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El debate público

Sumidos en el autoengaño

Ricardo Becerra

La Crónica

09/08/2020

“Es una artimaña específicamente política, calificar la interpretación propia como apolítica, y las preguntas y opiniones del adversario como políticas”.
(Carl Schmitt)

No registro otro esfuerzo más denodado y sincero. Fue publicado hace diez años y recientemente, gracias al tesón de COMEXI, se celebró la aparición de “Clasemedieros”, aquel volumen escrito por Luis de la Calle y Luis Rubio en el que anunciaban un hecho histórico consumado: México había llegado a ser un país de clases medias.

Para los autores esa tremenda transformación se explicaba por: 1) el descenso en las tasas de fertilidad; 2) déficit fiscal modesto, disciplina fiscal e inflación controlada; 3) el TLC, la apertura económica y la desregulación de los mercados que abarató muchas cosas de la vida social, y 4) el crecimiento de los servicios de educación y de salud.

Ofrecían una buena catarata de cifras y correlaciones de distinta índole y muy enfáticamente subrayaban la percepción que esas personas tenían sobre si mismas: si estás convencido de ser parte de las clases medias, has obtenido el pasaporte para pertenecer a ellas (muy alucinante coincidencia con las nuevas disquisiciones del Presidente López Obrador según las cuales, el PIB material en verdad no importa tanto). Pues clases medias y felicidad dependen de factores subjetivos.

Y ese es el problema: para soportar su hipótesis, De La Calle y Rubio tenían que reducir el peso de los malditos datos duros, existentes en 2010 (año de publicación del libro) como vigentes en 2020.  

Ningún censo poblacional, ningún censo económico, ninguna encuesta de ingreso y gasto de los hogares manufacturadas por el INEGI, ha provisto información para afirmar que somos un país de clases medias. Y ninguna medición del CONEVAL, realizadas a lo largo de tres lustros, ha permitido afirmar, ni cercanamente, que este país ha rebasado la pobreza. Una cosa es que existan otros elementos para mensurar y comprender la expansión -o no- de las clases medias, pero otra muy distinta es prescindir de esos rudos elementos materiales.

Para mi sorpresa, los autores volvieron a su hipótesis sin matices, hace unos días en el mismo foro de COMEXI. Creo comprender sus errores, que resumo en tres asuntos.

1) El desprecio por los ingresos personales, la indiferencia por los bajísimos salarios, un hecho oceánico en nuestra economía. No les merece ninguna consideración importante y prefieren encasillarse en el hecho de que existen “mayor número de ingresos que llegan a cada hogar”. Cierto, pero sin resolver el asunto de los salarios extremadamente bajos, de redistribución y de reparto en el mercado, es muy difícil hablar de clases medias que soporten la dinámica económica y la existencia de la democracia política (como lo estamos viendo).

2) Hay un cambio social en los patrones de consumo, si, porque ahora somos un país urbano. Eso no desaparece la pobreza: cambia su forma. Recuerdo una visión muy socorrida en el libro de De La Calle y Rubio: las varillas, los castillos de construcción dejados al aire en millones de viviendas de las periferias metropolitanas de México, síntoma, según ellos, de la esperanza clasemediera por construir “su segundo piso”. En realidad, esos castillos son la metáfora del estancamiento generacional, pues los dueños del predio saben que sus hijos no tendrán la oportunidad para hacerse de otra casa y por el contrario, tendrán que vivir con ellos, hacinados, en la precariedad de construcciones inseguras y contrahechas.

3) Lo que nuestros autores captan en realidad es el producto del bono demográfico. Si los hogares tienen mayores capacidades de consumo, es porque ahora su sustento llega de dos fuentes, dos de sus integrantes acuden al mantenimiento en un momento en el cual el tamaño típico de los hogares es de cuatro personas. Hoy la mitad aporta recursos frescos a la otra mitad. Antes de 1995 no era así, cada ingreso sostenía a otros tres, cinco o más personas. El punto es que el bono demográfico es producto de una política de control de la natalidad iniciada en los años setenta, que no se sostuvo después y cuyos frutos se agotarán al acabar la presente década. En resumidas cuentas, el nuevo patrón de consumo no fue edificado por la economía, ni por la imaginada “estabilidad macroeconómica” sino por la demografía. 

Pero discutamos con los datos de nuestras instituciones técnicamente acreditadas. El CONEVAL por ejemplo: hasta 2018, el 42 por ciento de la población seguía siendo pobre o pobre extremo ¿quiere decir que el 58 por ciento era ya clase media o clase alta? Nada de eso. Según el mismo Consejo, el 36 por ciento restante se juega la existencia permanentemente, en un limbo vulnerable, inseguro y riesgoso sin pandemia y con ella (https://tinyurl.com/y4d9euph). La livianidad de la hipótesis es tal, que ella misma se habría estrellado ya, con los nuevos datos del último trimestre de 2020: 12 millones de mexicanos cayeron en la pobreza: el 54 por ciento de los mexicanos se hayan hoy en condición de penuria y miseria.

Pero incluso antes de la epidemia, el INEGI ya había ofrecido su propio diagnóstico, que no ha merecido atención de De La Calle y Rubio: “al ritmo en la que éstas se han incrementado en la primera década del siglo XXI, se requerirían de 26.8 años más, contando desde 2013, para que éste estrato social alcance la mayoría absoluta de la población (51%)” (https://tinyurl.com/y63nasnj).

Lo que quiero decir es que ese esfuerzo por mirar un México que prospera dentro del arreglo económico de la “responsabilidad y disciplina”, ahora de la “austeridad”, no se sostiene y no era cierto en 2010 como tampoco lo es en 2020. 

Y la clarificación es necesaria. Si no asumimos cabalmente el fracaso social del arreglo económico de entre siglos y lo añoramos porque “producían clases medias”, estaremos cancelando la posibilidad de elaborar un contrato social diferente, uno que no se funde en los bajos salarios pero tampoco en el clientelismo a lo bestia.

Porque el populismo del presente nació del gran fracaso previo y su cauda de expectativas rotas para toda una generación.

La ilusión del México clasemediero es parte de la autocomplacencia de la élites que a estas alturas y con tal daño causado, ya no nos podemos permitir.