec, con un aleph que puede usarse de manera más cómoda que el que Daneri tenía en su casa familiar de Buenos Aires a principios de los años cuarenta del siglo pasado, pero a fin de cuentas con un observatorio y, sobre todo, con un modo de avistar el país que le permite percibir de manera privilegiada lo que ocurre y puede ocurrir. Fito ha construido su aleph en más de medio siglo de trabajo, desde fines de los años cincuenta, así que el suyo no es obra del recurso de internet sino del trabajo sostenido de ver, pensar, participar, escribir, polemizar y comunicar. La defensa del hombre moderno que aquel Daneri hacía en 1941 era la de alguien que podía evocarse en su gabinete de trabajo, como en una torre citadina, en la que se invertían las cosas y el mundo iba ahora al gabinete.

La forma en que Fito está presente en el debate nacional, en que contribuye con sus ideas a clarificar las cosas y aportar sensatez en el ruido mediático, en el parloteo que es a la vez tan abigarrado y tan fugaz, puede verse sobre todo como el pensamiento decantado y ejercitado tras décadas de intervención en sucesivos procesos sociales, intelectuales y políticos, aportando sus puntos de vista y ordenando el de otros con su trabajo editorial.

FUTURO CON ESPERANZA

A principios de 2010, mientras en el Instituto de Estudios para la Transición Democrática preparábamos Equidad social y parlamentarismo, que aparecería en junio de ese año, varios miembros del Instituto estuvimos intercambiando correos electrónicos. Respondiendo a un mensaje de Ricardo Becerra sobre un asunto que había sido relevante en las elecciones federales de 2009, la anulación del voto, Fito decía que ese y otros problemas cercanos había que colocarlos en su justa dimensión e indagar más sobre las reformas “que hacen falta para permitir que México mire el futuro con esperanza”, con una visión estratégica de país, trascendiendo los límites del desencanto con la política, replanteando las grandes definiciones surgidas de la transición con análisis que salgan de las generalidades, revisando el sentido del cambio y sus necesidades insatisfechas, explorando hipótesis para saber qué tipo de régimen emergerá de la crisis institucional, con sus oportunidades y riesgos.

En esos correos Fito hablaba de un “drama de México” que no provenía de la crisis desatada entre 2008 y 2009, y ni siquiera de la conducción sin rumbo desde la alternancia del año 2000, sino de un arreglo y un desarreglo políticos, un pacto, que venía de más lejos. Había que rebasar la cartilla moral, seguía diciendo, rechazar las autocomplacencias, dejar de lado las muletillas al uso y tratar de proponer proyectos que aporten dirección al debate nacional. Luego, en el ir y venir de mensajes, Fito insistía en que hacía falta ver con más cuidado las corrientes de fondo que estaban cambiando el país en las décadas recientes, la transformación de la cultura política, el impacto que estaba teniendo y tendría la globalización, la nueva relación que se había fraguado entre el presidencialismo y la economía, explicar por qué algunos actores políticos sacaron ventajas de las “formas ciegas” en lugar de recurrir a un pacto que era más racional y menos costoso para la sociedad, por qué había una perversión de los partidos, hasta qué punto podían transformarse las instituciones sin cambiar la economía y la injusticia.

Con estos llamados Fito pedía a su Instituto ver más, y creo que esa es una constante de sus textos, incluso de sus artículos semanales. En el llamado que nos hacía a principios de 2010, por cierto, había muchos ecos de un texto que publicó con Rolando Cordera en el número doble 5-6 de Configuraciones, de octubre-diciembre de 2001 (“Los cien días de Fox: las disonancias de la transición”), en el que entre otros aspectos observaban que el estilo foxista de ignorar problemas de fondo o de convertirlos en frases publicitarias estaba marcando la agenda, que se hablaba menos del futuro que del pasado, que la refundación del Estado estaba ya dejándose de lado, que se ignoraba de qué se trataba el cambio de régimen, que no estaba quedando claro cuál era el nuevo orden democrático buscado, que tras el foxismo no parecía estar el Partido Acción Nacional sino una nueva coalición gobernante que no por borrosa se perfilaba como dominada por una red empresarial.

Había, en fin, decían Fito y Rolando entonces, una especie de “transición sin proyecto, alternancia sin final”, que ignoraba los reclamos distributivos que no habían desaparecido con las elecciones del año 2000, que se disolvía en una república mediática que cambiaba algunas formas de la política pero sostenía las de la política económica, lo cual podía agotarse con el tiempo. Había que fortalecer la democracia y a la vez dotar de contenidos sociales a la transición, de oxigenar y renovar la política, y dentro de ella al sistema de partidos. Ahora, rumbo a la postalternancia, vemos que no les faltaba razón.

APOSTILLAS

A principios de 2011, y ante la insistencia de que entregara un ensayo para un libro que buscaba desarrollar las ideas de Equidad social y parlamentarismo, Fito le respondía a Ricardo Becerra que no podía enviar su parte, que no tenía tiempo de escribirlo en el plazo tan corto que el ietd estaba poniendo. Envié a los dos un correo diciéndoles que valía la pena retrasar la entrega a la editorial para esperar el trabajo, y comenté que las ideas centrales podían ser las que Fito había ventilado en aquel intercambio de correos de un año atrás, y sobre todo las que había expuesto en un artículo que acababa de aparecer, titulado “Desigualdad y política”.*

No supe qué ocurrió luego, pero en enero de 2012 se presentó el número 31 de Configuraciones, que resurgía luego de una pausa de un año, y ahí apareció el ensayo de Adolfo que tituló “Apostillas a un texto sobre desigualdad y política”, y que desarrolló a partir de aquel su primer artículo semanal de 2011 en La Jornada. A la fecha que escribo estas líneas, “Apostillas…” es el ensayo más reciente que he leído de Fito, además de sus entregas periodísticas habituales, y ahí reaparecen algunas de las claves de su alfabeto: las que relacionan la condición social y humana con la democracia. En el texto insiste en uno de los temas que han vertebrado sus planteamientos: el de las complejas relaciones entre un sistema democrático y la superación de los extremos de desigualdad a los que está acostumbrado el paisaje social mexicano.

Ahí habla también de la necesidad de asumir que la equidad debe verse antes que nada como un objetivo político, y que debería articular los proyectos políticos nacionales. No es, dice, un propósito que deba verse solo desde la perspectiva económica, pues la desigualdad está tan arraigada que encubre la matriz sociopolítica de fondo por la que su núcleo duro ha prevalecido durante tanto tiempo. Llama a dilucidar mejor eso que podríamos llamar la economía política de la equidad, y a vislumbrar mejor el rol de los sujetos sociales concretos en la búsqueda de una sociedad más igualitaria. Ahora, en la transición, precisa:

los protagonistas se asimilaron a los nuevos tiempos sin entender a cabalidad qué había pasado y qué debían cambiar de común acuerdo para refundar las instituciones y abrir una ventana al futuro. Hoy, cuando el país parece que se nos escapa como líquido entre los dedos, el pasado se convierte en arma arrojadiza de la guerra sucia que ya amenaza, una vez más, con profundizar la larga crisis de las instituciones y la desmoralización nacional, cuyo fondo no es más que la persistencia de la desigualdad, la pobreza o el desempleo y, ahora, la violencia.

ALFABETO

Ese tema, el de la equidad y la justicia, puede ayudar a ordenar una lectura del trabajo intelectual de Fito. Hay otros, que al final se integran en un alfabeto coherente, y de entre ellos tengo presentes los siguientes. Uno de ellos es la idea de que sigue vigente la necesidad de construir proyectos nacionales y de que los partidos políticos tengan programas dignos de tal nombre. Los partidos mismos, la calidad de su discurso, la coherencia de sus posturas, ocupan también sus textos, pero no en la glosa de los dimes y diretes con la que acostumbran llenar cuartillas los columnistas, sino manteniendo una perspectiva de largo aliento para revisar sus propuestas de cambio.

Otra clave es la defensa del Estado laico, de la diversidad y del pluralismo, temas en los que polemiza cada vez que nota riesgos de retrocesos o falta de compromiso, sobre todo en los partidos de izquierda. Viendo a la distancia, Fito no parece haber tenido ningún conflicto en aquellos tiempos en que la izquierda incorporaba los movimientos o “las causas” junto con los impulsos clásicos de la acción política, los de clase y sobre todo los de la defensa de los intereses de los trabajadores. Esta es otra de las claves, y al paso del tiempo hay una constante en sus referencias: la de los trabajadores, sus intereses, sus medios de defensa, los sindicatos, los salarios, la distribución del ingreso, la protección social. La crisis del sindicalismo, la corrupción de las centrales oficiales u oficialistas, no la ha tomado como razón suficiente para desentenderse del hecho de que no habrá un sistema justo que no favorezca los intereses de la mayoría, de los trabajadores de todo tipo, de la mejora salarial.

Al mundo del trabajo, de su defensa, de los proyectos sociales, atañe también otra de las claves: las personas, los lugares, las remembranzas. Las personalidades que Fito nos recuerda —y a veces nos rescata— son aquellas que en su vida y en periodos determinantes dirigieron, representaron y luego simbolizaron hechos y procesos de la historia reciente: Rafael Galván, por supuesto, Gilberto Rincón, Othón Salazar, por ejemplo. Igual ocurre con su toponimia. Nombrar lugares no es un accidente: es un rasgo autobiográfico, es ventilar querencias y adhesiones. Los territorios en los que surgieron movilizaciones mineras, campesinas, obreras, magisteriales, los lugares en que ocurrieron hechos clave de las reivindicaciones democráticas, han ido poblando su geografía textual.

Cómo no recordar sus textos sobre un pequeño municipio guerrerense, Alcozauca. Como pionero que fue de los gobiernos vinculados a la izquierda, como parte de una región predominantemente indígena y de las más pobres de México, que equivalen casi a lo mismo, como lugar de origen del dirigente magisterial Othón Salazar, con Alcozauca se vinculó Fito al menos desde 1981, que yo sepa. En su caso, vínculo es compromiso, y no con motivaciones abstractas o con adhesiones ocasionales y declarativas, sino con quehaceres específicos: ayudando a organizar la preparación y defensa de elecciones locales, intercediendo en gestiones, denunciando atropellos, apoyando a los enviados que desde la Montaña de Guerrero salían a promover su tierra, o metiendo el hombro cuando, ya viejo y enfermo, a Othón Salazar le hacía falta un sustento que siempre se le negó, pues nunca se le restablecieron los derechos laborales de los que fue despojado ilegalmente. Con casos como este podemos ver de qué está hecha la solidaridad.

Y así podrían recordarse muchas otras tramas en las que ideas, símbolos, causas, personas, lugares y hechos aparecen en eso que puede llamarse un lenguaje y un alfabeto coherente. Para no dejar El Aleph: “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten”. Por la insistencia de Fito en la búsqueda de mejores futuros, a la frase de Borges habría que agregar que su alfabeto también presupone un futuro que sus interlocutores comparten.

UNA CIUDAD

El 31 de enero de 2012 Fito acudió a un homenaje a Rolando Cordera por sus setenta años, en el Distrito Federal. Al final de una entrañable intervención obsequió al festejado con la lectura de “Alta traición”, el conocido poema de José Emilio Pacheco al que puede recurrirse para decir cómo se puede querer a México a pesar de tantos pesares, y cómo puede quererse incluso a “una ciudad deshecha, gris, monstruosa”. Cuando Pacheco publicó No me preguntes cómo pasa el tiempo, el poemario en el que apareció “Alta traición”, era la ciudad de México la desecha, gris y monstruosa. Al empezar el siglo xxi muchas otras ciudades ya merecían esos adjetivos, incluso una parte de Jiutepec, de donde Fito llegó para homenajear a Rolando.

Antes de que apareciera No me preguntes cómo pasa el tiempo, Fito escribió “In memoriam”, un poema en el que habla de una ciudad que era bella en todas las estaciones. Supongo que esa ciudad era la de México, porque el poema aparece fechado en “México 1966”, y ahora puede ser cualquier otra. Luego de recordar lloviznas, balcones, montañas, llanos, azoteas, girasoles, pelotas de trapo y hacer otras evocaciones, todo en pasado, el verso final es este: “Tuve una ciudad que amé para siempre”.

El 31 de enero de 2012, ese día en el que Fito leyó “Alta traición” en voz alta, la ciudad de México estaba fresca y húmeda, el cielo despejado por el sureste, con las montañas a la vista. Creo que al bajar desde las alturas del Chichinautzin hacia el Valle pudo haber recordado su poema y quizá constatar que tuvo una ciudad que puede amarse para siempre.

VIDA, QUÉ CARAJO

Ya se sabe: la memoria es extraña, selectiva, caprichosa. Es, diría Proust en La fugitiva, como una casona que tiene muchas puertas escondidas: uno entra por la puerta principal, conoce los pasillos y camina por donde está habituado, pero de pronto se puede acceder por rendijas o ventanas que ni siquiera eran conocidas, y de las que quizá nadie haya sabido nunca. Pero así ocurre: se recuerda algo por las vías más inesperadas y sin que nada en apariencia lo provoque.

Recuerdo a Fito cargando un libro o catálogo de cactos y suculentas, de esos compactos para llevar al campo, de pasta dura y gran cantidad de fotos, con descripciones botánicas. Debió de haber sido después de una de esas reuniones de sábado en las que discutíamos la formación del ietd, en 1989. Pese a la vaguedad del recuerdo hay algo preciso: el gusto con el que platicó de esas exóticas y hermosas plantas, que esconden más de lo que se sospecha. Ahora leo de nuevo en el poema “Homenaje provisional”, que se encuentra en su libro Secretos espejos, sobre la intensa asociación entre la vida y los cactos:

Vida es aquí elocuencia de púas y espinas, rehiletes cargados del agua que respiran. Vida es aquí el nopal entre el águila y la serpiente. Vida es aquí la ofrenda nocturna de flores, que se entregan por una noche y mueren luego. Vida son mis cactos, qué carajo.

Por cierto, el ejemplar que tengo de Secretos espejos incluye la siguiente dedicatoria: “Para Rosalba, compañera y amiga, dedico este libro de mis casi secretos versos. Un fuerte abrazo. El Fito. 1989”.

MAESTRO DE VIDA
Jorge Javier Romero

Fito no ha dado clases en aulas. Nunca pudo quedarse mucho en las escuelas. Tengo la impresión de que nunca le gustó demasiado encasillarse en una disciplina académica, ni en una actividad precisa; siempre me ha parecido uno de los espíritus más libres que he conocido. Sin embargo, ha sido uno de mis principales maestros de vida.

Cuando supe por primera vez de él, Fito era periodista e iba a Cuba invitado a presenciar un aniversario del asalto al cuartel Moncada, precisamente el de 1968. Mi padre iba también en aquel viaje y allá los tomó el estallido del movimiento mexicano del 68. Los télex con las noticias de los tanques en el Zócalo los leyeron juntos en las oficinas de Prensa Latina. Eso fue lo que me contaba Javier al volver, cuando yo apenas tenía nueve años, pero estaba siempre pendiente de sus historias y de lo que pasaba en el país y el mundo, pues crecí en un periódico y rodeado de periódicos, revistas y libros. Y en ese mundo infantil oí hablar de Fito, de René Arteaga y de otros personajes de la historia de aquella ida a Cuba. A uno incluso lo conocí porque fue a comer a mi casa poco antes de emprender su misión diplomática en La Habana: Humberto Carrillo Colón.

Carrillo era un periodista al que de pronto nombraron agregado de prensa en la embajada mexicana en Cuba. Eran los tiempos de Díaz Ordaz y no era raro que los periodistas cercanos al régimen recibieran prebendas de ese tipo. Se hablaba de que buena parte de la diplomacia mexicana no era de carrera, sino a la carrera. Por Ricardo Poery mi padre conoció al susodicho y lo invitó a comer. Yo, que siempre me sentaba con mi padre en las comidas de la casa, incluso conversé con él porque también había estudiado en el Williams, mi colegio de entonces.

El caso es que el tal Carrillo Colón los atendió solícito ya en el viaje por Cuba y en La Habana les invitaba generosas dosis del whisky del que presumía como una rareza. Meses después, los cubanos lo expulsaron y lo denunciaron como agente de la CiA. Granma publicó un largo reportaje donde revelaba las comunicaciones, interceptadas por los servicios de seguridad, que el espía enviaba y recibía por radio, con la señal de salida de la habanera La paloma y de entrada con la tonada mexicana de las seguidillas del Cielito lindo, lo que más que miembro de la agencia de Estados Unidos lo exhibía como espía de la Gobernación de Echeverría, encargado de vigilar a los mexicanos que caían por allá.

Entre las comunicaciones interceptadas estaba la narración detallada de las actividades de aquel grupo de periodistas invitados por el gobierno revolucionario a los actos conmemorativos en Santa Clara. Lo que dijeron entonces Arteaga o mi padre era contado con detalle, pero los cubanos habían desaparecido de la publicación el nombre de Adolfo Sánchez Rebolledo, así que fue la segunda vez que oí de él, pues Javier comentó, mientras me leía la parte referida a su viaje en los papeles de Carrillo: “Los cubanos protegieron a Fito”.

Personalmente lo conocí muchos años después, en 1981. Lo vi y lo oí en el Teatro del Pueblo, del mercado Abelardo L. Rodríguez, en el centro de la ciudad de México, cuando la asamblea constitutiva del Movimiento de Acción Popular. Eran los tiempos de la fusión de buena parte de la izquierda en el Partido Socialista Unificado de México. Yo venía del inefable Partido Socialista de los Trabajadores —del que me habían expulsado por exponer una posición crítica—, y Carlos Juárez, mi profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana, me invitó a acercarme al MAP.

Cuando me hizo la lista de quienes participaban con él en ese proyecto, no lo dudé. De todos había oído hablar y a algunos los había leído. De Carlos Pereyra, Arnaldo Córdova y Rolando Cordera, sin duda. Y qué decir de Fito. Su nombre había seguido en los recuentos del viaje a Cuba y el affaire Carrillo Colón y siempre había por ahí ejemplares de Punto Crítico. La Tendencia Democrática del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana, Rafael Galván y Solidaridad también habían sido parte de mi formación política adolescente.

En aquella asamblea del MAP por fin le puse cara a aquel personaje mítico de mi infancia, al hijo de Sánchez Vásquez, a Fito el de Cuba, al periodista militante. Y lo oí hablar con claridad y contundencia y de ahí salí convencido de que esa era la corriente política a la que yo pertenecía. Ahí había sindicalistas y académicos, militantes del 68 y dirigentes agrarios. Y, además, deliberaban. Mi experiencia en el pst, donde las asambleas eran de acarreados campesinos que oían discursos inflamados y retóricos, contrastó con aquel ambiente de personas que discutían y en donde, además, había mujeres guapas.

Desde el principio traté de acercarme a las cabezas de la corriente a la que me acababa de adscribir. Pronto me hice discípulo de tiempo completo de Arnaldo Córdova y gracias a él comencé a entrar a las reuniones y a asistir a comidas y fiestas, que no eran pocas. En la Comisión Juvenil del psum, a la que pertenecía, comencé a representar, junto a Patricia Pensado, las posiciones mapaches. Y en 1985, para las elecciones intermedias, me enrolé en la campaña de Fito para diputado. Ahí lo acompañé a reuniones y debates y participé en la organización electoral. Ahí, finalmente, lo conocí de cerca, lo vi hacer campaña, hablarle a la gente, debatir en la Prepa 8 con Fernando Gómez Mont, su contrincante del Partido Acción Nacional, en ausencia de Manuel Jiménez Guzmán, el adversario del Partido Revolucionario Institucional, que finalmente ganó con una victoria apretada, mientras que Fito se quedaba fuera de la Cámara porque a Arnoldo Martínez Verdugo le pareció mejor la alianza con los viejos estalinistas de la Unidad de Izquierda Comunista, y por darle el sitio a Manuel Terrazas en la lista de representación proporcional, colocaron a nuestro candidato un lugar más abajo, por lo que se quedó a unos votos de ser diputado.

Luego vino el terremoto y cuando lo volví a ver se había quedado sin casa. Yo trabajaba desde 1984 en la Secretaría de Programación y Presupuesto, y cuando hubo la posibilidad de salir de la ciudad quise irme a vivir a Campeche. Durante 1986 estuve en la delegación de la spp en Campeche y aproveché para ponerme a la cabeza del psum local, que era inexistente. Entonces comencé a venir a la ciudad de México a los plenos del Comité Central del partido y a participar en ellos con Fito, Rolando, Pablo, Pereyra, Gordillo, Arnaldo, Pepe Woldenberg, Whaley, Gershenson y los demás mapaches que entonces formaban un buen grupo dentro de la dirección del psum. Ahí siempre encontré en Fito la sensatez refinada de su pensamiento crítico, con el delicioso aderezo de su sentido del humor.

Después de mi aventura campechana, Fito me dio trabajo en un proyecto de investigación sobre historia de la electrificación rural para la empresa de consultoría en política energética que Whaley había creado con el dinero de la liquidación del sutin. Entonces recorrí con él, haciendo entrevistas de historia oral, los estados de Tlaxcala —gobernado por Beatriz Paredes— y Jalisco, donde conocimos la zona de la ribera de Chapala hasta La Barca, y entrevistamos a familias que habían sido cristeras; la zona de la costa, ya desde aquellos días con presencia fuerte de los narcos y de la policía judicial, y la sierra de los huicholes, la ahora famosa Wirikuta. En cada lugar, la mirada de Fito descifraba códigos culturales, actitudes y narrativas entrelineadas con filo y tino. Con él aprendí una forma de interpretación de la sociedad nada dogmática y sin sobrecarga de categorías o teorizaciones. Fito entendía al país mejor que cualquiera de mis profesores formales y sabía comunicar esa comprensión sin imposturas intelectuales, siempre con humor, sin solemnidad y con sentido común. En los viajes y en la oficina las conversaciones eran interminables y derivaban de los últimos acontecimientos de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas a las sirenas nalgonas que por entonces, convertido en ceramista, Fito modelaba.

Fue a Madrid cuando yo vivía allí, a hacer programas de Nexos TV y después se quedó unos días en mi casa; recorrimos andando sus calles y hablamos incansablemente de España, del Partido Socialista Obrero Español, de la República y la guerra, del México de Salinas, de la izquierda y de la vida. En una taberna de flamenco con pretensiones antropológicas, se enfrascó en una discusión atroz con un paisano de su padre, un anarquista malagueño dueño del lugar, que denostaba a la República por algún acto de represión al que le había dedicado algún documental, pues pretendía ser cineasta. Nos reímos mucho todos aquellos días.

Más tarde empezó la aventura socialdemócrata, desde Tlaxcala, en julio de 1996, hasta Democracia Social. Los tiempos de construcción del partido, de la definición de la candidatura y de la campaña de Rincón Gallardo, cuando Fito fue el representante ante el Instituto Federal Electoral, nos unieron aún más, en la coincidencia política y en la amistad. El país que Fito imagina marcó el proyecto de quienes creíamos que era posible construir una nueva expresión de la izquierda comprometida con el proyecto democrático, con las libertades y con el orden jurídico, pero con un proyecto serio de igualdad. Porque Fito sigue siendo socialista, quizá el último que queda.

Fito es imprescindible. Agudo, cáustico, con un sentido del humor implacable, a veces con la dosis justa de sicalipsis, siempre irónico. Entiende la vida sin solemnidad pero con causas. Su cercanía, su magisterio y su amistad han sido de las mejores cosas que me han pasado. En sus setenta años no tengo más que agradecerle su presencia con un enorme abrazo.

UN HOMBRE, SIEMPRE, DE IZQUIERDA
Raúl Trejo Delarbre

Fito ya era famoso cuando lo conocí. Lo era, en aquel entorno acotado por las convicciones y quizá sobre todo por las ilusiones compartidas que constituía la izquierda no comunista. En ese ambiente, dominado por suspicacias políticas y también personales, ensombrecido por la persecución gubernamental y orientado a pesar de todo por la convicción irrevocable y arrogante de que teníamos la razón, Adolfo Sánchez Rebolledo contaba con una autoridad categórica.

La tenía por su trayectoria, cercana al activismo estudiantil pero nunca confinada a la universidad. El respeto y la interlocución que encontraba en variados segmentos del mundo político le permitían, a diferencia de otros camaradas, tener una apreciación menos ensimismada del panorama de las izquierdas y de lo que comenzaba a ser denominado como el movimiento popular. Además de su biografía, pero desde luego gracias a ella, era dueño de una sensatez distinta y distante de los arrebatos tan inherentes a la política contestataria.

En toda discusión, y aquellos eran días de larguísimas cuan tormentosas reuniones para aquilatar la coyuntura local, nacional y galáctica si se podía, la de Sánchez Rebolledo era una voz mesurada. A cada propuesta, y abundaba el aventurerismo, reclamaba el examen de nuevos ángulos, incorporaba reparos en los que casi nadie atendía. “Habría que ver”, “vámonos con cuidado”, “hay que pensarlo”, eran desde entonces advertencias frecuentes del invariablemente preocupado Fito.

Mientras algunos escribían textos instantáneos, por lo general colmados de adjetivos y conclusiones perentorias, Fito se tomaba tiempo, tanteaba cada argumento, corregía una vez y otra más porque siempre ha estado convencido de que lo que se dice no se lo lleva el viento, sobre todo cuando se deja por escrito. En esa actitud, manifestaba un intenso respeto por la palabra y, de esa manera, por el registro histórico que constituía cada frase. Se trataba de una precaución estilística, pero antes que nada política, que resultaba angustiosa para quienes buscábamos el texto rápido, contundente y que estuviera de inmediato en la calle. Fito quería explicar las cosas cuando a muchos de nosotros nos interesaba, antes que nada, denunciar y arengar.

Antes de conocerlo, para mí ya era una leyenda en ese entorno. Los amigos que me llevaron a Punto Crítico hablaban con reverencia de Fito igual que de otros dos o tres dirigentes de aquella revista que era, antes que nada, grupo político. Lo veíamos como a un viejo sabio, con una experiencia política que se manifestaba en sus explicaciones ponderadas y enteradas. No advertíamos que apenas tenía treinta años.

Estábamos a comienzos de los años setenta. Yo no tenía con Fito la familiaridad que me permití más tarde. Pero desde entonces, al escucharlo en reuniones de la redacción, me llamaba la atención su insistencia para mirar a los acontecimientos en perspectiva, más allá de las premuras o las sorpresas de la coyuntura política. Esa actitud parecía contrastar con el oficio de periodista que practicaba. Se supone que a los periodistas los consume la pasión por la novedad. Fito era profesional de la información, pues se desempeñaba como corresponsal de agencia de noticias. Pero no lo sujetaba la urgencia sino el afán de consistencia periodística. Después de todo, a Lenin cuando le preguntaron a qué se dedicaba dijo que era periodista. Fito lo ha sido, por décadas. También ha sido militante y dirigente político, productor de televisión, editor de libros y revistas. Alguna vez abrigó vocación de antropólogo que nunca abandonó porque en sus descripciones suele haber un afán por los rasgos, los rostros, la biografía, en fin, de las personas, que parece cultivado en la etnografía. También ha sido videoasta y fotógrafo aficionado, poeta de versos encendidos y desde hace algún tiempo le dio por cultivar cactos.

Su consabida cautela, que me aventuro a suponer era una forma de autocontención frente a una realidad agresiva y testaruda, solamente se fracturaba en la disipación de las parrandas y los convivios. Pero ni siquiera entonces le daba por la estridencia. En contraste con quienes resbalábamos en la bulla, Fito solía conservar una sorprendente prudencia. Casi siempre.

Circunspección: esa es la palabra. Ese talante ha sido una forma de compromiso, a la vez que de realismo y responsabilidad. Con meticulosidad, reunió y comentó los textos de Fidel Castro para la antología que en aquel grupo ya era célebre antes de que Ediciones Era la publicase a fines de 1972. Con esa actitud formó parte destacada del comité editorial de Cuadernos Políticos y, a fines de los setenta y durante varios memorables cuan difíciles años, dirigió Solidaridad.

La relación con Rafael Galván marcó a Fito igual que a muchos, pero a él antes que a varios de nosotros. A quienes llegamos alrededor de 1975 a la entrañable casona de Zacatecas, en la colonia Roma, don Rafael nos recibió con una curiosidad que solo después daría paso al afecto. A Fito, en cambio, lo trataba como el antiguo camarada que era desde tiempo atrás. No fue difícil, por eso, que delegase en él la tarea de hacer su revista, el instrumento de propaganda y discusión que había animado la lucha de los electricistas democráticos.

Aquellos días de Solidaridad eran de entusiasmo alborotado por las vicisitudes de la insurgencia sindical y —para mí— de un vivo aprendizaje tanto en la confección de la revista como en las tertulias, a veces ya muy noche, en las que Fito era un memorioso extraordinario. También, debo decirlo, trabajar con él llegaba a ser desesperante. La ya mencionada escrupulosidad para preparar sus textos me obligó en más de una ocasión a, literalmente, arrebatarle las cuartillas que él seguía corrigiendo con obsesivos miramientos. La revista tenía que entrar a prensa.

Siempre a la izquierda, Fito protagoniza, ilustra y padece, pero también vive y goza, el tránsito de las convicciones revolucionarias a las ilusiones democráticas (¿o habrá que decir al revés, si es que las ilusiones eran aquellas y las convicciones se cifran en esta parsimoniosa, tangible pero a ratos tan desalentadoramente insuficiente democracia que hemos contribuido a construir?). En ese rumbo, Sánchez Rebolledo transita del deslumbrante y doloroso 68 a la izquierda independiente y luego al sindicalismo incluso práctico durante su participación en el sutin; de la ruptura en Punto Crítico a la construcción del efímero y mítico Movimiento de Acción Popular y de inmediato al Partido Socialista Unificado de México, en donde fue miembro de la dirección nacional, candidato a diputado y subdirector de Así Es —el semanario de presuntuoso nombre que condensaba tensiones y regateos en aquella nueva experiencia partidaria—. De allí, marcha hacia la pasión en el combate a la pobreza en Alcozauca, la construcción del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, la desdichadamente breve aventura en Democracia Social, la ejemplar década de Nexos TV con Rolando Cordera, las lecciones de agudeza que ofrecen sus artículos de los jueves en La Jornada. Las opiniones políticas de Fito son públicas y por eso discutibles; a veces discrepo de algunos enfoques, cuando su generosidad lo lleva a condescender demasiado con errores y dislates de nuestras izquierdas.

Ahora Fito hace en Morelos el “Correo del Sur”, un suplemento en el que la cultura es política y viceversa y en donde vuelca experiencia y convicciones, así como propuestas de gusto literario y plástico, en un menú que en buena medida se nutre de sus hallazgos en línea. En esa, como en cada una de sus tareas públicas, despliega la cautela analítica, la explicación por encima del juicio drástico, la obstinación para aquilatar cada circunstancia, que constituyen a la vez un tamiz político y una postura moral.

En estos tiempos de ideologías deslavadas y de coordenadas políticas desfiguradas por el pragmatismo, Fito mantiene un ejemplar empeño para estar y creer en la izquierda. Eso ha sido y será siempre, un hombre de izquierda. De él, para él, podemos decir lo que él mismo escribió para un discurso en el quinto aniversario del psum en 1986:

Dedico estas palabras a mis compañeros de todas las épocas que supieron conservar la alegría de vivir, a los que a pesar de las dificultades, los desaciertos y los fracasos mantienen la ilusión de cambiar la vida… a todos los que aprendieron más de México, del pueblo y sus necesidades de lo que creyeron enseñarle, a quienes hallaron en la diversidad su elemento, la justificación íntima para la tolerancia democrática y la savia para la crítica necesaria.*

De esa madera, labrada en el reconocimiento de una realidad que no nos gusta pero en la que con todo y pese a todo es posible alegrarse de la vida y con ella, es Adolfo Sánchez Rebolledo. Su didáctico escepticismo no le impide regocijarse, incluso con sus andanzas en la Red ahora que está convertido en experto cibernauta. Gracias a internet, convivo con Fito quizá más que en otras épocas. No es lo mismo que verlo y oírlo de viva voz pero, por lo pronto, le dejo en estas líneas el abrazo que él sabe muy sincero y repleto de cariño que le quiero dar, también, en persona.

* Adolfo Sánchez Rebolledo, “Cinco años del psum: La unión hace la diferencia”. “La Jornada Semanal”, suplemento de La Jornada, 14 de diciembre de 1986.

SOMOS LOS RELATOS QUE NOS CONTAMOS…
Y LOS QUE OTROS CUENTAN SOBRE NOSOTROS
José Woldenberg

Fito ha sido, para mí, primero una figura “mitológica” (bueno, es una pequeña exageración): el director de la revista Punto Crítico. En aquellos años setenta, la revista irradiaba un enorme poder de atracción sobre todos los que instintivamente nos declarábamos de izquierda, pero teníamos algunos resortes que nos alejaban de la ortodoxia comunista.

La empecé a leer desde su primer número (enero de 1972) y era, sin temor a equivocarme, un referente obligado para quienes iniciábamos nuestra incursión por los laberintos de la diversificada izquierda mexicana. Punto Crítico le seguía el pulso al acontecer nacional y lo observaba a través de un filtro peculiar: el de los valores de la izquierda conjugados con el seguimiento de las luchas que encabezaba esa corriente política entonces marginada del mundo institucional. Esa característica, intentar seguirle el pulso a las movilizaciones de los trabajadores, los estudiantes, los campesinos, otorgándoles un sentido más allá de lo inmediato, la hacían una publicación excepcional.

Era una revista seria, documentada, alejada del dogmatismo y que dejó su impronta en aquellos años. Y Adolfo Sánchez Rebolledo era el nombre que la representaba, que la encabezaba.

Lo conocí, sin embargo, en los afanes por construir lo que luego sería el Movimiento de Acción Popular. Y ahí reconocí, casi de inmediato, a un hombre formado, ilustrado, buen argumentador, sólido. Alejado de ocurrencias tenía y tiene un bagaje cultural que lo convertía en un militante singular: alguien para quien la política es una actividad que adquiere pleno sentido si se le ubica en un marco valorativo —ético— que trascienda el inmediatismo y pueda proyectarse como capaz de construir un futuro más justo para todos.

Lo traté durante la etapa en que se encontraron el sindicalismo universitario y los electricistas encabezados por don Rafael Galván. Una lucha que intentaba, más allá de reivindicaciones puntuales, desatar la fuerza contenida de los trabajadores organizados. En esa perspectiva era necesario crear sindicatos, democratizar los existentes, unirlos mediante grandes organizaciones nacionales (con autonomía a sus secciones) y tener, por supuesto, una política independiente.

Pero nuestra amistad se selló en el sinuoso proceso de unificación de la izquierda: del Partido Socialista Unificado de México al Partido de la Revolución Democrática, pasando por el Partido Mexicano Socialista. Y en esa ruta lo vi y lo veo como un compañero y un maestro. Desde el momento de la fusión en el lejano 1981, quienes veníamos del MAP mantuvimos una red de relaciones, una especie de corriente, que continuó a lo largo del PSUM. Y ahí fuimos afinando muchos de nuestros diagnósticos y posiciones. En ese ambiente, de Fito aprendí que una política sin diagnóstico y sin horizonte es simple pragmatismo, pero también que la política solamente puede entregar sus frutos con el trabajo diario, con la militancia, con la organización.

Fito siempre se toma en serio lo que se asienta en los documentos de análisis de la situación o en los que proponen una determinada línea política. Sabe que la política genera identidad y que la misma tiene un enorme valor, tanto como fórmula para distinguirse de los otros, como para fijar las características de la opción que encarna en un determinado partido. Lo que se diga y haga no es secundario, es lo que acaba modelando lo que somos y pretendemos. Es capaz de observar y criticar la forma en que medios y fines se retroalimentan o chocan entre sí. De tal suerte que se encuentra a años luz de la cínica noción de que todo se vale con tal de conseguir lo que se quiere.

Fito realizaba tareas en el periódico del partido, donde intentaba que sus contenidos pudieran de alguna manera ilustrar por lo menos a la militancia. Además tejió una serie de relaciones que, me imagino, de alguna manera mantiene hasta ahora. Es el caso de los compañeros de la Montaña de Guerrero que, entonces encabezados por Othón Salazar, tenían una presencia importante en aquella zona. Fito fue a Alcozauca varias veces y participó en marchas y mítines. Pero, si mal no recuerdo, algo similar hizo en Morelos, Chiapas y Chihuahua. Era y quería ser un militante.

Pero hubo un largo momento, en los últimos años del psum, con la creación del pms y luego del prd, que quedamos como náufragos en medio del mar. La red mAp se fue desintegrando a lo largo del proceso unitario de la izquierda, y en uno de los últimos botes quedamos en el consejo nacional del pms Pablo Pascual, Fito y yo. Es, creo, la época de nuestro mayor acercamiento. Máxime que en las oficinas partidistas los únicos del mAp que quedamos fuimos Fito y yo.

Recuerdo con especial gusto nuestras comidas en el restaurante Hipódromo, donde Fito era convertido por los meseros en Don Adolfo. En nuestras charlas aprendí más que en los cursos universitarios y mucho más que en los largos y laberínticos debates que entonces se suscitaban en la izquierda. Fito es un conversador excepcional: elocuente, enterado, buen narrador, con unos gramos de malicia, que no necesita de mucho para contar y contar y contar. Sabe o intuye que la conversación es uno de los logros civilizatorios más relevantes, que es la fórmula natural de encuentro entre dos personas, pero además que a través de las historias que nos contamos forjamos una especie de tela de araña que nos acaba atrapando. Porque somos en buena medida los relatos que nos contamos y los que otros cuentan sobre nosotros.

De aquel periplo por el proceso unificador de la izquierda recuerdo un episodio especial. Cuando ambos intentamos ser diputados federales postulados por el PMS. Fue en 1988. Hasta ese momento la izquierda no había logrado ganar ni un solo distrito uninominal, por lo que la disputa verdadera era por ocupar los primeros lugares de las listas plurinominales. A nosotros nos tocaba contender por la circunscripción que integraban el Distrito Federal, Puebla y Tlaxcala.

Nuestra “corriente” había logrado que por el psum llegaran a la Cámara de Diputados, primero, Rolando Cordera, Arnaldo Córdova y Antonio Gershenson (1982), luego Pablo Pascual y Arturo Whaley (1985), y creíamos —ingenuamente— que ahora “nos tocaba a nosotros” (bueno, es un decir, un mal decir). No obstante, el “MAP informal” realmente se había convertido en una microcorriente a lo largo de los años. En el PSUM fuimos una de las cinco organizaciones que le dieron vida y sustento a ese partido, pero en el PMS, que había sumado al PSUM cuatro nuevas organizaciones, nuestro peso real era mínimo.

Aun así nos inscribimos en la contienda. Hicimos campaña juntos. Nuestra propaganda tenía los rostros y los nombres de ambos. Fuimos a los tres debates programados: en el Distrito Federal, Puebla y Tlaxcala, y en los tres nos dejaron plantados. Pese a todo, el día de la elección los resultados no parecían malos. En el Distrito Federal y en Tlaxcala obteníamos una votación que quizá nos hubiera permitido estar entre los primeros lugares de la lista, pero de repente llegó la información de un pueblo enclavado en la sierra poblana donde habían votado alrededor de cinco mil personas (creo que el Partido no obtenía ahí ni cuarenta votos), y nos habían barrido. Cuando llegamos a la asamblea electoral, donde se formalizarían las candidaturas del partido, las palabras “irregularidades”, “fraudes”, “trampas” se repitieron una y otra vez. Observamos resignados nuestra derrota.

Por otro lado, no es casual que Fito haya estado siempre involucrado en proyectos editoriales. Director de Punto Crítico, en una etapa de Solidaridad y hoy del “Correo del Sur” (que, como dice Federico Novelo, es un suplemento de primer mundo en un periódico de tercer mundo), además fue subdirector de Así Es y, si mal no recuerdo, de La Unidad, órganos partidistas. Como buen heredero de una tradición que arranca en el siglo XIX, la de los socialistas utópicos, que ponía un acento especial en la educación de los trabajadores, Fito cree que la política sin reflexión tiende a secarse, y que esa reflexión debe encontrar una salida eficaz a través de los medios. Por ello también a lo largo de diez años acompañó a Rolando Cordera en la planeación, producción, grabación de los programas televisivos de Nexos. Un consistente esfuerzo por llevar al auditorio más amplio posible los debates que marcaban la vida política, económica y social del país.

Fito ha sido y es —para mí— una voz y una referencia obligadas. Pero por encima de todo Fito es (mi) amigo. Bajo su humor corrosivo, sus agrios desplantes de maledicencia, es un hombre al que siempre da gusto ver y oír. Una presencia que hace más vigorosa, más interesante, más colorida eso que de manera rutinaria llamamos vida.

Salud por los primeros setenta años.

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