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El debate público

Sí es la economía

Rolando Cordera Campos

El Financiero

16/04/2020

Volvió con la fuerza de un huracán y se unió a la pandemia del Covid 19 para poner al mundo contra la pared, cuando no al borde del abismo. El punto es que la estrategia para atajar el contagio provoca estrepitosas caídas en el empleo y la irrupción de tendencias subyacentes al estancamiento o la recesión, como ocurre en Europa y con nosotros. El hecho, crudo y duro, es que eso que llamamos ‘la economía’ nos tiene en las orillas de graves situaciones sociales, reproducidas por el desempleo masivo, debido a miles de cierres de empresas, al retraimiento de inversionistas y corporaciones, apenas contenido por los millones de pequeños y medianos empresarios que buscan sobrevivir los vuelcos formidables del capitalismo desde el último cuarto del siglo XX.

Este es un sistema que, como lo habían previsto estudiosos ‘adelantados’ como Galbraith, Baran, Sweezy o Mandel desde el trotskismo ilustrado europeo, aparece subyugado por corporaciones que le marcan el paso y pretenden redefinir la geopolítica y la geoeconomía del siglo XXI. En sus diseños están los escenarios del ‘todo será diferente’ después de la pandemia, con que se consuelan muchos futuristas.

Resulta vano aproximarse a los dilemas actuales que esta economía nos plantea, apelando a paradigmas pensados para otro tiempo y circunstancia. Pero, a la vez, es aconsejable buscar en las pasadas experiencias y sus pensadores no recetas, pero sí modos de razonar, de allegarse evidencias, de montar ejercicios de persuasión como lo hiciera Keynes y, en fin, allegarse fórmulas, métodos y técnicas para hacer políticas económicas a la altura de los desafíos. Por esto es que invitar a Keynes al debate actual es una manera de acercarse a lo que todos exigimos de la economía: fórmulas coherentes para salir del atolladero y caminos más o menos transitables para construir escenarios. A México le urge desatar ejercicios como éste, más allá de las urgencias de la coyuntura y de las luchas por el poder que el estilo personal de gobernar del presidente ha exacerbado.

El rechazo al recurso del déficit presupuestal y, por consiguiente, al endeudamiento, ha desconcertado a más de un observador curtido como el que más en los torbellinos de las anteriores crisis financieras. De nuestra crisis pionera de la deuda externa en los ochentas, pasando por la también nuestra del tequila, así como por la asiática, rusa y brasileña, hasta estrellarse en Argentina, el orgulloso mundo victorioso sobre el comunismo ha tenido que lidiar con duras imperfecciones, así como con expresiones de sus irredimibles tendencias al desajuste y la recesión generalizada, como ocurrió en 2008-2009.

A poco más de diez años de esa crisis el mundo tiene que plantearse una reforma del capitalismo que tendría que ir más allá de las reformas de mercado que, en todo caso, racionalizaban las instituciones que modulaban el capitalismo, para satisfacer las necesidades de los capitalistas. Y nada más.

Las ‘adiposidades’ del capitalismo social formado como Estado de Bienestar o continuación del New Deal del presidente Roosevelt, fueron barridas por la gran ilusión del evangelio neoliberal. Tanto los trabajadores desplazados y mal pagados por la globalización y la ganancia corporativa, como el papel activo del Estado, se convirtieron en desechables para la marcha del nuevo orden.

Aquí, en nuestro medio, ni la crisis de 2008-2009 con su recesión profunda y difícil, ni las reflexiones y especulaciones sobre el estancamiento secular fueron vistas como llamadas de alerta. Tampoco los crecientes reclamos contra las desigualdades, desde los corazones y ciudadelas del capitalismo afluente, fueron escuchados por los epígonos, un tanto gastados, de la revolución capitalista que inspiró a militantes aperturistas del siglo pasado, menos por políticos coaligados que se abocaron a celebrar la llegada democrática como alternancia y rápida formación de una clase política indispuesta, como prenda heroica, al estudio de la realidad para reformarla en bien de las mayorías. En la política económica, se sustituyó el álgebra por la aritmética y el cálculo diferencial e integral por el cargo y el abono. En este cambalache vamos perdiendo.

El trafique propuesto recientemente por el presidente de deudas fiscales de los ricos por más préstamos a las Pymes es ilustrativo de esta derogación, seguramente involuntaria, de nuestra economía política, la heredada de Mora y Prieto y bien que mal aprendida de Marx, Keynes, Prebisch…

Y henos aquí, merodeando las tierras baldías de un proyecto que no resultó porque desde sus atalayas se desatendió lo fundamental: que, entre la política, la producción y la ganancia hay algo como distribución y justicia social y la necesidad de crecer para desarrollarse. Elementales consideraciones de economía política; útiles para todos los tiempos y estaciones, que han sido desestimadas y desatendidas por todos.

Omisiones y desprecios. Ni política económica, ni efectiva transformación. Economía enferma y política sometida, mientras hierve lo peor y más cruel de la pandemia.