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El debate público

Tenemos otro decálogo

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

15/06/2020

El presidente López Obrador presentó un “Decálogo para salir del coronavirus”. Se trata de un pequeño manual de autoayuda que traslada a los ciudadanos la responsabilidad de resolver las crisis sanitaria y económica que abruman hoy a la sociedad mexicana.

En el recetario presidencial no hay ni una medida para enfrentar la epidemia que está lejos de haber terminado. Allí no se habla de sana distancia, ni de cubrebocas, de camas con respiradores, ni de los compromisos del Estado con los trabajadores de la salud. Tampoco hay una sola palabra sobre lo que se hará para reactivar la producción y el mercado, o para resarcir las remuneraciones de más de 12 millones de mexicanos que han dejado de recibir un ingreso.

El Presidente propone “algunas actitudes que podríamos experimentar para salir con seguridad a la calle, realizar nuestras actividades de siempre y vivir sin miedos ni temores”. Pero nada de lo que recomendó abate las causas de los temores con los que vivimos hoy: pandemia, recesión, inseguridad, necedades. La vocación del Presidente para comportarse como Dale Carnegie en vez de ser el estadista que al país le hace falta explica muchas cosas. En Palacio Nacional, a la crisis se le ve como un problema de actitudes individuales. El Estado no existe o su acción, desde esa perspectiva, es incidental.

Nosotros tenemos otro decálogo.

1. Estemos informados. Para entender las dimensiones de esta crisis polifacética es preciso acudir a fuentes de información serias. Las conferencias de prensa del gobierno describen un escenario adulterado y edulcorado por diagnósticos erráticos del avance de la epidemia. Allí hay un intento constante para distorsionar la discusión pública con versiones falsas que propala incluso el Presidente de la República. El documento apócrifo acerca de un bloque opositor fue un globo sonda que perdió aire de inmediato y se revirtió contra el gobierno. Las cuchufletas que se burlaban de la BOA al ritmo de la Sonora Santanera pusieron en evidencia una maniobra de propaganda sin más sustento que el miedo de López Obrador a que sus opositores se unifiquen.

Más allá de ese fallido documento, su presentación en Palacio Nacional tiene tres implicaciones inquietantes. En primer término, con esa puesta en escena se intentó descalificar al ejercicio de la política, y específicamente a la participación electoral, como la vía legítima para que los ciudadanos disputen el poder. En segundo lugar, el Presidente y sus colaboradores emplearon recursos públicos no sólo para hacer propaganda política sino, peor aún, para decir mentiras sobre instituciones, organizaciones y personas. Y en tercer término, quisieron engañar a la sociedad con un documento falso.

2. Pesimismo de la inteligencia. Convocar al optimismo, sin más y delante del desastre sanitario y económico, es una exhortación a cerrar los ojos. Nuestra responsabilidad como ciudadanos es reconocer ese panorama y contribuir a que sea menos peor. Para eso es preciso ir más allá de las huecas arengas del poder político. Para enfrentar la realidad hay que reconocerla, a diferencia del método AMLO que la oculta. Sólo a partir del pesimismo sustentado en el diagnóstico crítico podemos sostener, como decía Gramsci, un razonado optimismo de la voluntad.

3. Solidaridad en sociedad. Aunque lo descalifica, López Obrador promueve el individualismo. Cuando arenga para que “seamos solidarios y humanos” se refiere al comportamiento personal de cada quien. Sin embargo, en una sociedad de masas, la solidaridad más eficaz es la que se organiza a través del Estado cuando es respaldado por los ciudadanos. El gobierno actual, en cambio, se dedica a desmantelar cada segmento del Estado que no puede controlar o que significa algún contrapeso.

Defender al Estado de la voracidad del gobierno constituye, hoy, el camino adecuado para reivindicar la solidaridad con quienes más la necesitan. Nos hace falta un Estado capaz de resolver las crecientes carencias en el sistema de salud y que pueda redistribuir, reorganizando y propulsando la economía. López Obrador y Morena, en cambio, insisten en empobrecer tanto las finanzas como la estructura del Estado.

4. Derecho al consumo. El presidente predica una felicidad superficial, afianzada en voluntarismos y jaculatorias. Olvida que las maneras de ser felices son asunto de cada quien, siempre y cuando no se afecten derechos de terceros. Cuando descalifica el “consumismo” soslaya que cada persona tiene derecho a adquirir las mercancías que quiera si lo hace con recursos bien habidos. El consumismo es cuestionable desde posiciones morales que no son las que tendría que propalar un Jefe de Estado. Además, en la circunstancia de involución económica que ya padecemos, el consumo es una de las palancas que pueden reactivar al mercado —y mantener empleos— aunque sea parcialmente. Hay que consumir, tanto como cada quien pueda y quiera.

5. Prevención, pero en serio. El presidente desinforma de nuevo cuando dice que las personas pueden prevenir contagios si bajan de peso y viven sin angustias. La prevención que hacía falta, el gobierno la descuidó y por eso llegamos tarde a la compra de ventiladores, en los hospitales sigue faltando el equipo de protección más elemental y las autoridades de salud se mantienen reacias a la adquisición de pruebas para determinar el avance de la infección. Si la prevención que le preocupa a López Obrador es la disminución del estrés, entonces se pueden entender la negligencia y la incomprensión de su gobierno frente a la pandemia.

6. Cuidar la naturaleza. Gocemos del cielo, el sol, el aire puro, la flora y la fauna proclama el presidente erigido en bucólico propagandista. Pero él mismo, y su gobierno, están devastando la selva y otros ecosistemas con proyectos como el Tren Maya y propician una peor contaminación al dificultar o abolir el empleo de energías limpias. Si esas políticas continúan no habrá gobierno, en la historia del país, que haya dañado tanto, y en algunos casos de modo irreversible, el medio ambiente y los esfuerzos para mejorarlo. Hablar del cielo, el aire puro y las florecitas delante de esas políticas que él mismo respalda es otro fariseísmo del presidente López Obrador.

7. Alimentarse bien. Pues sí. Nadie estará en desacuerdo con ese apotegma. Pero millones de familias carecen de recursos para nutrirse de forma adecuada y equilibrada.  La pobreza y la desigualdad han sido los más lacerantes problemas del país. Aunque fue su principal bandera de campaña durante varias décadas, ahora que encabeza el gobierno López Obrador no ha emprendido medidas eficaces para resolver esa desigualdad. Peor aún, su inacción ante la pandemia y la decisión para aparentar que esta crisis no es tan grave están propiciando un mayor empobrecimiento de más personas.

8. Hacer ejercicio. “Párate, camina, corre, estírate, medita”, invita el Presidente. Está bien que cada quien lo haga según sus ganas y posibilidades. Pero al ceñir su decálogo a medidas tan obvias, el Presidente ratifica lo estrechas que son sus miras como gobernante. Hay que meditar, sí, en los costos que su gobierno tiene para los mexicanos.

9. Contra la discriminación. El Presidente acierta cuanto llama a eliminar “actitudes racistas, clasistas, sexistas y discriminatorias”. Pero es inconsecuente también con ese principio. El rechazo a los derechos de las mujeres se ha convertido en una política de su gobierno, desde la clausura de las estancias infantiles hasta la negación del maltrato en los hogares debido a la cuarentena. Por otra parte, el empeño de López Obrador para desacreditar a quienes no están de acuerdo con él y agruparlos en un bloque es una forma de discriminación y de intolerancia políticas. La sociedad es mucho más diversa de lo que quisiera el Presidente, pero esa obstinación en polarizar dificulta la deliberación que tanto hace falta en el país.

10. Espiritualidad. Al convocar para que las personas busquen “un camino de espiritualidad” en la religión o en los ideales, el Presidente se vuelve a entrometer en las convicciones y la vida privada de las personas. Así ratifica su talante conservador, equidistante del juarismo o el liberalismo. Pero no deja de ser interesante la equiparación que hace entre la religión, los ideales y las utopías. Para el Presidente sus causas y decisiones públicas son expresión de religiosidad. Por eso las asume de manera tan dogmática y rígida. A diferencia de la política asentada en el laicismo, en donde es indispensable el reconocimiento de la diversidad y el diálogo, López Obrador considera que la política es un instrumento para imponer a otros sus propias creencias y objetivos.

Al presentar su Decálogo, igual que en otras ocasiones recientes, López Obrador ha dicho que en la “nueva normalidad” debemos recuperar nuestra libertad “y decidir nosotros mismos” cómo protegernos del contagio. Pero nuestra libertad no la hemos perdido: la ejercemos quedándonos en casa tanto como es posible —incluso más allá de las festivas exhortaciones del gobierno para que volvamos a las calles y los recintos públicos—. Cuando el Presidente indica que cada quien decida cómo evita el contagio, renuncia a la acción orientadora a la que está obligado el gobierno.

No basta que el Presidente le diga a la gente que se cuide. Eso lo hace cada quien. Su responsabilidad es que la sociedad tenga las condiciones de salud y económicas que hacen falta para combatir la epidemia y sus efectos. Con su prontuario de autoayuda, López Obrador subraya las incompetencias prácticas y las limitaciones intelectuales de su gobierno.